REENCUENTRO BOLIVIA-PARAGUAY

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Publicado el 01/05/2009

Las historias de estos dos pueblos son en muchas de sus páginas muy parecidas, en algunas prácticamente idénticas. Y hay partes en las que ambos han escrito una sola historia, que concluyó en un abrazo fraterno, como el que se anuncia ahora.

 

En el recuento de similitudes vale recordar a los dos únicos países del continente que no tienen salida al mar. Dos países que, sin embargo, coinciden en detentar recursos naturales de importancia mundial. Paraguay, por ejemplo, guarda el Acuífero Guaraní, la mayor reserva de agua dulce del planeta. Bolivia, entre otras riquezas, tiene en Uyuni el más grande bolsón de sal impregnada de litio en el mundo.

 

 

Los dos también se constituyen en el principal sostén energético de Brasil y Argentina. Bolivia con sus gasoductos, Paraguay con sus hidroeléctricas. Los dos viven casi resignados al malpago de sus servicios a precios muy inferiores a la media mundial por cada unidad de energía. Los dos estigmatizados por el imperio del norte y abusados por el coloso del sur.

 

 

En retrospectiva, el heroísmo de la supervivencia. También paraguayos y bolivianos  coinciden en haber resistido la agresión territorial de todos sus vecinos. En 1864 Argentina, Uruguay y Brasil apostaron al llamado “genocidio guaraní” y arrebataron casi la cuarta parte del territorio agredido, 160 mil kilómetros. Tras una resistencia épica, la población paraguaya resultó reducida de 1.525.000 personas a 221 mil De ese conjunto, sólo 28 mil eran varones. La patria del mariscal Solano López renació casi literalmente de sus cenizas.  

 

 

Mientras tanto, desde 1839 el entorno empezó una ola de sucesivas guerras contra Bolivia. En el transcurso de un siglo sus vecinos le mutilaron 1.265.188 kilómetros cuadrados, más de la mitad del territorio con que nació (2.363.769). La tierra del mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana replegó su resistencia a los contrafuertes andinos y las selvas amazónicas.

 

 

Una gran paradoja para estas dos historias paralelas: a principios del siglo XIX, Bolivia y Paraguay eran los estados más desarrollados del Cono Sur. Una paradoja mayor: en la tercera década del siglo XX se habían convertido ya en los países más pobres de la región. Justo entonces, intereses externos e internos, los llevaron a su última guerra. Claro –cómo olvidarlo- hay una cruenta página de historia común, el fratricidio que entre 1932 y 1935 se desató en el Chaco. Y, sin embargo concluyó en el abrazo más conmovedor de la historia.

 

 

Eduardo Galeano, en su libro Memoria del Fuego 3, tras citar a Augusto Céspedes, Roberto Querejazu y Augusto Roa Bastos, recuerda aquel 14 de junio: “1935 Camino de Villamontes a Boyuibe. Después de 90 mil muertos, acaba la Guerra del Chaco. Tres años ha durado la guerra, desde que paraguayos y bolivianos cruzaron las primeras balas en un caserío llamado Masamaclay -que en lengua de indios significa lugar donde pelearon dos hermanos.

 

 

Al mediodía llega al frente la noticia. Callan los cañones. Se incorporan los soldados, muy de a poco, y van emergiendo de las trincheras. Los haraposos fantasmas, ciegos de sol, caminan a los tumbos por campos de nadie hasta que quedan frente a frente el regimiento Santa Cruz, de Bolivia, y el regimiento Toledo, del Paraguay: los restos, los jirones. Las órdenes recién recibidas prohíben hablar con quien era enemigo hasta hace un rato. Solo está permitida la venia militar; y así se saludan. Pero alguien lanza el primer alarido y ya no hay quien pare la algarabía. Los soldados rompen la formación, arrojan las gorras y las armas al aire y corren en tropel, los paraguayos hacia los bolivianos, los bolivianos hacia los paraguayos, bien abiertos los brazos, gritando, cantando, llorando, y abrazándose ruedan por la arena caliente”.

