“NECESITAMOS UNA NUEVA ETICA DEL COMPORTAMIENTO”

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Publicado el 01/06/2009

Entrevista a Enzo Faletto, figura clave de la Teoría de la Dependencia

                                                                                                                           

La foto de Humphrey Bogart en blanco y negro con el cigarrillo en la comisura del labio estaba colgada en una pared del pequeño cubículo del profesor de tiempo completo de este sociólogo e historiador de la Universidad de Chile, protagonista de los años 70, desde la Cepal y Flacso, con obras sobre la teoría de la dependencia con locación en América Latina. Estrellas del estilo de Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos y otras figuras de esa talla compartieron reflexión y desvelos con este “duro” que decidió quedarse en Santiago a la hora de los inconvenientes, para demostrar que en tiempos de canallas también era posible preservar una actividad intelectual.

 

LA IRONÍA EXACERBADA no logra protegerlo de una sensibilidad a flor de piel que se expresa en la mirada aguda pero benévola de quien ha transitado desde la euforia personal y colectiva hasta el umbral de la muerte, propia y ajena, en un recorrido silencioso sin estridencias más cercano al de un monje que al de un intelectual mediático del siglo XXI. A sus 66 años, Enzo Faletto, la figura mítica de la Sociología de la Universidad de Chile, autor de libros como Dependencia y desarrollo en América Latina, junto al ex Presidente de Brasil Fernando H. Cardoso; El liberalismo Romántico, con Julieta Kirkwood; Transformaciones sociales y económicas en América Latina, con Rodrigo Baño, o de artículos como “El futuro del Estado”, con Ricardo Lagos; o “Los años sesenta y el tema de la dependencia”, “De la teoría de la dependencia al proyecto neoliberal. El caso chileno”, los dos últimos publicados recientemente en la revista del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, asume que efectivamente la Casa de Bello ha sido un refugio que le ha permitido observar casi sin ser visto.

 

Alguien debe escribir la historia político-intelectual de quienes nos quedamos en Chile y de ese diálogo interno que también se extendió a quienes estaban en el exilio, señala al inicio de la entrevista mientras fumamos como chimeneas en una mañana luminosa y caliente de verano de mierda, encerrados en una oficina del Departamento de Sociología en pleno enero. Advierte que no debe fumar y saca otro cigarrillo y lo enciende en una actitud equivalente a yo me muero como viví, o de duro, al estilo Bogart, o de intelectual maldito pero amigo de sus amigos.

 

Refugiados en Flacso, organización clave en la resistencia intelectual de esos tiempos, y convencidos que el fin de la dictadura estaba a la vuelta de la esquina, comenta de esos primeros tiempos en Chile junto a Lechner, Garretón, Moulian, Julieta Kirkwood, Rodrigo Baño y otros tantos, convencido del aporte de un exilio que con más mundo echará por tierra esta sensación de “excepcionalidad” del proceso chileno y abrirá el debate. Pero poco o nada de esas expectativas se cumplieron: el exilio fue muy largo y muchos intelectuales siguieron hablando de un Chile inexistente, de un país analizado y pensado para los europeos o estadunidenses. En síntesis, se hablaba poco de América Latina con los latinoamericanos, marcando una tendencia que, según Faletto, hoy subsiste y se traduce en falta de pensamiento propio, y en una crisis del rol de la sociología que abarca hasta la forma de hacer política.

 

¿De qué manera afecta todo este proceso a la sociología?

Aparece un fenómeno intelectualmente importante, una sociología que había estado muy ligada a procesos sociales y a una concepción de la política como proceso social, como incorporación de grupos, como conflictos entre grupos y clases sociales, en un principio adopta el tema de los nuevos movimientos sociales, ligado a la experiencia brasileña con los movimientos de base, sociales, y declara la liquidación de los partidos. Eso significaba la ruptura con los viejos partidos tanto de la izquierda tradicional como los otros. Sin embargo, eso no bastaba, porque en un momento de democratización el problema político-institucional iba a ser clave. Ahí empieza un cierto predominio de la ciencia política por sobre la sociología política. Una ciencia política muy ligada a una reflexión casi de ingeniería política. Los problemas de la democratización ya no fueron tanto el proceso de democratización social sino la recuperación de una institucionalidad democrática.

 

¿Ello explicaría la incorporación de la tecnocracia en las decisiones políticas?

Está bastante ligada, porque también se da con una cierta transformación del pensamiento económico latinoamericano; es decir, si uno tiene ciertas figuras que fueron clave en esta época, pensando en Chile por ejemplo Aníbal Pinto, o lo que fueron grupos relativamente próximos, casi todos ellos de origen cepalino, como Pedro Vuskovic, Gonzalo Martner, Carlos Matos, todos de alguna manera estaban mucho más formados en algo que podríamos llamar el predominio de la economía política y también en una cierta imagen de vincular proceso político y proceso social. Por los años 80 del siglo pasado, quizás un poquito antes, ya el pensamiento económico pasa a preocuparse mucho más de los problemas de la macroeconomía, de los problemas del manejo del presupuesto fiscal, de los problemas de la deuda externa, más que del problema de propuestas de transformación social, porque se empieza a asumir que la transformación social ya está siendo promovida desde afuera: los procesos de globalización, el predominio de nuevas dinámicas de crecimiento y transformación que están ligadas a la conformación de una economía global, etcétera. Algunos estaban absolutamente convencidos de que esa modernización iba a significar también capacidad de chorreo. En el plano intelectual, lo importante fue este paso del análisis de los procesos sociales entendidos como procesos de conflictos y transformación entre clases y grupos, a una mirada mucho más superestructural; mayor preocupación por las formas institucionales de manejo y que coinciden con una formación mucho más profesionalizante y tecnocrática.

 

Eso no sólo implica cambios en el modo de hacer política, también en el rol de la sociología.

En gran medida, pero eso está muy ligado también a las transformaciones sociales que ocurrieron. Este predominio de lo que podemos llamar una orientación mucho más tecnocrática obedece a la atonía de ciertos grupos sociales que sí habían jugado un papel importante en el proceso latinoamericano desde los años 20 del siglo pasado en adelante. Presencia de los sectores medios, y después paulatinamente capacidad de incorporación de los sectores obreros y más tarde, campesinos. Eran fuerzas sociales con una cierta capacidad de manifestar sus necesidades y demandas, y si no formularlas ellos directamente, por lo menos asumir proyectos que estaban referidos a su papel. La experiencia de los años 70 en adelante en Chile, pero también en Argentina, Brasil, y otros países fue la desestructuración de esos grupos sociales. Los golpes militares y la reacción que se tuvo en casi todos lados significó la desestructuración fundamentalmente de los sectores medios y obviamente también de lo que había como movimiento obrero o campesino. Los grupos intelectuales quedaron sin referentes sociales, ni siquiera con aquellos a los cuales socialmente pertenecían: los sectores medios.

 

¿Con qué consecuencias?

