LOS ASESINOS EXTRAJUDICIALES DE OBAMA

Por:
Nat Hentoff

Publicado el 01/12/2009

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El pasado 2 de noviembre, después de tomar el habitual café solo con croissant y Le Figaro, recorrer París en el coche oficial hasta el Ministerio (por el centro de la ciudad, évidemment) y saludar cortésmente a sus subalternos de acuerdo al protocolo y al manual institucional al uso desde 1789 (básicamente), el actual ministro francés de «Inmigración e Identidad Nacional», a la sazón antiguo militante del PSF, decidía lanzar a la opinión pública las bases de un profundo debate en torno precisamente a la cuestión de ser francés en tiempos como éstos.

Es cierto que la decisión del ministro Eric Besson no puede ser considerada como la consecuencia improvisada digamos de una mala noche o de la persistente lluvia matinal que amarga periódicamente a los parisinos en otoño, sino de una profunda y meditada reflexión gubernamental que simplemente trata de situar la cuestión de la identidad en el centro del debate político.

Al ritmo de «La Marsellesa», el jacobinismo y el orgullo de la vieja aldea gala siempre cercada por el enemigo exterior, las huestes de Nicolás Sarkozy proponen ahora una gran discusión nacional extendida a ciudades y provincias bajo la tutela de funcionarios, prefectos y gendarmes. Se trata, dicen oficialmente, de que hasta el próximo 31 de enero los ciudadanos y ciudadanas fijen los valores que definen qué es ser francés, sus rasgos de identidad, sus elementos culturales intrínsecos o sus referentes de orgullo nacional.

Pero no. Se trata, realmente, de un nuevo ejemplo de xenofobia inconfesa, de establecer distintas categorías de ciudadanía en función del origen y de elevar nuevos muros mientras, paradójicamente, se celebra con fastos millonarios el aniversario de la superación del Berlín dividido. Ahora, mientras la amnesia colectiva se extiende por el no tan lejano pasado colonial francés, el gobierno conservador trata de movilizar al electorado más reaccionario de cara a las próximas elecciones regionales de marzo de 2010.

La reivindicación del orgullo nacional es el arma utilizada para la conculcación de los derechos de millones de franceses considerados ciudadanos y ciudadanas de segunda. Pero también el fiel reflejo de una política de integración fracasada en una República sumida en una profunda crisis de valores en el marco de un mundo globalizado, con una Unión Europea llena de supuestos peligros para los liderazgos nacionales o con un dominio estratégico estadounidense que limita la posición francesa y potencia, en función de sus intereses, la nueva hegemonía asiática.

El escritor libanés Amin Maalouf esquematizaba en su fundamental «Identidades asesinas» el eje central de lo que ahora se plantea a debate: «La identidad de una persona está constituida por infinidad de elementos que evidentemente no se limitan a los que figuran en los registros oficiales. La gran mayoría de la gente, desde luego, pertenece a una tradición religiosa; a una nación, y en ocasiones a dos; a un grupo étnico o lingüístico; a una familia más o menos extensa; a una profesión; a una institución; a un determinado ámbito social (...) Aunque cada uno de esos elementos está presente en gran número de individuos, nunca se da la misma combinación en dos personas distintas, y es justamente ahí donde reside la riqueza de cada uno, su valor personal, lo que hace que todo ser humano sea singular y potencialmente insustituible». ¿Cómo definir entonces el «ser francés»? ¿Cómo «ordenar» los elementos contradictorios que conviven en la delimitación del concepto? ¿Identidad nacional como referente espiritual o como reflejo del pluralismo cultural? Y, por fin, ¿cuál es realmente el objetivo para plantear una inequívoca «denominación de origen francesa» que recuerde, no sé, pongamos el label de los vinos de Borgoña?

Las identidades no se imponen, se eligen, como bien sabemos y queremos demostrar en la práctica por ejemplo buena parte de los ciudadanos vascos y vascas de este nuevo siglo. Un sentimiento común de pertenencia sustentado en el factor subjetivo de cada uno de nosotros y en el del resto de la comunidad. En el caso del Estado francés, las olas migratorias de ultramar han sido una constante desde mediados del siglo XIX. El «nosotros» y el «ellos» ha jugado el papel referente en todo este tiempo, consecuencia de un discurso dominante y franco-centrista.

