CAMBIO CLIMATICO: EL PODER Y LA HIPOCRESIA

Por:
Gustavo Rodríguez Cáceres

Publicado el 01/03/2010

El cambio climático es, principalmente, un problema político. No se trata tan sólo de cuantificar las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero (GEI), tampoco es suficiente identificar las mayores fuentes de contaminación en general, sino de precisar quiénes y por qué razones los emiten, o más aún, precisar quiénes evitan su resolución y por qué.

 

La cuestión política está tan en el centro del problema que, inclusive, fija los términos del debate técnico, por ejemplo, para los principales países contaminadores, sus instituciones y sus representantes, el límite fatal para evitar desastres climáticos irreversibles, es de 450 partes de GEI por millón de moléculas de la atmósfera (ppm); en cambio para los representantes de los países menos contaminantes, las instituciones y las personas alineadas con ellos, este nivel fatal es de 350 ppm. Esta discrepancia es sólo aparentemente técnica si consideramos que detrás de la reducción de una molécula más o menos de dióxido de carbono se juegan millones de dólares, la preeminencia en la economía internacional y la supremacía geopolítica mundial, las formas de relación social y económica imperantes, las formas de vida suntuosas y consumistas, etc. Hace tiempo ya, se ha llegado al acuerdo, avalado por la comunidad científica, de que la "quema de combustibles fósiles" y "los cambios de uso de suelo" son las mayores fuentes de contaminación y emisiones de GEI, a lo que debe sumarse el metano y los dióxidos nitrosos que se forman en la agroindustria y en las industrias contaminantes. Científica y técnicamente hablando la solución pasa por interrumpir las emisiones de GEI, empero, la discrepancia surge el momento de identificar y/o asumir las mejores formas de detener esa contaminación.

 


Precisando un poco más, la quema de combustibles fósiles está directamente relacionada con la industria automovilística y de maquinaria pesada, por ende con la industria hidrocarburífera y minera; el cambio de uso de suelo, tiene directa relación con la explotación forestal, la agroindustria y la agropecuaria extensiva/intensiva y la construcción de grandes represas hidroeléctricas; en todas ellas actúan empresas transnacionales que no están dispuestas a reducir una molécula de GEI si ello reduce un ápice de sus ganancias. Abundando un poco en esta parte, no más de 10 empresas controlan la industria hidrocarburífera, un número similar determinan la industria de automóviles y maquinaria pesada, cerca de 15 actúan en minería, no más de seis empresas forestales controlan el mercado mundial en este rubro y no más de cinco la industria agrícola y agropecuaria mundial; por supuesto este reducido grupo de empresas con inconmensurables intereses económicos, ha hecho sentir su poder político y ha evitado hasta el presente que se asuman medidas de contención de emisiones de GEI que sean efectivas, y a determinado el fracaso de la Decimoquinta Conferencia de Partes (COP 15) en Copenhague.

 


Eufemismos engañosos

 


Las relaciones de poder vigentes son tan fuertes e influyentes que por medio de los nuevos abanderados de los efectos nocivos del cambio climático (ONU; FMI; BM; PNUD, G-8) y un sin fin de ambientalistas se han impuesto sólo dos caminos para contenerlo: la mitigación y la adaptación. La primera implica "cualquier intervención humana destinada a evitar el aumento de las concentraciones de gases con efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, sea mediante la reducción de las emisiones de GEI, sea mediante la estimulación del retiro de GEI de aquélla." (Ginzo, 2004:7); la segunda, "se refiere al ajuste de sistemas naturales o humanos, en respuesta a estímulos climáticos reales o previstos o a sus efectos, que modera los daños o explota oportunidades provechosas". (IPCC, 2004:5).

 


Esas dos palabritas desnudan las intenciones de sus propugnadores ante el problema, la primera significa: atenuar, amortiguar, paliar, suavizar la emisión de gases contaminantes; de ningún modo significa suspender la emisión de GEI y/o reducirlos a un nivel en que el planeta pueda reabsorberlos. Asumir este camino que ataca la raíz del problema, significaría reorganizar el sistema económico basado fundamentalmente en la combustión de combustibles fósiles y las relaciones de poder que surgen del mismo.

 


La segunda palabrita, significa que no queda otra opción más que vivir con los efectos del cambio climático a lo cuales todos, pero, particularmente los directamente afectados, deben adaptarse.

 

La mitigación luego del protocolo de Kyoto se ha explicitado en la creación del mercado de Certifi cados de Reducción de Emisiones que sólo busca evitar las pérdidas y proteger las ganancias de los principales contaminadores (ver recuadro). La adaptación en cambio ha institucionalizado la hipocresía y la avaricia del orden establecido mundialmente, debido a que grandilocuentemente se reconoce que los grandes afectados con el cambio climático son los pueblos del sur y las comunidades más empobrecidas, sin embargo, no se dotan los fondos necesarios para que los mismos contrarresten los efectos del cambio climático que, irónicamente, no ha sido ocasionado por ellos.

