GRIETAS EN EL BLOQUE OCCIDENTAL

Por:
Raúl Zibechi

Publicado el 01/04/2010

La crisis financiera y económica de 2008
está modificando el mapamundi. Al sacudón inicial sucede un lento pero
persistente reacomodo del tablero global, que muestra un serio deterioro
del poder de la otrora única superpotencia. Turquía, Alemania, Japón y
Brasil toman distancias, y comienzan a tejer nuevas alianzas.
 
Las ondas concéntricas que formó la crisis con epicentro en Estados
Unidos, van alcanzando, con diferente intensidad, a cada región. En
algunos casos se trata apenas de pequeñas olas -como se jactara un año
atrás el presidente de Brasil- pero en otros esas ondas tienen la
potencia de fuertes marejadas, capaces de destruir viejas alianzas y
abrir el juego a nuevos actores. La década que recién comienza promete
grandes cambios, algunos de los cuales ya se avizoran.
 
El caso más notable, y en el que todos los observadores coinciden, es el
vigoroso ascenso de China como única potencia capaz de desplazar a los
Estados Unidos. A la vez se suceden otros cambios menos visibles, no tan
contundentes, pero que representan cargas de profundidad al sistema de
alianzas en el que se asentó la hegemonía occidental en el último medio
siglo, o sea desde que en 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial.
 
Alemania profundiza su alejamiento de Washington y se acerca a Rusia;
Turquía hace lo mismo, pero también se aleja de Israel, y se aproxima a
Siria e Irán; Japón entra en colisión con la política militar del
Pentágono y tiende la mano a China. Más aún: sectores de la Unión
Europea piden el ingreso de Rusia a la OTAN y Brasil ya tiene un
verdadero conflicto con la Casa Blanca. Según todos los datos, esto es
apenas el comienzo de un profundo reajuste que no dejará nada en su
lugar. Un ejemplo: el reciente ataque especulativo de los hedge funds al
euro ha provocado una creciente desconfianza de los europeos hacia Wall
Street, al punto que Alemania y Francia se plantean crear el Fondo
Monetario Europeo.
 
Turquía despierta
 
Durante la guerra fría Turquía fue el principal aliado de occidente en
Medio Oriente (junto a Israel), cuya misión asignada y aceptada
consistía en contener a la Unión Soviética. La presencia militar
estadounidense en Turquía siempre fue un elemento considerado
estratégico por el Pentágono. Este papel comenzó un lento deshielo desde
que en el 1989 se derrumbó la Unión Soviética y desaparecieron así las
amenazas provenientes del este que mantuvieron al país amarrado a
Washington. En los últimos meses este proceso se aceleró al punto de
constituir “la más profunda revisión efectuada por Ankara desde su
entrada a la OTAN en 1952”*.
 
El ataque israelí a la Franja de Gaza en diciembre de 2008 fue, según el
GEAB, el acontecimiento que aceleró el cambio de orientación turco.
Luego vino la decisión de revocar la autorización a la aviación israelí
para realizar entrenamientos en el espacio aéreo turco. En octubre de
2009 Ankara rechazó la participación de Israel en maniobras de la OTAN y
anunció la realización de maniobras conjuntas con Siria.
 
Si lo anterior significa un cambio a contramano de lo que Estados Unidos
espera de un aliado, las cosas fueron más lejos cuando el primer
ministro turco, Recep Erdogan, se definió públicamente como amigo del
presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, sellando la negativa a acompañar
las sanciones a Irán por su programa nuclear. Las crecientes
dificultades para el ingreso de Turquía en la Unión Europea es otro
punto de fricción con los países occidentales. Las condiciones de la UE
para aceptar la adhesión han sido mal recibidas en Turquía, tanto por el
gobierno como por una opinión pública sensible a cualquier intromisión
foránea, ya que se va abriendo paso la percepción de que son rechazados
por los europeos.
 