Una realidad que ha incorporado nuevos miedos y rechazos desde el 11-S. En esta Francia de hoy, donde al menos un 20% de sus habitantes censados tiene un origen inmigrante, el modelo universalista supuestamente en vigencia choca cotidianamente con una realidad de nuevas situaciones sociales que muestran la hipocresía de su formulación. En la igualdad de oportunidades laborales, en la preparación profesional, en la educación, en el acceso a las viviendas, en los mecanismos de marginación... Los originarios de países de ultramar y sus hijos han sido señalados como permanente amenaza para la seguridad nacional. «No son franceses o al menos no tanto como deberían serlo». Un discurso que penetra diariamente en la realidad del país.

Ahora bien, ¿cuál es la forma apropiada, repetimos, de ser francés? ¿Cuál es el límite real y no escrito respecto a la raza, el color, el origen o la religión? ¿No será, quizá, una nueva reproducción de los argumentos de clase frente a otro tipo de variables? Y yendo incluso más allá: si atendemos a la defensa simbólica de los «tótems» del orgullo patrio, ¿no son ciudadanos franceses, entonces, los miles de seguidores futbolísticos, provenientes mayoritariamente de los barrios periféricos de la metrópolis parisina, que el 14 de octubre de 2008 abuchearon en Saint Denis las notas del himno nacional durante la celebración del partido amistoso Francia-Túnez, como había ocurrido años atrás en los enfrentamientos contra Argelia (2001) o Marruecos (2008)?

En honor a la verdad, hay que señalar que frente a un amplio lobby de medios de comunicación que viene contribuyendo ordenada y disciplinadamente a la propuesta conservadora de estigmatización del otro, la prensa más crítica ha planteado en estas últimas semanas una marcada línea sarcástica e irónica respecto al debate puesto en marcha y los contenidos de la web oficial que recoge, supuestamente, todas las intervenciones (www.debatidentitenationale.fr).

Lo mismo ocurre con buena parte de los mejores humoristas gráficos del país que han encontrado en la propuesta gubernamental una fuente permanente de ideas brillantes. O con la música. Como señala la letra de una de las canciones de Diam s, una rapera franco-chipriota que se ha convertido en ídolo de millones de jóvenes en el país en los últimos años, «Mi Francia, la mía, no es la de éstos. Está compuesta por chavales que hablan fuerte y se acuestan tarde; por mujeres que de tanto trabajar aman mejor; por muchachos que juegan al baloncesto hasta el alba, que venden drogas de mierda a los burgueses porque esa mierda trae a casa algo de comida... Y la casa es el amor y el amor, en nuestra era, es un bien escaso». C´est tout.

http://www.gara.net/paperezkoa/20091114/166618/es/Ser-frances-o-como--morir-intento En “Capture or Kill? Lawyers eye options for terrorists” [¿Capturar o matar? Abogados estudian opciones para terroristas] (National Public Radio, 11 de octubre), el perspicaz reportero de investigación Ari Shapiro dijo: “Muchos expertos en seguridad nacional entrevistados para este artículo están de acuerdo en que se ha hecho tan difícil detener a los sujetos que en muchos casos el gobierno de EE.UU. los está matando en lugar de tratar de hacerlo”.

Como informé anteriormente, los ataques secretos de la CIA con drones Predator contra presuntos terroristas en Pakistán ya están haciendo precisamente eso. Pero, escribió Jane Mayer en “The Predator War” (The New Yorker, 26 de octubre):
“La utilización del programa Predator se ha llevado a cabo con muy poca discusión pública".
“Por eso estoy escribiendo esta serie.” Mayer sigue diciendo: “(sin embargo) representa un uso radicalmente nuevo y geográficamente ilimitado de fuerza letal sancionada por el Estado. Y, debido al secreto del programa de la CIA, no se ha establecido ningún sistema visible de rendición de cuentas, a pesar de que la agencia ha matado con armas nucleares a numerosos civiles, en un país políticamente frágil, con el cual EE.UU. no está en guerra.”

Hago una corrección esencial a su valioso artículo. Esos asesinatos oficiales selectivos de EE.UU. no son nuevos. Si algún día se reanudan las clases de historia en las escuelas públicas de EE.UU., es importante –ya que el terrorismo global no tiene un fin discernible– que los estudiantes sepan y discutan si nuestra historia de asesinatos extrajudiciales acompañados de las muertes de inocentes civiles, es una guerra con valores estadounidenses y nuestras normas jurídicas.
En 1977, una orden ejecutiva del presidente Gerald Ford ordenó que “ningún empleado del gobierno de EE.UU. participará o conspirará para participar en asesinatos políticos.”
En 1981, actuando según su propia orden ejecutiva, el presidente Ronald Reagan ordenó: “Ninguna persona empleada o que actúe por cuenta del gobierno de EE.UU. participará o conspirará para participar en asesinatos.” Antes de Reagan, el presidente Jimmy Carter había ampliado la orden de Gerald Ford para que incluyera todos los asesinatos.


