CUANDO UN PINEDO ENTREGÓ LAS ISLAS MALVINAS A UN MARINO INGLÉS DE 23 AÑOS

Por:
Roberto Bardini

Publicado el 01/03/2010

Muchos detractores de Federico Pinedo, jefe del bloque de diputados del PRO, sacaron a relucir recientemente la línea genealógica del político. No sólo la que conduce directamente a su madre, sino también la que lleva a su bisabuelo y abuelo, dos conservadores también llamados Federico Pinedo.

 

El primero fue intendente de Buenos Aires en 1893 y ministro de Justicia e Instrucción Pública en 1906. El se-gundo, un extraño socialista pro británico, fue ministro de Economía en 1933, 1940 y 1962 bajo tres presidentes de triste recuerdo: Agustín P. Justo, Ramón Castillo y José María Guido. El general Justo y el conserva-dor Castillo son figuras centrales de la llamada “década infame” (1930-1943), una etapa de fraudes electorales, corrupción política y orientaciones económi-cas del Reino Unido, que se benefició con las exportaciones de carne argentina, la conce-sión de todo el transporte público y la crea-ción de un Banco Central di-señado en Londres.

 

No obstante, sus descalificadores olvidaron mencionar a un ancestro cuya trascendencia posiblemente supere a todos los Pinedo hasta ahora conocidos. Se trata del cauteloso lobo de mar que en 1833 entregó las Islas Malvinas a Gran Bretaña sin disparar un tiro.

“Nunca se rendirá a fuerzas superiores”

 

 

Fue durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Por orden del Restau-rador, el 10 de septiembre de 1832 el Ministerio de Guerra y Marina de-signa provisoriamente como comandante civil y militar de las Malvinas al mayor de artillería Juan Esteban Mestivier. El oficial tiene dos años de ca-sado con Gertrudis Sánchez, una porteña de 22 años, que está embara-zada.

 

Quince días después, la goleta de guerra Sarandí, a las órdenes del te-niente coronel de marina José María Pinedo, de 38 años, parte hacia las islas con Mestivier, su joven esposa y 25 soldados del Regimiento Patri-cios al mando del teniente primero José Gomila.

 

Pinedo, hijo y hermano de militares, ha ingresado a la marina en marzo de 1816, a la edad de 20 años, mien-tras el país luchaba por su independencia. Durante la guerra con Brasil, la goleta Sarandí ha sido una de las naves más heroicas bajo el mando del almirante Gui-llermo Brown.

 

Las instrucciones que lleva Pinedo, firmadas por el mi-nistro de Guerra y Marina, Juan Ramón Balcarce, son claras: “El comandante de la goleta Sarandí guardará la mayor circunspección con los buques de guerra extranjeros, no los insul-tará jamás; mas en el caso de ser atropellado violentamente [...] deberá defenderse de cualquier superioridad de que fuere atacado con el mayor valor, nunca se rendirá a fuerzas superiores sin cubrirse de gloria en su gallarda resistencia […y] no podrá retirarse de las islas Malvinas mientras no le fuera orden competente para efectuarlo”.

 

Dos meses más tarde, los acontecimientos demostrarán que Pinedo no estaba a la altura de las instrucciones.

 

Año Nuevo trágico

 

 

La expedición arriba a Puerto Soledad el 7 de octubre. Pinedo sale a reco-rrer en su goleta las costas de las islas y regresa el 30 de diciembre, con la idea de festejar el nuevo año en tierra. El oficial se encuentra con un desastre: un ex esclavo negro que revistaba en el Regimiento Patricios, Manuel Sáenz Valiente, y seis soldados se han amotinado y asesinado al mayor Mestivier, mientras Gertrudis Sánchez daba a luz. Los insubordina-dos también mataron a un comerciante y a su mujer, robaron caballos y huyeron al campo. El teniente prime-ro Gomila no sólo no intervino sino que obligó a la viuda de Mestivier a convivir con él. Con ayuda de los peones malvi-neros y la tripulación de un barco francés, Pinedo encarcela a los insurrec-tos.

 

Los mortificados colonos de la isla cele-bran el Año Nuevo quizá con la espe-ranza de un futuro de paz y prosperi-dad. Pero el drama recién comienza. El 2 de enero de 1833 llega la fraga-ta de guerra inglesa Clio, al mando del capitán John James Onslow, de apenas 23 años de edad e hijo de un almirante de la Corona. El marino le comunica a Pinedo que tiene orden de ocupar el archipiélago en nombre de Gran Bretaña y le da plazo hasta el día siguiente para arriar la bandera argentina y retirarse.