Eso genera la autoimagen de un grupo social que está por encima de los intereses de las clases, que es portadora de una racionalidad que le es propia y que se asume casi como portavoz de esa racionalidad. Como no puede asumirse, se vincula a las esferas de poder, pero al poder ya constituido. Así se produce esta idea de una tecnocracia eficiente, capaz, que tiene un papel intelectual que lo puede jugar, pero cuyo mundo de referencia es el poder existente con el cual trata de manejarse, o en términos de “este es el poder y con ellos trabajamos” o “este es el poder, busquemos los huecos dentro de este poder donde podamos tener alguna incidencia”. Se constituye esta tecnocracia bien formada, con mejor capacitación que la que podríamos tener nosotros en muchos casos, y cuyas opciones son el uso de esas capacidades para influir en el modo en que el poder está constituido, pero con muy pocas posibilidades de cuestionar realmente la existencia de ese poder.

 

Lo que sepulta la idea de transformación, de cambio.

Así es. La trayectoria de la universidad, sobre todo la Universidad de Chile, lo mismo sucedía con la Universidad de Concepción: siempre se pensó que ahí era donde se elaboraban los grandes proyectos nacionales, de cambio, de transformación y la universidad se pensaba a sí misma en esos términos. Un conflicto que se da hoy es esta idea de formación académico-intelectual o formación profesional. Diría que la tendencia profesionalizante en la Universidad de Chile siempre existió, de Andrés Bello para adelante, pero, de todas maneras, nosotros siempre asumimos que el profesional cumplía un rol intelectual en la sociedad, con una visión de país, de mundo. En mi época, ningún ingeniero se pensaba haciendo edificios o puentes por su cuenta. Ellos estaban pensando en el Ministerio de Obras Públicas, estaban pensando en las grandes instituciones estatales. Los que crean la Corfo son antiguos ingenieros de ferrocarriles que tienen esa idea de construcción de la nación por medio del ferrocarril, del servicio público. En todos está presente la función pública. Hoy, cuando piensas en formación profesional estás pensando en el ejercicio liberal de la profesión, e incluso en el caso de que estés cumpliendo ciertas funciones públicas no es raro que de allí se pase a una multinacional. Este mundo es más parecido al estadunidense, donde también hay una concepción de la función pública mucho más tecnocrática y menos involucrada en la idea de proyectos nacionales, desarrollo nacional, opciones de cambio, opciones de transformación.

 

LA POLÍTICA COMO LA GESTIÓN DE LOS ENTENDIDOS

Eso plantea además el cambio de la política, que en manos de la tecnocracia transforma su esencia.

 

Porque la política pasa a ser administración. En una conversación incidental con Fernando Henrique Cardoso, me dijo: “mira, cambio con gusto 300 mítines de plaza por cinco minutos en televisión. En Brasil, en ese lapso llego a 60, 70 millones de personas. Con 300 mítines de plaza no llegó ni a 250 mil, y esa es una diferencia enorme”. Frente a esto le respondí: “pero con los mítines de plaza tú transmites ideas, y con cinco minutos de TV no transmites nada”. Es que la realidad hoy día es esa, me argumentó, ya la política es una política de masas y mediática, donde la gente se identifica con esa dimensión.

 

¿Ese es el cambio fundamental de la forma de hacer política?

Hay muchos factores. Antes hablábamos de ciudadanía de las organizaciones, término que hoy día se ha perdido, porque se habla del ciudadano como un señor con derechos individuales que actúa como individuo. Para nosotros, ciudadanía era sindicato, ciudadanía era el partido, uno era ciudadano en la medida en que pertenecía a una organización. Hoy el supuesto es que tú apelas a un señor que anda por ahí, que utiliza los mecanismos adecuados que pueden ser los mediáticos para ese tipo de cosas.

Y en esta transformación de la política está la desestructuración a la que hacíamos mención de los sectores medios, de los sectores obreros, de los sectores populares organizados. La poca importancia que tienen hace que la política tenga como referente a las masas, y el problema de las masas es su manipulación. La política es considerada como un momento de manipulación de las masas para después mantenerlas contentas con un poquito de circo o con lo que fuera, porque la política pasa a ser también la gestión de los entendidos. Luego, el momento político electoral, pero ahí tampoco se trata ni de transmitir ideas ni de constituir proyectos, sino de una cierta capacidad de movilizar a las masas detrás de dos o tres necesidades. De ahí para adelante las masas aparecen como desmovilizadas, a nadie le interesa que se movilicen y, por tanto, la política pasa a ser sólo administración y gestión.

 

EL CASO ARGENTINO

La crisis de Argentina refleja además no sólo la desestructuración total, sino el ejemplo más paradigmático del fracaso de una forma de hacer política.

 

Un amigo me decía que a él le gustaba mucho vivir en Argentina, porque tenía una decadencia larga como la de los ingleses. Decía: “me gustan las sociedades decadentes, no las que se van al diablo al tiro, sino que lentamente”. Una de las cosas que impresiona es el grado de corrupción que adquirió la política, a un grado tal que está muy vinculado a la corrupción general de la sociedad. Es una corrupción que ya se había dado con fuerza en el mundo de los negocios, eso que ellos llamaron “la patria financiera”, donde la totalidad del sistema económico aparecía como extraordinariamente corrompido. Eso también fue producto de la experiencia política argentina: alfonsinismo, los gobiernos radicales muy anteriores, que empezaron con Frondizzi, y obviamente del propio peronismo, con una incapacidad de creación de cuadros políticos que superaran la forma caudillesca que tiene una enorme importancia en el funcionamiento de la totalidad de Argentina. El juego de la política argentina fue siempre uno de negociación entre caudillos con enormes poderes locales, lo cual hacía que todo el sistema de compromisos políticos fuera un problema de tomar y dar, pero en donde las representaciones sociales reales no tenían mucha validez. En el fondo, primaban mucho más estos otros intereses locales, estos intereses caudillistas. Eso también es un elemento de destrucción de la política. La propia experiencia política argentina es desastrosa desde Irigoyen para adelante. Cuando uno lee a los intelectuales argentinos, son tipos de muy buen nivel, de mucha capacidad de reflexión, pero uno dice qué tiene que ver esa capacidad de reflexión, esa capacidad intelectual con la realidad de la política argentina. El sistema político argentino nunca se logró estructurar con raigambre real dentro de la sociedad argentina. En el caso de la derecha, más que estructurarse políticamente y constituir un partido, la tendencia fue a representarse corporativamente, y los modos de representación corporativa terminan destruyendo cualquier forma de organización política. Esa corporativización del mundo argentino se da en sectores altos, al igual que en el mundo sindical. El movimiento sindical adquiere un rasgo corporativa brutal. La corporativización de la política significa que sólo estoy en la defensa de mis intereses propios y no estoy siquiera en la necesidad de formular proyectos nacionales a partir de lo que pueda ser el interés de un grupo, una clase. ¡Así, todo el mundo intenta llevarse su tajada!

 

POR UNA NUEVA ÉTICA DE COMPORTAMIENTO

Del caso argentino volvamos a Chile, a esta relevancia de la tecnocracia por sobre la política, de las ciencias políticas por sobre la sociología, en definitiva, de la crisis de la política y del individualismo exacerbado por sobre cualquier proyecto que no sea personal. ¿Es la derrota total?

