¿QUIEN ES LA “NUEVA” DERECHA?

Por:
Nils Castro

Publicado el 01/05/2010

ALAI AMLATINA- Sería ingenuo esperar que los éxitos
electorales alcanzados por partidos y movimientos de izquierda en varios
países latinoamericanos, y la correspondiente instalación de gobiernos
progresistas, se repetiría sin suscitar una contraofensiva de las
derechas y de los intereses imperiales o transnacionales vinculados con
ellas. Pero ahora esta contraofensiva no es una mera reedición
voluntariosa de las derechas que conocíamos, sino que se acompaña de
novedades que será preciso evaluar.
 
Los logros que dichas izquierdas obtuvieron desde finales de los años 90
expresaron respuestas populares tanto al deterioro de la situación
material y de las expectativas de grandes masas de latinoamericanos,
como al correspondiente cambio de su estado de ánimo en el momento de
ampliarse sus posibilidades de reacción política. Sin embargo, con los
matices propios de sus respectivas circunstancias nacionales, tales
éxitos fueron victorias conseguidas específicamente en el campo
político, sin que, hasta ahora, esas victorias contaran con las
condiciones requeridas para remecer otros planos sociales.
 
Aún así, estas izquierdas han probado que, hasta el actual nivel del
desarrollo e inquietud sociopolítica de sus países y de la región, ellas
no solo son capaces de administrar al régimen capitalista mejor que las
propias derechas, sino que también pueden hacerlo de formas que han
mejorado significativamente las condiciones de vida de millones de
latinoamericanos. Aunque, asimismo han mostrado que todavía no pueden
remplazar, por esta vía, al régimen existente por otra formación
histórica más avanzada.


 
La contraofensiva


 
Si bien en el terreno político el gran capital y sus políticos, partidos
y medios de comunicación sufrieron un importante revés en esos países
latinoamericanos, los núcleos principales de la derecha conservaron sus
instrumentos básicos de actuación, penetración y poder. Pese al inicial
desconcierto que hayan padecido en el plano subjetivo, en lo esencial
salvaron los instrumentos básicos del sistema político previamente
establecido, así como el control de los medios periodísticos más
poderosos. Es decir, en estos años las izquierdas vencieron
políticamente a las formas tradicionales de las derechas, pero no
derrotaron a la derecha como tal.
 
Al cabo, tras una gradual revisión de estas experiencias, los talentos y
medios de comunicación de las derechas, hegemonizados ahora por el
capital financiero, decantaron y renovaron sus opciones estratégicas y
reactualizaron sus opciones políticas. Desde entonces, su contraofensiva
ha venido articulándose tanto en los países donde alguna corriente de la
izquierda les ganó elecciones, o estuvo cerca de ganárselas, como
también donde eso no ocurrió.
 
El clima propicio para que esa contraofensiva pueda incidir en las capas
sociales subalternas se benefició con el ambiente de confusión
ideológico cultural que vino tras el reflujo de los proyectos
revolucionarios de los años 60 y 70, el colapso del Campo Socialista y
la URSS, la ofensiva neoconservadora y el “pensamiento único” de los 80
y 90, junto con la falta de alternativas políticas que darle a los
malestares e inconformidades sociales desatados tras los subsiguientes
“reajustes” neoliberales, con sus abusivos y desoladores efectos.
 
En ese ambiente, la ofensiva político cultural de la derecha neoliberal
encontró más críticas que contrapropuestas de la izquierda y, por
consiguiente, una oportunidad de recoger y abanderar en su provecho
parte de los disgustos y frustraciones sociales característicos de aquel
período.
 
A la postre, hemos presenciado una metamorfosis de la derecha que, a su
vez, adicionalmente busca inducirle a las izquierdas una metamorfosis
paralela, moldeada a la medida del interés estratégico de esa “nueva”
derecha.
 
Para tales propósitos, la participación de agencias oficiales,
fundaciones privadas e intereses empresariales de Estados Unidos y de
algunos países europeos no se ha ocultado.
 
América Latina en disputa
 
En gran parte de América Latina las agrupaciones progresistas mantienen
la iniciativa política, pero ya está en curso una importante
contraofensiva de la “nueva” derecha. Nos encontramos ante un anchuroso
mosaico social que está en disputa y como corresponde a tiempos de
transición donde hay diversas opciones abiertas. Por un lado, esa
“nueva” derecha tiende a prevalecer sobre las formaciones conservadoras
tradicionales, pero sin marginarlas. Por el otro, el panorama de las
izquierdas es más heterogéneo, como es natural a su naturaleza
cuestionadora y creativa, que explora diversidad de caminos.
 
