DEMONIOS DE UN PARAISO FRAUDULENTO
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Por:
David Rodríguez Seoane

Publicado el 01/08/2009

Cerca de la cuarta parte de la riqueza privada global se oculta en los 72 paraísos fiscales que las teorías del Laissez faire (dejar hacer) han ido creando en diferentes puntos estratégicos de los cinco continentes. El pensamiento neoliberal ha permitido la triste paradoja de que el hambre pueda ser erradicada en el mundo con 40.000 millones de euros durante cinco años, según las estimaciones de la ONU, lo que apenas supone el 0,5% de los depósitos privados que evaden impuestos en la sombra de la fiscalidad.

 

Se calcula que más de ocho billones de euros se guardan en lugares como Suiza, Luxemburgo, Mónaco, Hong Kong, Kuwait, Uruguay o Puerto Rico sin que sus propietarios paguen ni un céntimo al erario público. Ha tenido que producirse un colapso financiero para que las grandes potencias empiecen a pensar, después más de siete décadas de pasividad absoluta, en la "incomodidad" de estos auténticos emporios de la corrupción.
Tras la reunión del G 20, celebrada el pasado abril en Londres, se puso sobre la mesa la posibilidad de cooperar y de favorecer el intercambio de informaciones para terminar de una vez por todas con los centros offshore, así conocidos en inglés porque funcionan como cajas de caudales de divisas extranjeras. El primer ministro británico, Gordon Brown, se aventuró a decir que aquel era "el principio del fin de los paraísos fiscales" e, incluso, en el documento final extraído de la cumbre se recogió literalmente que "la era del secreto bancario había terminado".
Pero, ¿les interesa de verdad a las grandes potencias terminar con esta estafa multimillonaria en la que incurren algunas de las mayores fortunas del mundo? De ser así, ya habrían desaparecido hace mucho tiempo. Ahora, al menos, la intención existe. Actúen en consecuencia aunque ya sea demasiado tarde.
La lista de "crímenes" en los que el concurso de los paraísos fiscales ha sido determinante es larga. De acuerdo con la visión de ATTAC, sin ellos, los atentados del 11-S no hubieran sido posibles como tampoco lo hubiera sido la nula tributación de las compañías multinacionales, ni la crisis hipotecaria a partir de la que se precipitó la crisis económica y financiera actual.
Y así, se podrían enumerar muchos más ejemplos de las actividades delictivas que se cometen bajo su resguardo y que hacen baldíos los esfuerzos de Naciones Unidas, de los organismos e instituciones de la sociedad civil y también de algunos gobiernos por la democratización de la economía, el desarrollo sostenible y el reconocimiento efectivo de los derechos humanos fundamentales.
Los paraísos fiscales son un arma política creada e instrumentalizada por el poder del dinero y el principal soporte del neoliberalismo exacerbado. Un poder que se reproduce a sí mismo a partir de la hipocresía en la que han caído la mayor parte de los gobiernos occidentales, al amparar a muchos de los países en los que se comete fraude tributario mientras los niegan y demonizan ante la opinión pública. La mayor parte del Caribe son colonias de ultramar de la Commonwealth británica y otros países como Panamá o Singapur, aunque sean independientes, mantienen fuertes lazos con la historia de colosos como Estados Unidos o China.
Basta ya de brindis al sol, de lavados de imagen ante las cámaras y de acuerdos firmados sobre papel mojado. Los ciudadanos, que pagan sus impuestos, merecen un sistema fiscal transparente e igualitario en el que las normas rijan del mismo modo para todos y no en función del color del cuello de sus camisas y del grosor de su cuenta bancaria.
A pesar de todo, nunca dejarán de existir lugares en los que algunas prohibiciones fiscales y bancarias no sean operativas. Aún así, es importante que la voluntad de la comunidad internacional radique, a partir de ahora, en acabar con la "normalidad" con la que se opera en los paraísos fiscales. Ésta es una de las grandes oportunidades que la crisis, en cuyo origen resultó fundamental la existencia de estos fraudulentos enclaves, le ofrece al mundo para cambiar su rumbo. La posibilidad inmejorable de cerrar el desagüe por el que se derrama la confianza que hay depositada en el Estado de Derecho por millones de personas.
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Paraísos fiscales vs. impuestos