 

Quienes vivimos el golpe y nos quedamos en Chile, vimos los comportamientos más horrendos en términos de una retracción hacia un individualismo feroz; desconfianza con todo lo que viniera; oportunismo por todos lados. Toda esta imagen que nosotros teníamos de la sociedad chilena tan bien organizada era más cáscara que otra cosa. Aquí hay un estilo de comportamiento que se acentuó después. Por ello creo que la recuperación de una ética de comportamiento distinta es una recuperación larga y depende de una cierta capacidad de creación. En el caso chileno, habíamos creado instituciones que tenían ese rasgo con el que la gente se identificaba y, por tanto, asumía la ética de la institución como propia. Hoy día han desaparecido estas instituciones, se rompió la ética y el desafío es cómo creamos una nueva ética.

 

¿Cómo?

Con la defensa de algunas instituciones y con la creación de instituciones que empiecen a ser expresivas de una ética colectiva, de una ética que vuelva a privilegiar el sentido de lo público, redefiniéndolo, obviamente.

 

¿Y por dónde pasa esa construcción de una nueva ética? No creo que sea por los partidos, si asumimos que también están en crisis.

Pienso que va a ser una reacción en lo posible intelectual y cultural. Si hay alguna posibilidad, la veo por ese lado. Y no creo que los partidos la creen, va a ser tarea de los intelectuales constituir eso como ejemplo, como expresión. Mis desviaciones de historiador más mi impronta gramsciana me hacen volver en mis clases a la historia del mundo italiano. No es por nada que Gramsci se dedica a estudiar el problema de la literatura en Italia. La unidad italiana parte desde el movimiento literario; es una sociedad con enormes dificultades, con un atraso social muy fuerte más toda una dispersión. No existía conciencia nacional por ningún lado, pero aparece una conciencia nacional cuando surge una literatura que retoma cierto tipo de experiencias, las elabora y las transforma en casi novela. Y eso continuó en la experiencia italiana. Si tú piensas incluso en todo lo que fue la literatura posfascista, en un Elio Vittorini, en un Pavese, en el mismo Italo Calvino, es una literatura que empieza a constituir una identidad nacional, así como en el cine con el neorrealismo italiano. También influye la apertura intelectual del Partido Comunista Italiano, que nos impresionaba por su capacidad de creación cultural, capaz de plantear determinados temas que rompieran incluso con el esquematismo que había sido la trayectoria del estalinismo. En el caso chileno, rescato por lo interesante el aporte de los historiadores.

 

¿Más que la literatura?

He seguido poco lo que se está dando en literatura, pero creo que en ciertas experiencias literarias como Morir en Berlín, de Carlos Cerda, se recupera la experiencia del exilio, o en Cobro revertido, de Leandro Urbina. En cambio, los historiadores y toda su discusión sobre una recuperación crítica de la historia, me parece muy significativa.

 

Esto tiene un problema, y ese es el déficit de los sociólogos: es esencial el intento de análisis crítico del pasado chileno y de la historia chilena. Probablemente está implícito en muchos de ellos una pregunta que está hecha desde el presente, es decir, desde ahora vamos a mirar hacia atrás y vamos a recuperar lo que sea recuperable. Sin embargo, los sociólogos deberían hacerla explícita, es decir, desde dónde pensamos hoy día, desde dónde pensamos para atrás y desde dónde pensamos para delante.

 

LA DEUDA DE LA SOCIOLOGÍA

Aquí hay una demanda de la sociología, profundicemos en ella.

La sociología no está cumpliendo con su rol. Un libro bastante bueno e importante fue Chile actual, anatomía de un mito, de Tomás Moulian, pero ese texto no es lo suficientemente sociológico. El libro se hacía cargo de un malestar, pero si uno lo lee en una lectura quizás superficial, aparece la culpa en la conducta, como que alguien de repente traicionó los viejos ideales, fallando en el análisis más estructural de por qué estos cambios de conducta. No es la intención de Tomás, pero aparece como una especie de crítica de traición de los intelectuales, pero sin que nadie les explique por qué, salvo que sean todos traidores natos. Se puede decir que un grupo social va a tener una enorme tendencia a cambiar de posición y al oportunismo, pero tiene que explicar por qué es oportunista. Y ese es el rol de la sociología, instalar esta discusión que no está, y para situar la que están haciendo los historiadores hay que hacer mucho más explícitas las preguntas del hoy. Y en este aparte pienso en Salazar, Jocelyn-Holt, Sofía Correa y en el grupo de historiadores económicos, como Pinto y otros jóvenes vinculados a la USACH. Esa es la discusión más interesante que se está dando en el plano intelectual y ahí los sociólogos están en deuda.

 

¿Si es una deuda que se arrastra desde hace rato, significa entonces que la sociología ha sido superada por los acontecimientos?

Hemos construido un mito con respecto a la sociología chilena, y de repente nos adjudicamos cosas que no son nuestras sino que son de otros. Tuvimos la suerte en los años 70, del número de exiliados brasileños y argentinos y otros que se radicaron en Chile. Se dice que “el gran momento de la sociología latinoamericana fue el momento de la dependencia”, y el único chileno que estaba metido en eso desde la sociología era yo, el resto eran brasileños, argentinos, etcétera. Sí que participaban algunos economistas que venían de la vertiente Cepal, pero no los sociólogos. La sociología chilena, quizás por el mismo proceso se parecía más a la sociología estadunidense; estoy pensando tanto en gente de la Católica como en gente de la de Chile. Personajes importantes en la formación de los sociólogos chilenos fueron Orlando Sepúlveda, Guillermo Briones. Independientemente de sus posiciones políticas personales, al igual que la sociología estadunidense se definió a sí misma como colaboradora de ese proceso, asumiendo los conflictos sociales que el cambio pudiera producir. Predominó durante largo tiempo dentro de la concepción de la sociología chilena esta idea de sociedad moderna, sociedad tradicional, el rasgo de la sociedad tradicional es lo rural, entonces cómo producimos el cambio para que la sociedad rural se incorpore al mundo moderno, etcétera. Hay una sociología pensándose a sí misma en esos términos. Por la enorme importancia del aparato gubernamental, que también define generalmente las funciones profesionales como “oiga, cómo me resuelve el problema de”, entonces también los sociólogos, en mis tiempos, casi 60 por ciento de los sociólogos trabajábamos en la universidad y el otro 40 por ciento en el gobierno. Hoy día las cosas se han invertido bastante. Pero la idea es que te incorporabas a la función pública como profesional con un sentido progresista, en el sentido de que pensabas que la sociedad chilena iba en la dirección del progreso. La dimensión más crítica no era parte de la tradición de la sociología chilena.

 

A diferencia de lo que uno podría haber pensado, ¿ese es uno de los mitos?

Sí, la dimensión más crítica la verdad es que venía con una reflexión sobre la cosa latinoamericana en su conjunto y era mucho más propia de los sociólogos latinoamericanos: brasileños, argentinos, etcétera. En el momento de predominio de la Revolución Cubana, los sociólogos chilenos asumieron el tema del cambio y la transformación de la revolución y una crítica a la sociedad existente.