El último conflicto se desató a comienzos de marzo cuando la Comisión de
Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes aprobó una
declaración que califica de “genocidio” las masacres de armenios durante
el Imperio Otomano. La resolución irritó al gobierno turco porque, en su
opinión, demuestra que el gobierno estadounidense “no insistió
suficientemente” en sus esfuerzos para impedir su adopción. El ministro
de Relaciones Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, agregó que su gobierno
estaba “sumamente afectado” (AFP, 5 de marzo). Los armenios presionan en
Estados Unidos para que sean reconocidas como “genocidio” las masacres y
deportaciones en las que más de un millón y medio de armenios perdieron
la vida entre 1915 y 1917. Por su parte, Turquía reconoce la muerte de
300.000 a 500.000 personas, pero alega que no fueron víctimas de una
campaña de exterminio sino del caos de los últimos años del Imperio
Otomano. La polémica está servida y la Casa Blanca no podrá conformar a
ambas partes, en tanto Hillary Clinton aseguró que “trabajaremos muy
duro” para evitar que el proyecto llegue al plenario de la Cámara de
Representantes.
 
Este viraje de Turquía fuera del campo occidental sucede mientras
gobierna un partido religioso, el AKP, y se debilita el poder de los
militares, que siempre fueron el sector más pro-occidental del país. En
febrero fueron detenidos 67 altos mandos militares, de los cuales 31 han
sido enviados a prisión provisional, acusados de haber tramado un golpe
de Estado en 2003, un año después de que fuera elegido el actual gobierno.
 
Alemania y Japón
 
A fines de febrero el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Guido
Westerwelle, pidió a Estados Unidos que retire las armas nucleares que
mantiene en ese país (Der Spiegel, 25 de febrero). El ministro alemán
siguió los pasos de Noruega, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, que enviaron
una misiva el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmusssen,
para que la próxima conferencia del organismo discuta la
desnuclearización de Europa.
 
Alemania alberga 20 de los 200 misiles nucleares que el Pentágono tiene
estacionados en Europa. Aunque Westerwelle viene solicitando desde hace
algunos meses una medida de ese tipo, algunos analistas estiman que
trata de utilizar el tema para sintonizar con una opinión pública que
desde hace años rechaza las armas nucleares y exige vehementemente su
retirada. Sea como fuere, hay dos hechos incontrastables: Alemania
consolida su autonomía de Estados Unidos, algo que viene aconteciendo
desde que el canciller Willy Brandt lanzó a comienzos de la década de
1970 la Ostpolitik para afianzar relaciones pacíficas con la Unión
Soviética. Esa autonomía fue más visible aún cuando Alemania, Francia y
Rusia se negaron a acompañar en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas a Estados Unidos en su escalada para invadir Irak, en 2003. El
segundo, es la dura reacción de Washington. Una vez más correspondió a
la señora Clinton llamar las cosas por su nombre: “Este mundo peligroso
aún necesita la disuasión”, dijo, y pidió que “no haya ninguna medida
precipitada que la socave”.
 
Un paso más lo están dando Alemania y Francia (ambos con gobiernos
conservadores) al proponer a la Comisión Europea la creación de un Fondo
Monetario Europeo, como reacción ante el feroz ataque especulativo de
Wall Street contra Grecia y España (Le Monde, 8 de marzo). Fue el
ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble quien vinculó el tema a
al estabilidad del euro, aclarando de modo muy significativo que “la
zona del euro es capaz de solucionar sus problemas por sí sola”,
rechazando la intervención del FMI.
 
El contencioso entre Estados Unidos y Japón es más reciente pero puede
afectar toda la arquitectura de la superpotencia en el Pacífico. El 31
de marzo el Partido Demócrata desplazó al Partido Liberal por vez
primera en 55 años. Washington perdió un aliado, algo que fue visible
cuando el nuevo primer ministro, Yukio Hatoyama, encaró de forma
diferente el viejo litigio sobre las bases estadounidenses en Okinawa.
 