 


Discursos falaces

 


Las relaciones de poder y las posturas hipócritas en torno al cambio climático, no son menos definidas ni menos tajantes en los países que menos contaminan, veamos como ejemplo, lo que sucede en Sudamérica.

 


Aunque acertadamente, la delegación boliviana en Copenhague, junto a los países del ALBA, pusieron "el dedo en la llaga" al señalar al capitalismo, expresado actualmente en la incesante explotación de los recursos naturales y el recurrente consumismo, como el causante principal del cambio climático, en los hechos, esa posición no es consecuente con lo que los gobernantes de esos Estados hacen al interior de sus países. En efecto, al interior de Bolivia y de los países del ALBA, a título de "Proceso de Cambio" o "Revolución Bolivariana", por ejemplo, se viene impulsando la explotación más incesante de los recursos naturales, particularmente, hidrocarburíferos, mineros y forestales. Que las empresas que ahora explotan esos recursos naturales sean estatales o tengan mayor participación estatal no hace la diferencia; porque de hecho, los "cambios" que se proclaman se limitan a amainar los efectos más visibles del capitalismo en su versión neoliberal, pero, las causas más profundas que han ocasionado el cambio climático se mantienen incólumes.

 


Ni que decir de los otros países latinoamericanos. El pujante capitalismo brasilero, por ejemplo, está impulsando uno de los más grandes cambios de uso de suelo, precisamente en la Amazonía, con la construcción de las represas de Jirau y San Antonio, a lo que debe sumarse que todos los días las grandes soyeras le ganan espacio al bosque deforestándolo. En Chile y la Argentina, las actividades mineras tienen tal preeminencia que no se detienen ante los derechos de las comunidades mapuches, mucho menos ante la contaminación de las fuentes de agua y de lo que el presidente boliviano llama los "derechos de la madre tierra". En Perú hace unos meses y en Colombia más constante y sistemáticamente se vienen asesinando a dirigentes indígenas que osan defender su entorno natural (el agua, el bosque) y sus derechos, todo con tal de facilitar el actuar de la sacrosanta inversión extranjera y la explotación de recursos naturales.

 


En síntesis, aunque existan diferencias entre lo que acontece en los diferentes países latinoamericanos, que aplican políticas más progresistas unos y más conservadoras otros, lo evidente es que se están asentado en sus territorios las formas de capitalismo más salvaje que ha conocido la humanidad. Por lo tanto se está reproduciendo y fortaleciendo las causas que han generado el cambio climático.

 


En ese marco, que los países latinoamericanos y sus representantes proclamen los "derechos de la madre tierra", exijan la justicia climática y demanden el pago de la deuda ecológica, por un lado, se concretiza sólo en la exigencia de mayor cooperación internacional, que como es evidente, reproduce los mecanismos de pobreza y fortalece actitudes civilizatorias; y por otro, demuestra que los gobernantes latinoamericanos, no están trabajando por cambiar la raíz del problema, sino por obtener mejores posiciones en el tablero mundial de las relaciones y el poder mundiales. Dicho de otra manera, la hipocresía con que se enfrenta el cambio climático, no sólo proviene del norte, sino que tiene también carta de ciudadanía en los gobernantes y elites del sur.

 


Posibles caminos de solución

 


Contener el cambio climático y sus efectos no pasa por denostar y maldecir el capitalismo. Aunque razones sobren para ello, eso está bien sólo para foros como el de las Naciones Unidades y las cumbres como la de Copenhague, En realidad, de lo que se trata es de superar las formas de organización social y económica que han causado el problema.

 


En este sentido, teniendo en cuenta los objetivos proclamados por los representantes del ALBA en Copenhague, si realmente se está luchando contra el cambio climático, perfectamente, en estos países, podría empezarse por medidas pequeñas como el diseño de un sistema de transporte masivo de carácter público, que vaya paralela a la reducción y prohibición del uso de transporte privado. En cada uno de estos países, podría empezarse también denunciando, en el sentido diplomático del término, el Protocolo de Kioto y el mal llamado mercado de carbono; aunque esta medida irritaría a un sinfín de ONG que, a título de contener el cambio climático, han hecho un modo de vida del eufemísticamente llamado mecanismo de desarrollo limpio.