 

Pero yo diría que esa gente que asumió esa dimensión no alcanzó a constituirse como referente intelectual fuerte, eran demasiado jóvenes todavía. Hoy, de nuevo la sociología adquiere ese rasgo de la tradición chilena, al tener como referente su colaboración profesional en las políticas estatales, y eso se ha acentuado. Cuando trabajas utilizando un instrumento de la sociología como puede ser la encuesta, el problema fue siempre elaborar las encuestas. Una vez escuché que alguien decía a los alumnos: “no se preocupen por las preguntas, las preguntas las pone el cliente”. Y el cliente puede ser el Estado, el cliente puede ser una empresa privada, pero ya no preguntas sociológicamente, si no que pones tu instrumento al servicio de las preguntas de otros. Es obvio que hay ciertas personas en sociología que cumplen un papel distinto: estamos hablando de Garretón, Brunner, Moulian, son tipos que están con una capacidad de propuesta distinta. Pero el grueso son sociólogos profesionales que te preguntan qué quiere saber, que yo se lo averiguo.

 

Esto significa una gran demanda hacia la sociología, que la planteas en términos de retomar su esencia.

Su función intelectual. Esa es la trayectoria de la sociología estadunidense, con excepciones; pero si tomas la sociología europea, fundamentalmente quizás la alemana, ahí hay una diferencia con la inglesa, en cierta medida la francesa, es una sociología mucho más de reflexión crítica sobre la propia experiencia. La tienes desde un Weber hasta un Habermas.

 

¿Dónde se forma ese sociólogo con pensamiento crítico? ¿En la universidad?

Debería serlo, y en el plano de la Facultad de Ciencias Sociales, en la cual estoy, el tema de la reflexión crítica, que todos lo pueden poner como declaración de principios, no es lo que predomina, sino más bien una función más profesional orientada a la resolución de problemas sociales. Por eso he insistido en la necesidad de establecer un diálogo con los historiadores, de recuperar un diálogo con la gente de filosofía, estoy pensando en Humberto Gianinni, en Carlos Ruiz, quienes poseen una cierta capacidad de reflexión sobre la sociedad chilena y sobre los problemas actuales de la sociedad contemporánea.

Hay una larga trayectoria en la Universidad de Chile, con una fuerte tendencia a la dimensión profesional, y también es cierto lo que muchas veces se dice, Chile produce buenos profesionales y malísimos intelectuales. Uno ve el nivel de los intelectuales peruanos, y eran mucho mejores intelectualmente que nosotros, pero si pensabas en términos de la formación profesional, los superábamos.

 

Parte de la crisis de pensamiento hoy se explica en que estos grandes relatos e interpretaciones fueron sancionados a partir de la caída de los socialismos reales.

 

Esa tendencia contaba con ciertas figuras intelectuales que cumplían otro papel, y estas figuras también estaban en la universidad: un Eugenio González, un Juan Gómez Millas, un Mario Góngora, incluso un Jaime Eyzaguirre, poseían grandes visiones. Eso siempre existió, y una ventaja quizás era que la Facultad de Filosofía era Facultad de Filosofía y Educación y teníamos el Pedagógico, y estas grandes ideas se transmitían hacia abajo en la formación de profesores que a su vez iban a constituir en el ámbito de la educación secundaria una preocupación de orden cultural, intelectual. En la universidad eso lo veo muy disminuido, y creo que la primera tarea es recuperar esas capacidades.

 

NOTAS

* El texto publicado en este Cuaderno es parte de la antología Dimensiones sociales, políticas y culturales del desarrollo, organizada y presentada por Manuel Antonio Garretón, Colección del Pensamiento Crítico Latinoamericano editada por CLACSO Coediciones con Siglo del Hombre Editores (Colombia, 2009).

** Sociólogo, historiador y economista chileno (1935-2003). Especialista en el análisis del subdesarrollo latinoamericano y de sus implicaciones sociales. Entre sus obras destacadas figuran: Dependencia y desarrollo en América Latina, escrita junto a Fernando Henrique Cardoso; Génesis histórica del proceso político chileno y El liberalismo.

 

 

DEPRESION MUNDIAL: GUERRAS REGIONALES Y DECLIVE DEL IMPERIO DE EEUU

 

                                                                                                          James Petras

                                                                                                          Rebelión

 

Traducido por Sinfo Fernández y S. Seguí. Revisado por Caty R.

 

 

Introducción

Todos los ídolos del capitalismo de los tres últimos decenios se han venido abajo. Los dogmas y lugares comunes, los paradigmas y los diagnósticos de progreso indefinido bajo el capitalismo liberal de mercado libre no han resistido la prueba de la realidad. Estamos viviendo el fin de una época y los expertos de todo el mundo atestiguan el hundimiento del sistema financiero de EEUU y del mundo entero, la falta de crédito al comercio y la falta de financiación de la inversión. Se está perfilando una depresión mundial en la que el paro se cierne sobre la cuarta parte de la fuerza laboral mundial. El mayor descenso del comercio en la historia reciente –bajada del 40% anual– define el futuro. Las quiebras inminentes de las empresas fabricantes más grandes del mundo capitalista atormentan a los líderes políticos occidentales. Se han desacreditado el mercado como mecanismo de asignación de recursos y el gobierno de EEUU como líder de la economía global. (Financial Times, 9 de marzo de 2009); y todas las suposiciones sobre la “autoestabilización” de los mercados son claramente falsas y obsoletas. El rechazo a la intervención pública en el mercado y la defensa de la economía de la oferta se han desacreditado hasta para sus incondicionales. Incluso los círculos oficiales reconocen que la desigualdad de las rentas ha contribuido a la quiebra económica y debe corregirse. La planificación, la propiedad pública y las nacionalizaciones están en el orden del día, mientras que las alternativas socialistas han llegado a ser casi respetables.

Con el inicio de la depresión se han abandonado todos los mantras del último decenio. A medida que fallan las estrategias de crecimiento basadas en las exportaciones, resurgen las políticas de sustitución de importaciones. A medida que la economía mundial se desglobaliza y se repatrían los capitales para salvar las casas matrices casi arruinadas, se propone la propiedad pública. A medida que miles de millones de dólares-euros-yenes en activos se destruyen y devalúan, los despidos masivos extienden el desempleo por todas partes. El miedo, la ansiedad y la incertidumbre acechan a los ministerios del Estado, las instancias directivas financieras, las oficinas centrales, las fábricas y las calles.

 

Entramos en una época de agitación, en la que se fracturan profundamente los fundamentos del orden político y económico mundial, hasta el punto de que nadie puede imaginarse una restauración del orden político-económico del pasado reciente. El futuro promete caos económico, agitación política y empobrecimiento de las masas. De nuevo, el espectro del socialismo se cierne sobre las ruinas de los anteriores gigantes de las finanzas. A medida que se hunde el capitalismo de libre mercado, sus defensores ideológicos abandonan el barco y los antiguos estribillos sobre la bondad del mercado, y proponen un nuevo eslogan: el Estado como salvador del sistema, una propuesta incierta cuyo único resultado será prolongar el pillaje del tesoro público y posponer la agonía del capitalismo tal como lo hemos conocido.