Hasta ese momento se venía negociando un acuerdo por el que se pudieran
transferir parte de las tropas estacionadas en la isla de Okinawa a
Guam, y reubicar la base en otra zona de la misma isla. Sin embargo el
gobierno de Hatoyama pide, sin vueltas, que todas las tropas se retiren.
El contencioso se fue agriando cuando salieron a la luz, esta última
semana, datos que revelan que el Partido Liberal y Estados Unidos tenían
pactos secretos que violaban las leyes japonesas y engañaron a la
opinión pública.
 
En efecto, la Constitución nipona establece -como consecuencia de las
tragedias de Hiroshima y Nagasaki- los principios de no poseer, no
producir y no permitir armas nucleares. Una comisión especial del
Ministerio de Relaciones Exteriores acaba de difundir que hubo acuerdos
para que, por ejemplo, los barcos estadounidenses con armamento nuclear
pudieran entrar en puertos japoneses, ya que en los años 60 y 70 el
gobierno mantuvo un programa nuclear secreto con Estados Unidos que le
permitía a ese país trasladar armamento atómico por el territorio
nacional sin necesidad de una consulta previa.
 
Lo grave es que esos acuerdos fueron negados durante décadas por los
gobiernos pro estadounidenses. La revelación de estos documentos, “puede
tensar aún más las degradadas relaciones bilaterales con Estados Unidos”
(La Vanguardia, 10 de marzo). La señora Clinton se mostró molesta con
Japón y dijo que su país no está dispuesto a modificar los acuerdos
militares. Para empeorar las cosas, Hatoyama hizo un llamado para la
creación de la Comunidad de Asia Oriental, incluyendo a China, Corea del
Sur y Japón, pero sin Estados Unidos. Sin duda habrá marchas atrás y al
costado, pero parece evidente que Japón ya no volverá a ser un fiel e
incondicional aliado del Pentágono en la región más caliente del
planeta. Immanuel Wallerstein evalúa los pasos dados por alemanes y
japoneses: “Mientras Alemania y Francia se acercan a Rusia, y Japón y
Corea del Sur se acercan más a China, Estados Unidos ya no puede contar,
de ningún modo, con las dos rocas sólidas sobre las cuales construyó su
estrategia geopolítica como potencia (alguna vez hegemónica) del
sistema-mundo” (La Jornada, 10 de enero).
 
Brasil ahonda la crisis
 
La profundidad de la crisis en curso debilita el papel de Estados Unidos
en el mundo, a tal punto que toda la red de alianzas tejida desde 1945
está haciendo ruido. Los crujidos se escuchan en los rincones más
inesperados del planeta, y aunque no tienen la envergadura de los tres
casos detallados arriba, merecen un seguimiento para confirmar un
crecimiento de la tensión en las relaciones internacionales. Cuatro
sucesos recientes confirman que vivimos en un mundo más inestable.
 
La reciente visita del vicepresidente Joe Biden a Israel muestra un
distanciamiento sin precedentes entre ambos aliados. Biden viajó para
entrevistarse con Benjamín Netanyahu y convencerlo de instalar una mesa
de negociaciones con los palestinos, ya que Barack Obama considera que
la resolución del conflicto en Medio Oriente es la pieza calve en su
objetivo de mejorar las relaciones con el mundo árabe. Pero Biden fue
recibido con la noticia de la construcción de 1.600 nuevas viviendas en
Jerusalén Este. En contraste, Lula consiguió impactar en su reciente
visita a Israel, cuando no sólo se mantuvo firme en su condena a
cualquier ataque contra Irán sino9 que se mostró como posible “puente”
en el conflicto como señala Pepe Escobar (Asia Times, 18 de marzo).
 
Pese a que Biden y Netanyahu son amigos desde hace dos décadas, la Casa
Blanca consideró la noticia como una ofensa, al punto que Obama lo tomó
como un insulto personal. La pequeña venganza de Biden fue llegar una
hora y media tarde a la cena con el primer ministro israelí. Es
improbable que las cosas vayan más lejos, en vistas de la potencia del
lobby judío en Estados Unidos, pero en el Congreso no son pocos los que
creen que ha llegado la hora de iniciar un “procedimiento de castigo”
contra Israel (El País, 12 de marzo).
 