En nuestra América las incertidumbres y precariedades, agravadas por las
políticas neoliberales y su fracaso, concurren con el anterior abandono
de los referentes y proyectos desarrollistas y revolucionarios de los
años 60 y 70, y con la insuficiencia de otras propuestas más eficaces
para los tiempos que corren. La crisis social está más avanzada que el
desarrollo de nuevas alternativas político ideológicas.
 
Tras tantos años de insatisfacciones la gente está harta, sin que eso
signifique que ya es consciente de sus posibles alternativas históricas.
Así las cosas, ese difuso y multiforme malestar social ha contribuido a
fortalecer el apoyo electoral a opciones de izquierda, pero no
necesariamente a aceptar alternativas más radicales. El dolor y la
irritación por las consecuencias de la desigualdad extrema, el empleo
precario y la miseria conviven con el descrédito de los sistemas
políticos conocidos y, a la vez, con una extendida sensación de temor
que viene de la falta de seguridades y la frustración de expectativas.
 
Es en ese contexto que ahora toca medir fuerzas con una derecha renovada
y mejor articulada que viene a disputar el campo político. Y que viene a
hacerlo con los recursos que ya sabemos: el predominio mediático, una
orquestación continental y unas consignas populistas que tienen la
fuerza de una brutal simplificación de los problemas y expectativas
populares, que no necesita mayores esfuerzos explicativos. La naturaleza
elemental y retrógrada de esas consignas facilita su asimilación.
 
En períodos así el piso político es movedizo: abundan los
realineamientos tácticos, programáticos e ideológicos de las
dirigencias de los partidos políticos y organizaciones, como también de
los sectores sociales que ellos pretenden representar. Esto es un
espacio propicio para cualquier género de aventureros, como Fujimori.
Pero si bien es cierto que la crisis económica, sociopolítica e
ideológico cultural propicia confusiones y recomposiciones, no por eso
conlleva el supuesto “retorno a la derecha” que hoy predicen
determinados “analistas”. Al contrario, en ningún país latinoamericano
hay un movimiento de masas en apoyo de proyectos contrarrevolucionarios.
 
Aunque aquí o acullá la izquierda política no ha renovado sus
propuestas, la vida le da arraigo a una izquierda social que se extiende
aunque todavía no esté conceptual ni organizativamente desarrollada. Si
en vez de preguntar por las siglas partidistas se cuestionan los
problemas diarios tema por tema, se comprueba que es falso que nuestros
pueblos deriven hacia la derecha, pese a “la rémora histórica de
confusión, desideologización y desorganización” que los deja inermes por
obra del oportunismo de algunos liderazgos inescrupulosos. Por eso, las
campañas de la “nueva” derecha se ven tan necesitadas de remedar
discursos progresistas.
 
Lo que pasó en Chile en las elecciones del 2009 no prueba otra cosa. La
Concertación por la Democracia, que gobernó a ese país por 20 años, no
fue un ejemplo de la reactivación que las izquierdas latinoamericanas
experimentaron desde finales de los años 90 en rechazo a las tesis y
secuelas del neoliberalismo. La Concertación fue producto de la etapa
previa, de transición pactada de la dictadura a la democracia neoliberal
(que tuvo lugar paralelamente a la conciliación de la socialdemocracia
europea con el neoliberalismo). La subsistencia del modelo pinochetista
de Constitución, institucionalidad pública, sistema electoral y economía
de mercado así lo recuerda, a la vez que es huella de una transición
democrática que quedó inconclusa.
 
El hecho de que esta subsistencia se instrumentara con participación de
una parte de la izquierda debe evaluarse vis a vis con las importantes
conquistas en materia de libertades públicas y derechos humanos que eso
inicialmente facilitó, en su primera etapa. Mas no será sino ahora
paradójicamente, bajo un gobierno de la “nueva” derecha cuando el
pueblo chileno tendrá oportunidad de luchar para que la transición
democrática se complete y por incorporarse al proceso de renovación del
papel y la naturaleza de las izquierdas latinoamericanas.
 
- Nils Castro es escritor y catedrático panameño.