 

Teoría de la crisis del capital: la desaparición del experto económico

Las fallidas políticas económicas de los líderes de la política y la economía se basan en el funcionamiento del capitalismo de mercado. Para evitar una crítica del sistema capitalista, los tratadistas echan la culpa a los líderes y a los expertos financieros por su incompetencia, su avaricia y sus defectos individuales.

 

La charlatanería ha sustituido al análisis razonado de las estructuras, las fuerzas materiales y la realidad objetiva que impulsan, motivan y ofrecen incentivos a los inversores, los responsables políticos y los banqueros. Cuando las economías capitalistas se derrumban, los dioses enloquecen a los políticos y los articulistas, los priva de la capacidad de razonar sobre los procesos objetivos y los envía a las tinieblas de la especulación subjetiva.

 

En vez de examinar las estructuras de oportunidad creadas por el enorme excedente de capital y los márgenes de beneficio realmente existentes, que impulsan a los capitalistas a la actividad financiera, nos dicen que ha sido un “fracaso de liderazgo”. En vez de examinar el poder y la influencia de la clase capitalista sobre el Estado, en especial en la selección de unos responsables políticos y unos reguladores económicos que permitan maximizar sus beneficios, nos dicen que ha habido una “falta de comprensión” o una “ignorancia intencionada de lo que requieren los mercados.” En vez de analizar concretamente las clases y relaciones sociales reales –en particular las clases capitalistas históricas que actúan en los mercados reales– los charlatanes postulan un mercado abstracto poblado por capitalistas imaginarios (racionales). En vez de examinar cómo el aumento de los beneficios, los mercados en expansión, el crédito barato, el trabajador sometido y el control sobre las políticas y los presupuestos del Estado crean la confianza de los inversores –y cómo su ausencia destruye esta confianza–, los charlatanes afirman que la pérdida de confianza es la causa del derrumbe económico. El problema objetivo de la pérdida de las condiciones específicas para la producción de beneficios, que conduce a la crisis, se convierte en una opinión sobre esta pérdida.

 

La fe, la esperanza y la confianza en las economías capitalistas proceden de unas relaciones y unas estructuras económicas que producen beneficios. Estos estados psicológicos provienen de resultados exitosos, es decir, de las transacciones, las inversiones, el aumento de valor de las acciones y la multiplicación de beneficios presentes y futuros. Cuando las inversiones fracasan, las empresas pierden dinero y quiebran, y los perjudicados dejan de confiar en los propietarios y sus agentes; cuando sectores económicos enteros perjudican seriamente a toda la clase de inversores, depositarios y prestatarios, se produce una pérdida de confianza en el sistema.

 

La charlatanería es el último recurso de los ideólogos, académicos, expertos y editorialistas financieros capitalistas. Poco dispuestos enfrentarse al desglose de los mercados capitalistas realmente existentes, escriben y recurren a vagas utopías como los “mercados apropiados” distorsionados por “determinados modos de pensar.” Es decir, para salvar su fallida ideología, basada en los mercados capitalistas, se inventan un ideal moral: el mercado y el modo de pensar capitalista apropiados, divorciado de cualquier comportamiento real y de los imperativos y contradicciones económicas inscritos en la lucha de clases.

 

Los argumentos económicos inadecuados y faltos de rigor que impregnan los escritos de los ideólogos capitalistas están en un plano paralelo a la quiebra del sistema social en el que se enmarcan. El fracaso intelectual y moral de la clase capitalista y sus seguidores políticos no son defectos personales, sino que reflejan el fracaso económico del mercado capitalista.

 

La quiebra del sistema financiero de EEUU es síntoma de un hundimiento más profundo del sistema capitalista, que tiene sus raíces en el desarrollo dinámico del capitalismo de los tres últimos decenios. En el sentido más amplio, la depresión mundial actual es el resultado de la formulación clásica resumida por Karl Marx hace más de 150 años: la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de la producción existentes.

 

A diferencia de los teóricos que sostienen que han sido las finanzas y el capitalismo postindustrial los que han destruido o “desindustrializado” la economía mundial y han puesto en su lugar una especie de capitalismo de casino, o capitalismo especulativo, es evidente que hemos sido testigos del crecimiento a largo plazo más espectacular de la historia del capitalismo industrial, que ha llegado a emplear más trabajadores industriales asalariados que nunca en la historia. Impulsadas por unas tasas crecientes de beneficios, las inversiones a gran escala y largo plazo, cada vez mayores, han sido la fuerza motriz de la penetración del capital industrial y conexo hasta las regiones subdesarrolladas más remotas. Los países capitalistas, nuevos y viejos, han visto nacer y crecer imperios económicos enormes que han derribado barreras políticas y culturales, permitiendo con ello la incorporación y la explotación de miles de millones de trabajadores, nuevos y viejos, en un proceso implacable. Dado que la competencia de los nuevos países industrializados se ha intensificado, y dado también que los crecientes beneficios han llegado a exceder la capacidad de reinvertirlos provechosamente en los antiguos centros capitalistas, grandes masas de capital han migrado hacia Asia, América Latina, Europa del Este y, en menor grado, a Oriente Medio y África meridional.

 

Los enormes beneficios excedentarios se volcaron en los servicios, entre otros los financieros, el sector inmobiliario, los seguros y las grandes propiedades de tierras, urbanas y rurales.

 

El dinámico crecimiento de las innovaciones tecnológicas del capitalismo encontró su expresión más clara en un mayor poder social y político, que eclipsó a los trabajadores organizados limitando su capacidad de negociación, y permitió multiplicar los beneficios. Con el crecimiento de los mercados mundiales, los trabajadores pasaron a ser considerados, simplemente, como costes de producción, no como consumidores finales. Los salarios se estancaron, los beneficios sociales se limitaron, recortaron o trasladaron a los trabajadores. En esta situación de crecimiento capitalista dinámico, el Estado y sus políticas se convirtieron en un instrumento totalmente al servicio del capital: se debilitaron las restricciones, los controles y las reglamentaciones. Lo que se denominó neoliberalismo abrió nuevos ámbitos a la inversión de los beneficios excedentes: se privatizaron las empresas, la tierra, los recursos y los bancos públicos.

A medida que se intensificaba la competencia y surgían nuevas potencias en Asia, el capital de EEUU invertía cada vez más en actividades financieras. En los circuitos financieros se elaboraron toda una serie de instrumentos financieros que atrajeron la riqueza y los beneficios de los sectores productivos.

 

El capital de EEUU no se “desindustrializó”, sino que se desplazó a China, Corea y otros centros de crecimiento, no a causa de la caída de los beneficios, sino por los beneficios más altos que obtienen las empresas fabricando en ultramar.