 

 

Aquel reencuentro de la extraña guerra tuvo sus antecedentes en plena confrontación y en la línea de batalla. Los citan las memorias de ex combatientes y tratados de historiadores. Jóvenes soldados de ambos ejércitos que, mientras no llegaban las órdenes de combate, intercambiaban bromas, canciones y hasta jugaban fútbol. Prisioneros convertidos en amigos e incluso en yernos de sus custodios. Gestos profundamente humanos con los heridos y de respetuoso reconocimiento al honor y el valor de los caídos.

 

 

Asimismo aquel reencuentro, cuyas imágenes son reproducidas en varios documentales, continuó notoriamente después de la Guerra. El 18 de junio de 1935 se produjo la primera reunión de altos mandos. Oficiales y generales, que en el futuro harían historia, entablaron duraderas amistades. Son los casos de Oscar Moscoso y Abdón Palacios,  Rafael Franco y Germán Bush, José Félix Estigarribia y Enrrique Peñaranda.    

 

 

De manera irreversible, finalmente la paz se impuso en las arenas del Chaco. La desubicada postura de contados guerreristas de ambos bandos perdió. Todo ello pese a que el acuerdo firmado por los diplomáticos en Argentina no definió un aspecto fundamental y sensible: los límites territoriales entre Paraguay y Bolivia.

 

 

En muchos casos, la fraternidad ignoró las diferencias y las indefinidas fronteras incluso décadas después de la Guerra. “Hace unos años mi amigo Luis Ramiro (Beltrán) me pidió que lo acompañara a buscar el sitio donde había sido enterrado su padre. Él había muerto en la guerra”, relata el connotado pedagogo y comunicador paraguayo Juan Díaz Bordenave.

 

 

Ambos, junto al historiador Mariano Baptista, emprendieron la misión. “Nos embarcamos en una vagoneta y recorrimos la inmensidad del Chaco.  No lo conocíamos, aunque Luis Ramiro, por la cantidad de mapas y libros que había leído, se lograba ubicar. Incluso un día nos perdimos en medio de la nada y él logró que nos orientáramos hacia un sitio habitado”, recuerda emocionado Díaz Bordenave. 

 

 

Los amigos recorrieron los campos de la línea de fuego, allá donde la contienda fue más cruenta. Nanawa, Alhuatá, Boquerón…Finalmente encontraron el sitio denominado "picada Velilla". Hallaron el acta de la defunción e incluso a quienes sabían de la muerte del subteniente Beltrán. Una sublime promesa fue cumplida. Los detalles de aquella historia los develará el comunicólogo boliviano en un libro que escribe desde hace años y presentará en junio.

 

 

Díaz Bordenave explica cómo, lejos de cualquier rencor, su amigo impulsó el instituto de la Amistad Boliviano Paraguaya. Mientras, suma un sinfín de hechos y anécdotas de la guerra. Explica, por ejemplo, la fuerza que tuvieron petroleras y vendedores de armas para abortar gestiones de paz que habrían frenado el fratricidio. Datos y hasta documentos no le faltan, Díaz es sobrino directo del presidente que condujo las hostilidades, Eusebio Ayala.   

 

 

Y como esa historia en cada país hoy se recuerdan varias. El historiador afroboliviano Juan Angola, buscaba hace unos meses saber el destino del soldado Pinedo. Aquél que formó su hogar en Asunción apenas concluyó la guerra allá tan lejos de los Yungas. Hay quien recuerda que en 1987, la familia Valenzuela asistió al funeral del capitán Brites. Ese que 53 años antes luchó con sus propios camaradas para salvar a su amigo boliviano de una mutilación.     

 

 

Y al mirar lo que vino tras la Guerra, las memorias establecen nuevamente las coincidencias, incluso para los guerreristas a la hora de culpar a quienes firmaron la paz. “Ganamos la guerra, pero perdimos el territorio del petróleo”, enseñaban los militares de la tiranía de Alfredo Stroessner. “El acuerdo de paz se impuso justo cuando nuestro tercer ejército contraatacaba. Podíamos haber avanzado hasta Asunción”, repetían los castrenses en tiempos de las dictaduras de Barrientos o Banzer.

 

 

Pero el historiador más aceptado en ambos países, Roberto Querejazu, refuta ambas posturas. “Si Bolivia hubiera ejecutado ese plan (contrataque) habría demorado un año o seis meses más. ¿Podía Bolivia soportar seis meses más de guerra? No creo. Al frente, Paraguay estaba completamente agotado”, expresó el autor de Masamaclay  en una entrevista concedida a Carlos Mesa el año 99 (*).

