ANTICAPITALISMO Y JUSTICIA CLIMATICA

Por:
Esther Vivas

Publicado el 01/04/2010

El cambio climático es, a día de hoy, una
realidad innegable. El eco político, social y mediático de la cumbre de
Copenhague, en diciembre 2009, fue buena prueba de ello. Una cumbre que
mostró la incapacidad del propio sistema capitalista de dar una
respuesta creíble a una crisis que él mismo ha creado. El capitalismo
verde se apunta a la carrera del cambio climático, aportando una serie
de soluciones tecnológicas (energía nuclear, captación de carbono de la
atmósfera para su almacenamiento, agrocombustibles, etc.) que generarán
mayores impactos sociales y medioambientales. Se trata de soluciones
falsas al cambio climático que intentan esconder las causas
estructurales que nos han conducido a la situación actual de crisis y
que buscan hacer negocio con la misma, a la vez que plantean la
contradicción entre el cálculo cortoplacista del capital y los ritmos
largos del equilibrio ecológico.
 
En este contexto, es urgente un movimiento capaz de desafiar el discurso
dominante del capitalismo verde, señalar el impacto y la responsabilidad
del actual modelo de producción, distribución y consumo capitalista y
vincular la amenaza climática global con los problemas sociales
cotidianos. Copenhague ha sido hasta ahora la mayor expresión del
movimiento por la justicia climática, coincidiendo justamente con el
décimo aniversario de las movilizaciones contra la OMC en Seattle. Una
protesta que, bajo el lema “Cambiemos el sistema, no el clima”, expresa
esta relación difusa entre justicia social y climática, entre crisis
social y crisis ecológica. Pero el éxito de las protestas en Copenhague
contrasta con la debilidad de las manifestaciones a nivel mundial, con
algunas excepciones como Londres.
 
La actual crisis plantea la necesidad urgente de cambiar el mundo de
base y hacerlo desde una perspectiva anticapitalista y ecosocialista
radical. Anticapitalismo y justicia climática son dos combates que
tienen que ir estrechamente unidos. Cualquier perspectiva de ruptura con
el actual modelo económico que no tenga en cuenta la centralidad de la
crisis ecológica está abocada al fracaso y cualquier perspectiva
ecologista sin una orientación anticapitalista, de ruptura con el
sistema actual, se quedará en la superficie del problema y al final
puede acabar siendo un instrumento al servicio de las políticas de
marketing verde.
 
Frenar el cambio climático implica modificar el actual modelo de
producción, distribución y consumo. Los retoques superficiales y
cosméticos no valen. Las soluciones a la crisis ecológica pasan por
tocar los cimientos del actual sistema capitalista. Si queremos que el
clima no cambie, es necesario cambiar el sistema. De ahí, la necesidad
de tener una verdadera perspectiva ecosocialista, o ecocomunista como
señalaba Daniel Bensaïd en uno de sus últimos artículos.
 
Asimismo, se deben de combatir las tesis del neo-malthusianismo verde
que culpabilizan a los países del Sur por sus altas tasas de población y
que buscan controlar el cuerpo de las mujeres, socavando el derecho a
decidir sobre nuestro cuerpo. Luchar contra el cambio climático implica
enfrentar la pobreza: a mayor desigualdad social, más vulnerabilidad
climática. Es necesario reconvertir sectores productivos con graves
impactos sociales y ambientales (industria militar, automovilística,
extractivas, etc.), creando empleo en sectores sociales y ecológicamente
justos como la agricultura ecológica, servicios públicos (sanitarios,
educativos, transporte), entre otros.
 
Acabar con el cambio climático implica apostar por el derecho de los
pueblos a la soberanía alimentaria. El modelo agroindustrial actual
(deslocalizado, intensivo, kilométrico, petrodependiente) es uno de los
máximos generadores de gases de efecto invernadero. Apostar por una
agricultura ecológica, local campesina y por unos circuitos cortos de
comercialización permiten, como dice La Vía Campesina, enfriar el
planeta. Asimismo, hay que integrar las demandas de los pueblos
originarios, el control de sus tierras y bienes naturales, y su
cosmovisión y respeto a la “pachamama”, la “madre tierra”, y la defensa
del “buen vivir”. Valorizar estas aportaciones que plantean un nuevo
tipo de relación entre humanidad y naturaleza es clave para enfrentar el
cambio climático y la mercantilización de la vida y del planeta.
 
Desde una perspectiva Norte-Sur, justicia climática implica la anulación
incondicional de la deuda externa de los países del Sur, una deuda
ilegal e ilegítima, y reivindicar el reconocimiento de una deuda social,
histórica y ecológica del Norte respecto al Sur resultado de siglos de
expolio y explotación. En casos de catástrofe, es necesario promover
mecanismos de “auxilio popular”. Hemos visto como el cambio climático
aumenta la vulnerabilidad de los sectores populares especialmente en los
países del Sur. Los terremotos en Haití y en Chile son dos de los casos
más recientes. Frente a estas amenazas son necesarias redes de
solidaridad internacional de movimientos sociales de base que permitan
una canalización de la ayuda inmediata y efectiva a las poblaciones
locales. La iniciativa no puede quedar en manos de un “humanitarismo”
internacional vacío de contenido político.
 
La lucha contra el cambio climático pasa por combatir el actual modelo
de producción industrial, deslocalizado, “just on time”, masivo,
dependiente de los recursos fósiles, etc. Las burocracias sindicales
hacen seguidismo y legitiman las políticas del “capitalismo verde” con
la farsa de que las “tecnologías verdes” crean empleo y generan mayor
prosperidad. Es necesario desmontar este mito. La izquierda sindical
debe poner en cuestión el actual modelo de crecimiento sin límites,
apostando por otro modelo de “desarrollo” acorde con los recursos
finitos del planeta. Las reivindicaciones ecologistas y contra el cambio
climático tienen que ser un eje central del sindicalismo combativo. Los
sindicalistas no pueden ver a los ecologistas como a sus enemigos y
viceversa. Todas y todos sufrimos las consecuencias del cambio climático
y es necesario que actuemos colectivamente.
 
Es falso pensar que podemos combatir el cambio climático sólo a partir
del cambio de actitudes individuales, y más cuando la mitad de la
población mundial vive en el “subconsumo crónico”, y también es falso
pensar que podemos luchar contra el cambio climático sólo con respuestas
tecnológicas y científicas. Son necesarios cambios estructurales en los
modelos de producción de bienes, de energía, etc. En esta dirección, las
iniciativas que desde lo local plantean alternativas prácticas al modelo
dominante de consumo, producción, energético... tienen un carácter
demostrativo y de concienciación que es fundamental apoyar.
 
Por su naturaleza, hablar de cómo enfrentar el cambio climático implica
discutir de estrategia, de auto-organización, de planificación y de las
tareas que, aquellas y aquellos que nos consideramos anticapitalistas,
tenemos por delante.
 
- Esther Vivas es autora “Del campo al plato” (Icaria editorial, 2009).