 

En China, La apertura al capitalismo proporcionó a centenares de millones de trabajadores empleos sometidos a una brutal explotación con salarios de subsistencia, ningún beneficio social y escaso o ningún poder social organizado. Una nueva clase de colaboradores capitalistas asiáticos, consolidada y fomentada por el capitalismo asiático de estado, aumentó el volumen enorme de beneficios. Las tasas de inversión alcanzaron proporciones desorbitadas, teniendo en cuenta las enormes desigualdades entre la clase de los propietarios y los trabajadores asalariados. Los enormes excedentes aumentaron, pero con una considerable limitación de la demanda interna. El crecimiento de las exportaciones y los consumidores de ultramar se convirtieron en la fuerza impulsora de las economías asiáticas. Los fabricantes de EEUU y Europa invirtieron en Asia para exportar de nuevo a sus mercados interiores, lo que desplazó la estructura del capital interno en favor del comercio y las finanzas. Los bajos salarios pagados a los trabajadores llevaron a una gran expansión del crédito. La actividad financiera creció en proporción a la entrada de mercancías de los dinámicos países de reciente industrialización. Los beneficios industriales se reinvirtieron en servicios financieros. Los beneficios y la liquidez crecieron en proporción a la decadencia relativa del valor real generado por el paso del capital industrial al capital financiero-comercial.

 

Los superbeneficios generados por la producción, el comercio y las finanzas mundiales, y el reciclaje en EEUU de las ganancias obtenidas en ultramar a través de los circuitos financieros, tanto estatales como privados, crearon una enorme liquidez. Mucho más alta que la capacidad histórica de las economías de EEUU y Europa para absorber tales beneficios en sectores productivos.

 

La explotación dinámica y voraz del enorme excedente de mano de obra de China, la India y otros lugares, el pillaje total y la transferencia de cientos de miles de millones de dólares de la Rusia ex comunista y la América Latina neoliberalizada llenó las cajas de instituciones financieras nuevas y viejas.

 

La sobreexplotación del trabajo en Asia y la sobreacumulación de liquidez financiera en EEUU llevaron a la ampliación de la economía de papel y a lo que los economistas liberales llamaron luego desequilibrio global entre los ahorradores-inversores-exportadores (en Asia) y los consumidores-financieros-importadores (en EEUU). Los enormes excedentes comerciales del Este se titularizaron mediante la compra de bonos del Tesoro de EEUU. La economía estadounidense estuvo respaldada, precariamente, por una economía de papel cada vez más inflada.

 

La expansión del sector financiero fue el resultado de las altas tasas de rendimiento y se aprovechó de la economía liberalizada impuesta por el poder del capital de inversión diversificado en los decenios anteriores. La internacionalización del capital, su crecimiento dinámico y el crecimiento enorme del comercio progresaron con una aceleración mayor que los salarios estancados, los beneficios sociales decrecientes y el gran excedente de mano de obra. Temporalmente, el capital intentó potenciar sus beneficios por medio de la propiedad inmobiliaria inflada gracias a la ampliación del crédito, la deuda altamente apalancada y una serie de instrumentos financieros claramente fraudulentos (activos invisibles sin valor.) El hundimiento de esta economía de papel dejó al descubierto un sistema financiero hipertrofiado y forzó su desaparición. La pérdida de recursos financieros, crédito y mercados repercutió en todas las potencias industriales orientadas a la exportación de bienes industriales. La falta de consumo social, la debilidad del mercado interior y las enormes desigualdades negaron a los países industrializados cualquier tipo de mercado compensatorio para estabilizar o limitar su deslizamiento hacia la recesión y la depresión. El crecimiento dinámico de las fuerzas productivas basadas en la sobreexplotación del trabajo, llevado hasta la hipertrofia de los circuitos financieros, puso en movimiento el proceso de expulsión –feeding off– de la industria y de subordinación del proceso de acumulación al capital altamente especulativo.

 

La mano de obra barata, las fuentes de beneficio, la inversión, el crecimiento comercial y las exportaciones a escala mundial ya no podían sostener, a la vez, el pillaje por parte del capital financiero y el mantenimiento de un mercado para el sector industrial dinámico. Lo que se interpretó erróneamente como una crisis financiera, o más particularmente una crisis de la vivienda y las hipotecas, fue simplemente el pistoletazo de salida del hundimiento de un sector financiero hipertrofiado. El sector financiero, que en un primer momento surgió de la expansión dinámica del capitalismo productivo, se puso más tarde contra éste. Los vínculos históricos y los lazos globales entre la industria y el capital financiero llevaron inevitablemente a una crisis capitalista sistémica, implícita en la contradicción entre una empobrecida fuerza de trabajo y la concentración del capital. La depresión mundial actual es un producto del proceso de sobreacumulación del sistema capitalista, en el que la quiebra del sistema financiero fue el detonador pero no el determinante estructural. Esto se demuestra por el hecho de que países industriales como Japón y Alemania experimentaron una caída de la exportación, la inversión y el crecimiento mayor que otros países financieros como EEUU y Reino Unido.

 

El sistema capitalista en crisis destruye el capital para purgarse de las empresas y los sectores menos eficaces y competitivos y más endeudados, y para reconcentrar el capital mientras se reconstruye la capacidad de acumulación, dadas las condiciones políticas necesarias. La recomposición del capital surge del pillaje de los recursos del Estado, es decir de los llamados rescates y otras transferencias masivas de la Hacienda pública (léase, de los contribuyentes), que resulta de la reducción salvaje de transferencias sociales (léase, servicios públicos) y del abaratamiento de los salarios conseguido mediante despidos, desempleo masivo, reducciones salariales, de pensiones y sanitarias, y el empeoramiento general de las condiciones de vida que permitan aumentar la tasa de beneficio.

 

La depresión mundial: un análisis de clase

Los indicadores económicos generales del auge y el declive del sistema capitalista mundial son de escaso valor para la comprensión de las causas, la trayectoria y el impacto de la depresión mundial. En el mejor de los casos, describen la carnicería económica; en el peor, ofuscan a las clases sociales dominantes y gobernantes –con sus complejas redes y transformaciones que dirigieron la expansión y el hundimiento económico– y a las clases trabajadoras asalariadas –que produjeron la riqueza que alimentó la fase expansiva y ahora pagan el coste del hundimiento económico-.

 

Ya es una perogrullada decir que los que causaron la crisis son también los mayores beneficiarios de la generosidad de los gobiernos. La simple observación cotidiana de que las clases gobernantes produjeron la crisis y la clase trabajadora está pagando la factura, con un coste mínimo para aquéllas, es un reconocimiento de la utilidad del análisis de clase a la hora de descifrar la realidad social que se oculta detrás de los datos económicos generales. Tras la recesión de principios de los 70, la clase capitalista industrial occidental consiguió asegurarse una financiación que le permitió iniciar un período de crecimiento extenso y profundo que cubrió todo el globo. Los capitalistas alemanes, japoneses y del Sureste Asiático prosperaron, compitieron y colaboraron con sus homónimos de EEUU. Durante este período, el poder social, la organización y la influencia política de la clase trabajadora perdió importancia, tanto en términos absolutos como relativos, en paralelo al descenso de su participación en la renta material. Las innovaciones tecnológicas, incluida la reorganización del trabajo, compensaron las subidas salariales con la reducción de la masa de trabajadores, y en particular de su capacidad de ejercer presión sobre las prerrogativas de la gestión. Se consolidó la posición estratégica capitalista en la producción y sus dueños pudieron ejercer un control casi absoluto sobre la localización y los movimientos del capital.