 

 

También el trato a vencedores y héroes en los dos países tuvo, en principio, características similares. Ayala y Estigarribia fueron hechos prisioneros y estuvieron próximos a ser fusilados en 1938 por sus rivales febreristas en Asunción. Mientras, en La Paz, el general Bilbao Rioja, máximo héroe del Chaco, resultó objeto de una represión inmisericorde por parte del Gobierno del MNR. A su vez, el coronel Manuel Marzana pasó años de su vida exigiendo a las autoridades que “por lo menos den vestimenta a decenas de mis soldados de Boquerón para que no caminen en harapos”.  

 

 

Así la guerra marcó sus propios límites en el corazón, el esfuerzo y la soledad de los combatientes. La paz llegó sin definir territorios ni reconocimientos. En el transcurso del tiempo, las tesis de reconquista se agotaron tras ser usadas por las dictaduras. “Stroessner nos mantuvo aquí siempre con la idea de un ataque desde Bolivia, para cimentar su idea de nacionalismo. Allá, con Banzer y los otros, a ustedes les sembraron concepciones parecidas. Pero no se hicieron problemas a la hora de coordinar entre ellos la tortura y el asesinato en sus propios pueblos”, analiza el Premio Nobel alternativo y activista de los Derechos Humanos, Martín Almada.

 

 

Afortunadamente, con la era democrática los acercamientos entre ambas naciones se intensificaron. Se produjeron ocho encuentros presidenciales. Se firmaron convenios de cooperación en prácticamente todos los campos. Y, salvo por la falta de un acuerdo final de límites, la relación entre ambos países se volvió una de las más estables de sus respectivas políticas internacionales.

 

 

El primer presidente civil paraguayo en 40 años, Juan Carlos Wasmosy, y su homólogo Gonzalo Sánchez de Lozada firmaron en 1994 la Declaración de Amistad. En marzo y junio intercambiaron la devolución de trofeos de guerra, pese a públicos reclamos de los militares. En junio de ese año, una delegación de ex combatientes paraguayos visitó La Paz. En una ceremonia celebrada en el “campo de Marte” de la plaza Villarroel se estrecharon en un abrazo con los ex soldados bolivianos. A Wasmosy se le quebró la voz. Sánchez de Lozada, junto a decenas de ciudadanos que asistieron al acto, no pudieron contener las lágrimas.

 

 

El 14 de abril de 2004 los presidentes Carlos Mesa y Nicanor Duarte rubricaron la Declaración de Boquerón en el entorno del célebre fortín cercado en 1932. Tres días más tarde, una nueva cita, en Asunción, consolidó la agenda bilateral sostenida y ampliada en los últimos años. En éstos, los encuentros  entre presidentes, cancilleres y diplomáticos han sido aún más frecuentes.

 

 

Así, Evo Morales y Fernando Lugo preparan ahora su tercera reunión en prácticamente un año. Será en Buenos Aires, diversos trascendidos aseguran que este lunes 27. Todo se halla listo para que rubriquen el acta más trascendental en 70 años. Un instante de regocijo continental es organizado por los asesores de la presidenta Cristina Fernández.

 

“Estamos dando un ejemplo al mundo. Mientras en zonas de Europa, como Georgia y Rusia, Irlanda o en los Balcanes resurgen conflictos, acá nos alistamos para sellar la paz”, dice el embajador boliviano en Asunción, Marcelo Quezada. “Sin duda atravesamos el mejor momento de las relaciones entre ambos países”, advierte otro de los principales operadores diplomáticos, el vice canciller paraguayo Jorge Lara Castro.

 

 

Cuentan las horas para que la presidenta Fernández, entregue el documento a sus homólogos Morales y Lugo, en su condición de Mandataria del país nombrado responsable de la Comisión Demarcadora de Límites Boliviano-Paraguaya, tras la firma del Tratado de Paz de 1938. 

La nueva acta, pendiente desde ese año, señalará los puntos exactos del territorio que une a Bolivia y Paraguay. Una comisión binacional especial culminó en semanas recientes la colocación de 1.428 hitos en la frontera final del Chaco. Sin duda, la sombra de cada hito proyectará hacia el horizonte el abrazo de dos combatientes que se enteraron que la guerra ha terminado.