Luego, sobre la base de un memorando legal confidencial que dio autoridad al presidente Bill Clinton para soslayar esas tres prohibiciones presidenciales previas de asesinatos selectivos, el presidente George W. Bush —según se informa en “Bush at War” de Bob Woodward– emitió un “Memorando de notificación” el 17 de septiembre de 2001.

La orden ejecutiva de Bush “autorizó a la CIA”, informó Woodward, “a operar libre y plenamente en Afganistán con sus propios equipos paramilitares” –y perseguir a al Qaeda “a escala mundial, utilizando acción clandestina letal para mantener oculto el papel de EE.UU.” Tal como ha continuado ahora con otros legados de Bush-Cheney, el presidente Obama, como informé previamente, ha permitido que la CIA opere libre y plenamente, con sus horripilantes drones Predator sin piloto en Pakistán y Afganistán.
Respecto a Afganistán, Associated Press (7 de noviembre) informó de que “Aunque la ONU dice que la mayoría de las víctimas civiles han caído a manos de ‘militantes’ –¿por qué no dice AP las cosas como son, terroristas?– “las muertes de hombres, mujeres y niños en ataques aéreos de la OTAN han aumentado las tensiones entre el gobierno de Karzai y la coalición dirigida por EE.UU.”

De nuevo, digamos directamente que EE.UU. está muy involucrado en los ataques aéreos de la OTAN –aparte de los drones– que asesinan a niños, mujeres y hombres que ni siquiera eran sospechosos de ser ‘militantes’.
Tal como “The Predator War” de Mayer tuvo poca repercusión en la prensa, lo mismo ha ocurrido con las revelaciones de Craig Whitlock en Washington Post sobre los asesinatos extrajudiciales autorizados por Obama no de presuntos terroristas sino de traficantes de opio en Afganistán (“Afghans oppose U.S. hit list of drug traffickers,” 23 de octubre).

Sin ningún sistema de rendición de cuentas ante los tribunales o el Congreso de EE.UU., “los militares de EE.UU.,” escribe Whitlock, “y funcionarios de la OTAN han autorizado a sus fuerzas a matar o capturar a individuos de la lista que fue redactada el año pasado como parte de la nueva estrategia de la OTAN para combatir las operaciones de la droga que financian a los talibanes.”

¿Qué hay de malo en eso –aparte de la separación de poderes de nuestra Constitución? Como subraya Whitlock– existe “una feroz oposición de funcionarios afganos, que dicen que podría debilitar su frágil sistema judicial y provocar una reacción contra las tropas extranjeras.”

Los familiares supervivientes de los no terroristas, mujeres y niños a los que no querían matar pero mataron al utilizar esa lista de sentenciados, están profundamente encolerizados por esta operación letal de las fuerzas extranjeras, incluidas las de EE.UU.
El ministro adjunto de exteriores de Afganistán para operaciones contra los narcóticos, general Mohammad Daud Daud, dice que agradece esta ayuda de la OTAN y EE.UU. en “la destrucción de laboratorios de la droga y escondites de opio,” pero respecto a esos asesinatos, añade que no se informa a los responsables afganos de los nombres de la lista de sentenciados.

Dice Daud: “Deberían respetar nuestras leyes, nuestra constitución y nuestras normas jurídicas. Tenemos un compromiso de arrestar a esa gente por nuestra propia cuenta.” Nota: arrestar, no matar instantáneamente.

Pero esos aliados de Afganistán no respetan sus propias leyes y normas jurídicas. El 12 de septiembre de 2001, George W. Bush prometió al mundo: “No permitiremos que este enemigo gane la guerra cambiando nuestro modo de vida o restringiendo nuestras libertades. ¿Pero no hemos cambiado nuestra Constitución? ¿No sabéis que hay una guerra?
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Nat Hentoff es una autoridad renombrada sobre la Primera Enmienda y la Declaración de Derechos. Es miembro del Comité de Reporteros por la Libertad de la Prensa, y del Cato Institute, del que es socio sénior.