 


Otro camino posible, pero que requiere medidas más estructurales, sería limitar las actividades hidrocarburíferas, mineras y forestales a una explotación estrictamente necesaria para satisfacer las necesidades de países como Bolivia, Venezuela, Ecuador, etc.; no puede ser que, por ejemplo, en el caso boliviano, más del 90 por ciento de lo que se produce en estos rubros sean destinados al mercado mundial, supeditando así las actividades productivas nacionales y con ellas todo el país, al vaivén e intereses de los regidores de la economía mundial. Por ejemplo, si Venezuela limitara su producción, no sólo estaría contribuyendo decididamente a reducir los GEI, sino que por fin podría proponerse, seriamente, la construcción de una economía nacional no dependiente del petróleo; de paso, haría sentir a Estado Unidos (su principal comprador de petróleo) algo de los costos que implica enfrentar el cambio climático.
En este sentido también debería impulsarse las experiencias de producción agrícola local y comunitaria, apuntalar su sustentabilidad y potenciarlas, que este tipo de actividades agrícolas no coticen en Wall Streat, no significa que no puedan alimentar a la humanidad entera. Paralelamente, debería estimularse la investigación de fuentes renovables de energía y promoverse su sustitución en todos aquellos usos donde se ha demostrado que son más económicas y viables que los combustibles fósiles, sobre todo si se toma en cuenta el ciclo completo de producción y desecho, y se internalizan los costos ambientales de extraer, refinar y utilizar hidrocarburos. Sin embargo, este tipo de agricultura y el uso de energías renovables implican y exigen que optemos por un tipo de vida y relacionamiento social distinto al desarrollismo y consumismo capitalista.
Lamentablemente, este tipo de medidas y opciones, perfectamente viables, no cristalizan ni se generalizan porque la economía mundial y las relaciones internacionales están estructuradas para precautelar los intereses de una cuantas transnacionales; así como las economías nacionales y locales, y las relaciones sociales entabladas a su alrededor, están ordenadas para favorecer a los grupos sociales entroncados con dicho orden. Por este motivo, urge planificar la economía y embridar el libre desenvolvimiento de los intereses privados; no sólo con el fin de potenciar los caminos y opciones señaladas para contrarrestar el cambio climático, sino también para reorganizar la sociedad y la economía en función de los intereses colectivos de la humanidad

 


El mecanismo mafioso del Mercado de Carbono

 


El denominado mercado de carbono es un conjunto de mecanismos estipulados en el Protocolo de Kyoto para permitir el comercio de Certifi cados de Reducción de Emisiones: El primer mecanismo es, el Comercio Internacional de Emisiones (CEI), que "permite el comercio de emisiones reducidas de GEI (Gases de Efecto Invernadero) entre los países del Anexo I (países desarrollados con objetivos cuantitativos de reducción de emisiones) de la CMNUCC. Los países... que reduzcan emisiones del GEI en niveles mayores de lo exigido en el PK, podrán vender éste exceso a otros países del Anexo I, los cuales pueden acreditar estas reducciones como parte de sus compromisos de reducción de emisiones del GEI". El segundo es la Implementación conjunta (IC), que "permite a los países del Anexo I adquirir emisiones reducidas de proyectos que se desarrollen en otros países del Anexo I (en especial en economías en transición)" El tercero es el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), que "permite que los países del Anexo I puedan comprar reducción de emisiones provenientes de proyectos ejecutados en países en desarrollo, y acreditarlas para cumplir con sus metas de reducción de emisiones de GEI" (ONU, 2004)

 


En la práctica aquí sucede los siguiente, si alguna industria de algún país desarrollado reduce emisiones, el costo de esa reducción es transferido a los consumidores, por lo que la empresa contaminante no pierde nada; en caso de que la reducción se deba a la aplicación de una tecnología que le ha permitido bajar costes, la mayor ganancia obtenida también redunda en los ingresos de dicha empresa. Si el promedio de emisiones del país se ha reducido más allá del límite establecido, este país o las empresas del mismo, pueden vender esa reducción, si esta debidamente certificada, a otro país también desarrollado, cuyas empresas no hayan podido reducir sus emisiones, costo que al final también es transferido a los consumidores del país o la empresa que compra los certificados de reducción.

 


La esencia del mercado de carbono consiste en pagar a los contaminadores por dejar de contaminar, algo parecido al mecanismo de la mafia, a la cual había que pagarle para estar "protegido" de ella misma.

 


Este mecanismo funciona de similar manera en la IC y el MDL, con la agravante suposición de que los sumideros establecidos en un país (por ejemplo, la siembra de un bosque de eucaliptos en Sudamérica) puede absorber las emisiones efectuadas en otro (por ejemplo, de las refinerías en Inglaterra).

 


Posiblemente, lo único bueno de la Conferencia de Partes en Copenhague (COP15) haya sido que al no existir ningún acuerdo ni compromisos de reducción vinculante, el cuestionado y limitado Protocolo de Kyoto, hoy por hoy, vale lo mismo que un papel mojado.

 


* Tomado de Petropress N. 18 del CEDIB.