Cristóbal Sánchez Blesa, presidente de SOLIDARIOS para el Desarrollo
El G20, con Obama a la cabeza, y con gran aplauso del conjunto de la Unión Europea, Japón o Rusia, ha lanzado una ofensiva sin precedentes contra los paraísos fiscales. Y no sólo contra los 33 países que la OCDE califica como tales, sino también contra otros que mantienen determinadas políticas que pueden tener esa consideración en ciertas parcelas.
Hace mucho tiempo que pequeños países como Bahamas, Bahrein, Bermudas, Islas Caimán o Liechtenstein han recibido tantas críticas de gobiernos y organismos internacionales, como depósitos de millones de dólares por parte de entidades y personas anónimas de todo el mundo. Durante muchos años se ha transigido, con la falta de transparencia de la que hacen gala y con sus exóticos requisitos para formalizar la localización de empresas extranjeras en sus territorios. No han competido en igualdad de condiciones respecto a otras áreas financieras y pocos han alzado la voz. De hecho, la mayoría de los bancos, fondos, depósitos y transnacionales importantes del mundo tienen allí abiertas sucursales para la realización de operaciones de difícil justificación en sus países. Algún tipo de mano poderosa, invisible y manchada ha permitido la subsistencia de unos países que, con patente de corso y de origen tan turbio, han actuado sin sometimiento a ningún control.
Llega la crisis actual y los gobiernos del mundo caen en la cuenta de que en esos agujeros negros de la economía residen muchos de los males del sistema financiero y se lanzan a una cacería (verbal de momento) que quiere desembocar en su regularización. Sorprende que el correctivo se extienda más allá de esos países señalados y llegue a la blindada Suiza, celosa como nadie del secreto bancario pero respaldada por leyes y tradiciones de indudable seriedad. También llama la atención que se hable, aunque con voz más tenue, de la necesidad de esclarecer la gestión de los offshores de tierra firme. No olvidemos que el distrito financiero de Londres, estados como Nevada, Delaware o Wyoming en Estados Unidos, o el mismo Japón, practican un tipo de relaciones financieras muy cercanas a menudo a las prácticas corruptas de los paraísos.
Sin embargo, mucho nos tememos que el desencadenante de esta campaña no es un impulso ético para restañar una herida sangrante. No creemos que se trate tampoco de una causa general abierta contra una partida de saqueadores a los que se quiere sentar en el banquillo para hacer justicia. Tampoco una venganza ni una manera de poner a cada quien en su sitio. Aunque ciertamente con algunas de estas prendas se ha vestido la arremetida.
Nuestra reflexión sigue más bien la pista que van dejando las medidas de salvamento financiero que la mayoría de los gobiernos han puesto o ponen en estos momentos en práctica. En conjunto, después de dos años de crisis, si juntamos las partidas en dinero público para apoyo a entidades financieras, el dinero para la revitalización del sistema productivo y de la actividad empresarial y las inyecciones para tapar los agujeros en el Estado de bienestar, la cifra es descomunal. Ninguna generación ha conocido un esfuerzo económico global semejante para abordar una situación económica difícil. Como nadie habrá conocido un déficit en las cuentas de los Estados como el que nos quedará al acabar ésta.
Entre las pocas evidencias que encontramos en esta época de incertidumbres, la más clara es que el erario público se surte, como principal fuente, de la actividad de los ciudadanos y de los impuestos que ésta devenga. Así pues, la presión fiscal en los próximos años va a crecer, y mucho, digan lo que digan los políticos actuales. La economía puede ser interpretable, la contabilidad no y cualquiera puede sumar y restar para sacar sus propias conclusiones.
Para terminar, y sin olvidar el contexto, ningún país hoy se puede permitir el lujo de que sus ciudadanos, y en especial los más ricos, evadan capitales hacia la caja sin fondo e incontrolable de los paraísos fiscales. Detrás del varapalo a éstos se ve trabajar a los fontaneros del Estado tapando las grietas por donde hoy se escapan unos fondos que serán imprescindibles en los próximos años. Una vez selladas las fronteras económicas (y tomadas otras medidas paralelas), vendrán las impopulares medidas recaudatorias.