 

Los poderes capitalistas establecidos –especialmente en el Reino Unido y EEUU— con grandes reservas de capital y enfrentados a una creciente competencia por parte de los capitalistas alemanes y japoneses, completamente recuperados, intentaron ampliar sus tasas de rentabilidad trasladando sus inversiones de capital a las finanzas y los servicios. Al principio, esta iniciativa estaba vinculada y dirigida a la promoción de las ventas de sus productos manufacturados, proporcionando para ello el crédito y la financiación para las compras de automóviles o productos electrodomésticos. Los capitalistas industriales menos dinámicos deslocalizaron sus fábricas de montaje hacia las regiones y países con salarios más bajos. El resultado fue que los capitalistas industriales de EEUU tomaron más un aspecto de financieros manteniendo su carácter industrial en la operación de sus filiales manufactureras de ultramar y sus proveedores satélites. Al mismo tiempo, la fabricación en países de bajos salarios y los rendimientos financieros en el propio país hincharon los beneficios generales de la clase capitalista. Mientras que la acumulación de capital se extendía en el país de origen, los salarios nacionales y los costes sociales sufrían presiones a medida que los capitalistas trasladaban los costes de la competencia a las espaldas de los asalariados por mediación de la colaboración sindical en EEUU y de los partidos políticos socialdemócratas en Europa. Las limitaciones salariales, la vinculación de los salarios a la productividad de una manera asimétrica y los pactos entre capital y trabajo aumentaron los beneficios. Los trabajadores de EEUU recibieron compensaciones mediante importaciones baratas de productos de consumo, producidas por los trabajadores sometidos a salarios más bajos de los países de reciente industrialización, y mediante el acceso al crédito fácil.

 

Durante la década de los 90, el pillaje occidental de la ex URSS, con la colaboración de gángsters oligarcas locales, condujo a una fuga masiva del capital saqueado hacia los bancos occidentales. La transición china al capitalismo en los años 80, que se aceleró en los 90, amplió la acumulación de beneficios industriales derivados de la explotación intensiva de decenas de millones de asalariados con sueldos a niveles de subsistencia. Mientras el pillaje de billones de dólares en Rusia y toda la ex Unión Soviética hinchaba el sector financiero de Europa Occidental y EEUU, el crecimiento masivo de miles de millones de dólares en transferencias y el blanqueo de dinero ilegal hacia bancos de EEUU y Reino Unido contribuyó a la hipertrofia del sector financiero. El alza de los precios del petróleo y de los beneficios de los capitalistas rentistas añadió una nueva fuente de beneficios y de liquidez financieros. El pillaje, las rentas y el dinero negro proporcionaron una vasta acumulación de riqueza financiera desconectada de la producción industrial. Por otra parte, la rápida industrialización de China y otros países asiáticos proporcionó un gran mercado para los fabricantes alemanes y japoneses de producto de gama alta: suministraron maquinaria y tecnología de alta calidad a las fábricas chinas y vietnamitas.

 

Los capitalistas de EEUU no se desindustrializaron, quien lo hizo fue el país. Al deslocalizar la producción a ultramar e importar los productos acabados, y al centrarse en el crédito y financiación, la clase capitalista de EEUU y sus miembros se volvieron diversificados y multisectoriales. Multiplicaron sus beneficios e intensificaron la acumulación de capital.

 

Por otra parte, los trabajadores estaban sometidos a múltiples formas de explotación: los salarios se estancaron, los acreedores incrementaban sus intereses y los puestos de trabajo de altos salarios y alto nivel se transformaron en empleos de servicios con sueldos más bajos, lo que redujo constantemente el nivel de vida de aquéllos.

 

El proceso básico que ha conducido a la debacle estaba bien claro: el crecimiento dinámico de la riqueza capitalista occidental estuvo basado, en parte, en el pillaje brutal de la URSS y América Latina, que sufrieron un descenso acentuado de sus condiciones de vida durante los años 90. La explotación intensificada y salvaje de centenares de millones de trabajadores chinos, mexicanos e indonesios mal pagados, y el éxodo forzado de campesinos a la industria produjo altas tasas de acumulación. La decadencia relativa de salarios en EEUU y Europa Occidental también contribuyó a la acumulación de capital. El énfasis alemán, chino, japonés, latinoamericano y europeo oriental en un crecimiento impulsado por el sector exportador contribuyó al desequilibrio o contradicción entre la riqueza capitalista concentrada y la propiedad y la creciente masa de trabajadores de bajos salarios. Las desigualdades a escala mundial crecieron geométricamente. El proceso dinámico de acumulación excedió la capacidad del sistema capitalista, altamente polarizado, de absorber el capital en sus actividades productivas dadas las altas tasas existentes de beneficio. Esto condujo al crecimiento multiforme y a gran escala del capital especulador que infló los precios e invirtió en el sector inmobiliario, las materias primas, los fondos de capital de riesgo, los valores bursátiles, la financiación de la deuda y las fusiones y adquisiciones, actividades todas divorciadas de la producción de valor real. El auge industrial y las restricciones de clase impuestas a los salarios de los trabajadores socavaron la demanda nacional e intensificaron la competencia en los mercados mundiales. La actividad financiera especulativa, provista de una liquidez masiva, ofreció una solución a corto plazo: los beneficios basados en la financiación de deuda. La competencia entre prestatarios fomentó la disponibilidad de crédito barato. La especulación inmobiliaria llegó hasta la clase trabajadora, a medida que trabajadores asalariados sin ahorros personales o activos se aprovecharon de su acceso a préstamos fáciles para unirse al frenesí inducido por los especuladores, basándose en la idea de un incremento incesante del valor de las viviendas. El inevitable hundimiento repercutió en todo el sistema y detonó la parte inferior de la cadena especulativa. De los últimos participantes hasta los detentores de los productos hipotecarios subprime, la crisis ascendió hasta afectar a los bancos y las sociedades más grandes, implicados en rescates y adquisiciones, altamente endeudados. Todos los sectores diversificados, de la manufactura a las finanzas, la especulación comercial y de materias primas, sufrieron las consecuencias. Toda la panoplia de capitalistas se enfrentó a la quiebra y los exportadores industriales alemanes, japoneses y chinos que descansaban en la explotación del trabajo fueron testigos del hundimiento de sus mercados de exportación.

 

El estallido de la burbuja financiera fue resultado de la sobreacumulación de capital industrial y del pillaje de la riqueza a escala mundial. La sobreacumulación se arraiga en la relación capitalista más fundamental: las contradicciones entre la propiedad privada y la producción social, la concentración simultánea del capital y el declive de las condiciones de vida.