Pinedo, quien seguramente era un lobo de mar muy prudente, considera que no tiene ninguna posibilidad de enfrentarse a la Clio. Al mañana si-guiente ordena a sus hombres que embarquen y ofrece trasladar a Bue-nos Aires a los pobladores que quieran abandonar Puerto Soledad. La ma-yoría comienza a preparar su equipaje. Antes de abandonar ese territorio que le resulta tan hostil, el cauto hombre de armas redacta un documento que nombra “comandante político y militar” de las Islas Malvinas al capa-taz “Juan Simón”. Se trata de Jean Simon, que, además de francés, es analfabeto.

 

Una bandera “extranjera”

 

 

A las nueve de la mañana del 3 de enero de 1833, mientras el decidido Onslow ordena izar la bandera británica en medio de redoble de tambo-res, el prudente Pinedo observa la ceremonia desde la Sarandí. Antes de mediodía, un oficial inglés llega a la goleta con la enseña azul y blanca doblada, y un mensaje que expresa que las fuerzas de ocupación habían encontrado “esa bandera extranjera en territorio de Su Majestad”. A las cuatro de la tarde del día siguiente, el teniente coronel de la marina de guerra argentina ordena levar anclas y poner rumbo a Buenos Aires a to-da velocidad.

 

En Puerto Soledad quedan apenas 26 personas: 21 hombres, tres muje-res y dos niños. A eso se reduce la población de lo que poco tiempo antes era un laborioso establecimiento ganadero.

 

El capitán Onslow parte en la fragata Clio el 14 de enero, luego de enco-mendar la custodia del pabellón inglés a William Dickson, un irlandés en-cargado del almacén de víveres del poblado. La misión de Dickson es en-arbolar la bandera los días domingo y cuando se presenten naves extran-jeras, incluidas las argentinas.

 

Indulgencia militar

 

 

Cuando la Sarandí llega a Buenos Aires y Pinedo informa al gobierno, las autoridades ordenan una investigación y se forma un tribunal militar. Al concluir el proceso, la sentencia se cumple el 8 de febrero de 1833. El ne-gro Sáenz Valiente, asesino de Mestivier, es fusilado en la Plaza de Marte (actual Plaza San Martín, en Retiro) después de amputársele la mano de-recha. Sus seis cómplices también terminan acribillados contra el pa-redón. Los siete cadáveres son colgados durante cuatro horas. Otros dos soldados, que habían profanado el cadáver de Mestivier, fueron condena-dos a recibir cien y doscientos palos tras los muros del cuartel.

 

El tribunal militar es mucho más benigno con el teniente primero José Gomila, a quien le correspondía el mando de la tropa y tenía atribuciones de vicegobernador de las Malvinas. Lo condena a dos años con media pa-ga en algún fortín de la provincia de Buenos Aires “a su elección”.

 

El teniente coronel José María Pinedo declara que sus oficiales y toda la tripulación, “exceptuando uno, eran ingleses”, que sus instrucciones “le prohibían hacer fuego a ningún buque de guerra extranjero” y que él era quien “tenía que romper el fuego con una nación en paz y amistad con la República Argentina”.

El tribunal que lo juzga es indulgente. Lo condena a una suspensión de cuatro meses sin goce de sueldo, le prohíbe estar al mando de buques y lo destina al Ejército de tierra. Pero en 1834, ante la falta de oficiales, es reincorporado a la Marina y destinado a tareas de vigilancia en el Río de la Plata. Y en la Armada termina su carrera tranquilamente a pesar de sus reiteradas conductas poco honorables. Siempre logra “zafar” gracias al prestigio de su valeroso hermano Agustín, quien en 1833 encabezó la llamada Revolución de los Restauradores y en 1835 había sido designado ministro de Guerra por Juan Manuel de Rosas.

 

Pinedo fallece tranquilamente en Buenos Aires en 1885, a los 90 años. A lo largo del tiempo, los cronistas oficiales irán arreglando de a poco los detalles de su “gesta” y justificarán su cobarde inacción en las Islas Mal-vinas. En 1890, la Marina de Guerra compra en los astilleros británicos de Yarrow una torpedera de 39 metros de eslora y la bautiza con su nombre. Y en 1938 también rebautiza como Pinedo a un viejo barreminas adquiri-do en Alemania.

 

Su hermano Agustín no tiene tanta suerte. El 3 de febrero de 1852 muere de insolación durante la batalla de Caseros.

 

La Armada de la República Argentina y la Academia Nacional de Historia son exquisitamente benévolas con los “héroes” de linaje patricio. Y con más razón cuando sus descendientes terminan emparentados por vía ma-trimonial –como es el caso de los Pinedo– con apellidos como Zuberbüh-ler, Rodríguez Larreta, Álzaga Unzué, Del Pont, Zemborain, Miguens Ba-savilbaso, Blaquier, Lanusse…