LOS ENEMIGOS DEL CAMBIO Y LAS AUTONOMIAS

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Publicado el 01/06/2009

Para nadie es un secreto que la oposición se encuentra muy débil. Fraccionada, sin rumbo, presionada por el tiempo y, lo peor, sin encontrar un modo de frenar la consolidación del poder en manos del oficialismo, que de lejos les lleva la delantera. Es decir casi resignada a la derrota.

 

El esquema actual de poder ha logrado importantes avances en su estructura política. Ha consolidado el modelo de la “maquinaria electoral” de la cual hacen también gala los gobiernos de Hugo Chávez y Rafael Correa. Consiguió ampliar su espectro, hecho testimoniado por el resultado de las urnas en todas las consultas y referendos realizados desde el año 2005.

 

 

Quienes se hallan empeñados en potenciar a las fuerzas del oficialismo no sienten temor del accionar de la oposición. Por el contrario, el mayor rival que tiene el MAS hoy es el propio MAS. Los únicos contratiempos en esta carrera por lograr la retoma del poder están incrustados en el partido político que llevó a Evo Morales al Gobierno. Sus guerras internas, los conocidos hechos de corrupción y gestiones decepcionantes en varias áreas comprometen la imagen de los actuales gobernantes. 

 

 

Paralelamente, los pocos éxitos logrados por la oposición, especialmente mediante la lucha por las autonomías, fueron desperdiciados sin beneficio alguno. De ahí que en lugar de mantener la bandera autonomista y la defensa de la democracia como valioso capital político, se extraviaron en males parecidos a los del MAS.

 

La inoperancia y carencia de objetivos claros sirvieron solamente para alimentar la soberbia de los reyes chicos, el título de gobernadores les quedó muy grande. No supieron responder política ni administrativamente con una gestión positiva que pudo servirles de plataforma. Sus claros vínculos con algunos sectores de la ultra derecha les han quemado las manos. No captaron la dura lección que llevó a la hecatombe a los partidos tradicionales que, por sus errores y corrupción, hicieron inviable cualquier intento de rescatar su liderazgo. 

 

Todo lo anterior encuentra ahora para los opositores una complicación mayor: la sombra, inventada o real, que muestra a algunos empresarios, políticos y cívicos autonomistas relacionados con grupos radicales. ¿Acaso no abre un resquicio de duda aquella torpe tolerancia a los matones y vándalos que hicieron gala de racismo, violencia y cobardía? Sí, la tolerancia a aquellos que se dieron a la tarea de tomar instituciones y a golpear en grupo a humildes inmigrantes del norte trae ese tipo de consecuencias.

 

Si, por montaje o constatación, el vínculo mercenarios-cívicos logra establecerse, se producirá un daño irreparable para una causa que merecía mejor suerte. Cómo dudarlo, la autonomía en un principio nació revestida con el ropaje de una lucha regional por reivindicaciones justas.

 

Consecuentemente, sólidos anhelos de las regiones quedarían casi destrozados. Pueblos que vieron en la campaña por la autonomía al brazo que permitiría alcanzar su propio desarrollo bajo la consigna del mejor aprovechamiento de sus recursos naturales y de sus potencialidades caerían en otra decepción.

 

Ojala que las sindicaciones en contra de los jerarcas de oriente, no pasen de ser otra dura trampa de la guerra sucia. Ojalá que todo se aclare para bien de la democracia. De todas maneras, el mal está hecho.

 

Las evidencias de que existen algunos grupos radicales con intenciones separatistas, apoyados por sectores económicos importantes, abren un lamentable e injustificable camino de violencia. Seguramente este estigma se traducirá en un grave perjuicio para la idea de conformar un frente de consenso y de ofrecer una alternativa seria y coherente en las elecciones de diciembre.

 

Doble desgracia: el MAS se convirtió en el mayor enemigo del “cambio”, los cívicos fueron los mayores enemigos de la autonomía. La víctima resultó una sola: Bolivia.