Cuando el próximo 20 de enero, el nuevo Presidente de Estados Unidos Barack H. Obama tome posesión de su cargo en el Capitolio de Washington, quizá recuerde que ese edificio fue construido por esclavos negros. Y cuando, horas más tarde, se aloje con su familia en la Casa Blanca, probablemente rememore que esa residencia también fue edificada por esclavos.
Él no desciende de
esclavos. Ni forma parte de lo que algunos llaman los "negros
furiosos" que asustan a los blancos. Si una sola vez, durante la
campaña electoral, el candidato demócrata hubiese alzado la voz
para denunciar el racismo hacia la minoría de color, al instante
hubiese sido acusado de resentido o de rencoroso. Y perdido la
elección.
Por eso, su táctica consistió en repetir que la
identidad racial no era su bandera, que ser negro no significaba ser
el representante de los negros. Ello no le impedirá pensar, en el
momento de su toma de posesión, que cuando él nació, en 1961, aún
existían leyes racistas en varios estados de su país y que muchos
afroamericanos ni siquiera podían ejercer su derecho de voto. Medirá
el camino recorrido. Marcado por sangrientas luchas y por líderes de
excepción como Malcolm X y Martin Luther King, asesinados ambos por
grupos racistas.
La elección de Barack
Hussein Obama es también un signo del vitalismo de la sociedad
estadounidense. Una demostración de que el "sueño americano"
sigue vivo. Que allí casi "todo es posible". Un momento de
aire fresco después de ocho años de hedores putrefactos y de
prácticas repugnantes de la Administración de Bush. Por eso,
prohibir la tortura y cerrar el penal de Guantánamo serán las
primeras decisiones del nuevo Presidente.
Su singular
biografía, su porte elegante, su oratoria mágica y sus dotes de
líder carismático le han convertido en breve tiempo en una estrella
política para la opinión pública mundial. Por vez primera, un
Presidente de Estados Unidos (todavía sin gobernar) es popular en el
mundo árabe-musulmán, en África y en América Latina. Regiones
donde, por experiencia histórica, existe una desconfianza bastante
generalizada hacia el Tío Sam. Muchos intelectuales críticos,
dentro y fuera de Estados Unidos, han celebrado su elección ( léanse
por ejemplo, pp. 6 y 7, las opiniones de Howard Zinn, Michael Moore y
Tariq Alí ). Nelson Mandela, primer Presidente negro de
Sudáfrica, en un mensaje de enhorabuena le declaraba: "Estamos
convencidos de que usted va a poder finalmente realizar su sueño de
convertir a Estados Unidos en un socio verdadero de la comunidad
internacional que se consagrará a la paz y a la prosperidad para
todos. Confiamos en que luchará usted en todas partes contra los
flagelos de la pobreza y de la enfermedad" (1).
Unas esperanzas tan
colosales y tan universales no podrán ser sino defraudadas. Por eso,
en base a su experiencia de haber bregado con nada menos que diez
Presidentes estadounidenses, Fidel Castro ha sugerido calmar los
ánimos: "Sería sumamente ingenuo creer que las buenas
intenciones de una persona inteligente podrán cambiar lo que siglos
de intereses y egoísmo han creado. La historia humana demuestra otra
cosa" (2).
Y es que lo más duro para Obama empieza
ahora. En primer lugar, porque el inicio de su mandato coincide con
el peor colapso económico en un siglo. Los estadounidenses esperan
de él y de su equipo que consigan sacar al país del enredo de la
crisis (inmobiliaria, bancaria, bursátil) en el que la
Administración de Bush lo ha sumido. También le suplican que evite
el naufragio industrial de los tres grandes fabricantes de vehículos,
Ford, General Motors y Chrysler. Y la pérdida de millones de
empleos.
Además, él mismo ha
prometido instaurar un seguro médico universal que ansían como agua
de mayo los más de 40 millones de ciudadanos desprovistos de
cobertura médica. Sin contar el trabajo de Hércules que significará
el lanzamiento de un ambicioso "Green New Deal". Un gran
plan de desarrollo de nuevas tecnologías verdes para romper la
petróleo-dependencia. Y para acelerar un salto hacia la innovación
técnica que vuelva obsoleto el uso de energías fósiles. Como
cuando, hacia 1880, la electricidad sustituyó al vapor y al carbón.
Todo eso no se hará
de la noche a la mañana. Costará muy caro y los beneficios no serán
evidentes a corto plazo. Habrá impaciencias en un contexto social
duramente afectado e irritado por las crisis. El entusiasmo de hoy
podría entonces cambiarse en decepción, frustración y cólera.
Tampoco le será
fácil al nuevo Presidente aplicar sus ideas de cambio en la política
exterior estadounidense. La era Bush marcó quizá el apogeo de la
hegemonía mundial de Estados Unidos. Un poder que ha resultado
efímero y en definitiva poco eficaz. Porque las guerras en Irak y
Afganistán han puesto de manifiesto que la supremacía militar no se
traduce automáticamente en victoria política. Por otra parte, el
auge de China y de la India permite deducir que los días de Estados
Unidos como primera economía están contados.
O sea, que a Obama le
va a tocar gestionar la "nueva decadencia" (3) de su país.
Lo cual siempre resulta peligroso. Porque puede encontrarse a la
merced de escaladas y sobrepujas. En América Latina las cosas
podrían ir rápidamente mejor si Washington aliviara o suprimiera el
embargo comercial a Cuba y restableciera una relación constructiva
con Venezuela y Bolivia. Aunque no será tan sencillo ( léase,
pp.1 y 20, el artículo de Marcos Roitman ).
Pero es en Oriente
Próximo donde la situación seguirá siendo muy peligrosa. Y hasta
puede empeorar. Por ejemplo, si retira las tropas estadounidenses de
Irak, como ha prometido hacerlo, el vencedor de la guerra será
objetivamente Irán pues los chiíes, aliados de Teherán, quedarán
al mando en Bagdad. ¿Lo aceptará Arabia Saudí, gran enemigo de
Irán al que acusa de expansionismo? ¿Lo admitirá Israel, amenazado
de aniquilación por Teherán, y donde en febrero próximo se
celebran elecciones que podrían ver la victoria del ala más dura de
la derecha en torno a Benjamín Netanyahu y sus amigos "halcones"?
¿Qué hará Obama si
estos dos Estados se las arreglan para obstaculizar la retirada de
Washington?
Notas:
(1) Le Monde , París,
8 de noviembre de 2008.
(2) Fidel Castro, "La reunión de Washington", Granma , La Habana, 14 de noviembre de 2008.
(3) The Financial Times , Londres, 18 de noviembre de 2008.