El 8 de marzo cuatro importante personalidades alemanas publicaron una
carta abierta en varios medios exigiendo el ingreso de Rusia en la OTAN.
Se trata de Rühe Volker, ministro de Defensa de 1992 a 1998, el general
retirado Klaus Naumann, ex presidente del Comité Militar de la OTAN, el
embajador Frank Elbe, director de Planificación en la cancillería, y el
vicealmirante y ex director del Planificación de la Defensa, Ulrich
Weisser. Estiman que la OTAN necesita a Rusia para resolver los
problemas en Afganistán y Oriente Medio y para garantizar la seguridad
energética (Der Spiegel, 8 de marzo). Este posicionamiento colectivo
refuerza la percepción de la dirección que están tomando los intereses
alemanes y, por añadidura, franceses.
 
Las relaciones entre China y Estados Unidos no dejan de deteriorarse por
motivos militares, económicos y políticos. Luego del cuestionado
encuentro entre Obama y el Dalai Lama, Washington anunció la venta de un
paquete de armas a Taiwán valorado en 6.400 millones de dólares mientras
Beijing anunciaba represalias a las empresas involucradas. En todo caso,
lo más significativo es una viraje en la política china de compra de
bonos del Tesoro estadounidense, que se traduce en la venta 45.000
millones de dólares de esos títulos en los últimos cinco meses.
 
Diario del Pueblo, órgano del partido Comunista, fue muy claro en su
edición del 24 de febrero. “La cuantiosa deuda y el déficit
presupuestario del gobierno estadounidense, sólo pueden controlarse con
la emisión de dólares, lo que llevaría a la devaluación de los activos
denominados en esa moneda”. Hasta fines de 2009 China era el principal
tenedor de bonos estadounidenses, lugar que ahora ocupa Japón. El
periódico estima que con una deuda del 90 pro ciento del PIB y un
déficit fiscal cercano al 11 por ciento del PIB, los inversores están
“secuestrados” por el dólar. Para romper esa situación, “China debe
acelerar el tránsito hacia la internacionalización de al moneda china,
el renminbi, reducir su demanda de dólares y el coeficiente de dólares
en sus superávits de pago, para aliviar así la creciente presión
económica derivada de la influencia que ejerce el desequilibro externo
del país”.
 
Por último, las relaciones entre la Casa Blanca y Brasil se vienen
deteriorando mes a mes, como lo atestigua la reciente visita de la
señora Clinton al presidente Lula. Los puntos en disputa son muy
variados y algunos han estado en el tapete en los últimos meses: las
sanciones a Irán, la reconstrucción de Haití, la democracia en Honduras,
las bases en Colombia y la disputa comercial. Lula fue muy claro y dijo
que imponer sanciones a Irán puede ser perjudicial para el diálogo con
ese país y a la vez defendió el derecho de cualquier país de enriquecer
uranio al 20 pro ciento como autoriza el Tratado de No Proliferación
Nuclear. En todo caso, fue uno de los temas más espinosos en la agenda.
El otro es la decisión de Brasil de aplicar sanciones comerciales a
Estados Unidos por 560 millones de dólares, por subvenciones a sus
productores de algodón. El canciller Celso Amorim dijo que Brasil
prefiere no ingresar en la vía del contencioso legal, pero que el país
“no se va a doblar” ante naciones más fuertes. Pero el mensaje va mucho
más allá: Estados Unidos no está en condiciones de imponer su voluntad
en la región, que alguna vez fue su patio trasero.
 
* “El despertar de Turquía: la progresiva salida del campo occidental”,
GEAB No. 39, del Laboratorio europeo de Anticipación Política, 17 de
noviembre d 2009.
 
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios
colectivos sociales.