 

Encontramos por doquier indicadores de la creciente depresión de 2009:

  • Las quiebras aumentaron en un 14% en 2008 y pueden incrementarse otro 20% en 2009 (Financial Times, 25 de febrero de 2009; p.27);
  • La depreciación de los grandes bancos occidentales ya está en torno a un billón de dólares y sigue creciendo (según el Institute for International Financing, grupo de presión en Washington de los grupos bancarios.) (Financial Times, 10 de marzo de 2009 p.9);
  • Y según el mismo Financial Times, las pérdidas que sufren los bancos que tienen que ajustar a la baja sus inversiones a los precios de mercado ya alcanzan los tres billones de dólares, equivalentes al valor anual de la producción económica británica. Como se cita en el mismo informe, el Banco Asiático de Desarrollo estima que los activos financieros a escala mundial se han reducido en más de 50 billones de dólares, una cifra equivalente a la producción global anual. Para 2009, EEUU tendrá un déficit presupuestario del 12,3% de su PIB y unos déficits fiscales que pueden llevar a la ruina de las finanzas públicas.

Los mercados mundiales experimentan una caída vertical:

  • El índice Topix ha caído de 1.800 a mediados de 2007 a 700 a principios de 2009;
  • Standard & Poor de 1.380 a principios de 2008 a 700 en 2009;
  • FTSE 100 de 6.600 a 3.600 a principios de 2009;
  • Hang Seng de 32.000 a principios de 2008 a 13.000 a comienzos de 2009 (FT, 25 de febrero de 2009; p.27);
  • En el cuarto trimestre de 2008, el PIB se redujo en un porcentaje anual del 20,8% en Corea del Sur, 12,7% en Japón, 8,2% en Alemania, 2,9% en el Reino Unido y 3,8% en EEUU (FT, 25 de febrero de 2009; p.9);
  • El índice Dow Jones ha disminuido de 14.164 en octubre de 2007 a 6.500 en marzo de 2009;
  • El porcentaje de decrecimiento anual de la producción industrial fue del 21% en Japón, el 19% en Corea del Sur, el 12% en Alemania, el 10% en EEUU y el 9% en el Reino Unido (FT, 25 de febrero de 2009; p.9);
  • Se prevé que los flujos de capital privado netos dirigidos a los países capitalistas menos desarrollados por los países imperiales se reduzcan en un 82% y los flujos de crédito por un valor de 30.000 millones de dólares (FT, 25 de febrero de 2009; p.9);
  • La economía de EEUU disminuyó en un 6,2% en los últimos tres meses de 2008 y cayó aún más en el primer trimestre de 2009 a consecuencia de una reducción acentuada de las exportaciones (23,6%) y gastos de consumo (4.3%) en el último trimestre de 2008 (BBC, 27 de febrero de 2009).

Con más de 600.000 trabajadores que pierden mensualmente sus empleos en los tres primeros meses de 2009 y muchos más que han visto reducidas sus horas extraordinarias, o las verán durante 2009, el desempleo real y camuflado puede alcanzar hasta el 25% a finales de año. Todo apunta a una depresión profunda y prolongada:

  • Las ventas de automóviles de General Motors, Chrysler y Ford se redujeron casi el 50% de 2007 a 2008. El primer trimestre de 2009 registró otra disminución del 50%;
  • Los mercados extranjeros se están agotando a medida que la depresión se extiende a ultramar;
  • En el mercado interior de EEUU, las ventas de mercancías duraderas están disminuyendo en un 22% (BBC, 27 de febrero de 2009); y
  • Las inversiones residenciales cayeron un 23,6% y la inversión empresarial en un 19,1%, reducción liderada por un descenso del 27,8% en bienes de equipo y programas informáticos.

La desinversión liderada por la actividad empresarial privada es la que impulsa la depresión. Los stocks empresariales en aumento, la inversión decreciente, las quiebras, las ejecuciones hipotecarias, los bancos insolventes, las pérdidas masivas acumuladas, el acceso restringido al crédito, la caída del precio de los valores y una reducción del 20% de la riqueza de los hogares (más de 3 billones de dólares) son causa y consecuencia de la depresión. Como resultado del hundimiento de los sectores industrial, minero, inmobiliario y comercial, hay por lo menos 2,2 billones de dólares de deuda bancaria tóxica en todo el mundo, mucho más que los fondos de rescate asignados por la Casa Blanca en octubre de 2008 y febrero y marzo de 2009.

 

La depresión está disminuyendo la presencia económica mundial de los países imperiales y además socava las estrategias de exportación financiadas por capital extranjero en América Latina, Europa del Este, Asia y África.

 

Casi todos los economistas, expertos, asesores de inversiones, historiadores de la economía y conocedores variopintos comparten una fe común de que, a largo plazo, el mercado de valores se recuperará, la recesión terminará y el gobierno se retirará de la economía. Anclados en conceptos relativos a modelos cíclicos y tendencias históricas del pasado, estos analistas pierden de vista las actuales realidades sin precedentes: la naturaleza mundial de la depresión económica, la velocidad sin precedente de la caída, los niveles de deuda contraídos por los gobiernos para sostener los bancos e industrias insolventes y los extraordinarios déficits públicos, que absorberán recursos durante muchas generaciones.

 

Los profetas académicos del largo plazo seleccionan arbitrariamente marcadores de tendencia del pasado que se establecieron en un contexto político-económico radicalmente diferente del actual. La charla ociosa de los economistas de la postcrisis desatiende los parámetros abiertos y en constante variación, con lo que pasan por alto los verdaderos marcadores de tendencia de la depresión actual. Como observa un analista, "ninguna condición de partida que seleccionemos entre los datos históricos disponibles puede dar una réplica exacta de las condiciones de partida en cualquier otro momento, porque, en ambos casos, los precedentes nunca son idénticos" (FT, 26 de febrero de 2009; p.24.) La actual depresión estadounidense tiene lugar en el contexto de una economía desindustrializada, un sistema financiero insolvente, con déficits fiscales récord, déficits comerciales récord, una deuda pública sin precedentes, una deuda exterior “multibillonaria” y más de 800.000 millones de dólares asignados a los gastos militares de varias guerras y ocupaciones en curso. Todas estas variables desafían los contextos en los que tuvieron lugar las depresiones anteriores. Ninguno de dichos contextos previos a una crisis del capitalismo se parece a la situación de hoy. La actual configuración de estructuras económicas, políticas y sociales del capitalismo incluye niveles astronómicos de pillaje del tesoro público con el fin de apuntalar bancos e industrias insolventes, lo que implica un volumen de transferencia de rentas sin precedentes de los salarios a los rentistas no productivos, los capitalistas fallidos, los receptores de dividendos y los acreedores. El índice y los niveles de apropiación y reducción del ahorro, los planes de pensiones y los planes sanitarios, todo sin ninguna compensación, ha desembocado en la más rápida y extensa reducción de las condiciones de vida y el mayor empobrecimiento masivo en la historia reciente de EEUU.

 

Nunca en la historia del capitalismo ha tenido lugar una crisis económica profunda sin que hubiera algún movimiento, partido o estado socialista alternativo presente para plantear una alternativa. Nunca los estados y gobiernos han estado bajo un control tan absoluto de la clase capitalista, especialmente en la asignación de recursos públicos. Nunca en la historia de una depresión económica se ha destinado tanto gasto público, tan unilateralmente, a la compensación de una clase capitalista fallida ni se ha destinado tan poco a los asalariados.

 

Los nombramientos y las políticas económicas del gobierno de Obama reflejan claramente el control total de la cla