Tres décadas de desmalvinización, tres décadas de democracia colonial

Por:


Publicado el 01/05/2010

Casi treinta años atrás, la guerra de Malvinas constituyó un conflicto antiimperialista que enfrentó a la Argentina semicolonial de entonces, gobernada por una dictadura cívico-militar que ejercía el poder valiéndose de prácticas terroristas, con una de las principales potencias del planeta, respaldada por el bloque de naciones centrales, encabezado por Estados Unidos. Más allá de las intenciones de quienes precipitaron el conflicto bélico, totalmente sorprendidos —según sus propias declaraciones—, por el desarrollo de los acontecimientos, la naturaleza del conflicto no puede ofrecer dudas para los argentinos. No las ofrece para los socialistas revolucionarios que tienen muy en claro una de las enseñanzas fundamentales del marxismo en una nación sometida a condiciones de atraso y dependencia: en el enfrentamiento entre una democracia imperialista y una dictadura cívico-militar reaccionaria, el deber de todos los patriotas está del lado del país que libra la batalla contra quienes integran el bando de los dominadores.

Ante todo, una derrota política

 

Este desfase entre la subjetividad de quienes estaban al frente de la Junta Militar (la idea de que Estados Unidos desempeñaría un papel mediador entre dos aliados privilegiados y que el gobierno conservador inglés no se embarcaría en un conflicto bélico) y la verdadera naturaleza de la guerra, estableció las condiciones de la derrota, cuyo origen fue, ante todo, político. En ningún momento la dictadura cívico-militar tuvo en cuenta que para recuperar las Malvinas, por vía militar o mediante negociaciones, era imprescindible una política antiimperialista. Quienes habían practicado —y practicaban— el terrorismo de Estado, mantuvieron en todo momento el conjunto de ideas y creencias que los llevaron a sostener por las armas un programa contrarrevolucionario, destinado a destruir todo vestigio de país independiente. La permanencia de Roberto Aleman al frente del Palacio de Hacienda, representante del capital financiero internacional y de las corporaciones monopólicas, como antes lo había sido Martínez de Hoz, constituyó el presagio más claro del desenlace del conflicto.

Como no podía ser de otro modo, las consecuencias de la derrota política y militar comenzaron a pesar de un modo abrumador sobre el destino del país apenas cesó el tronar de los cañones. La política de desmalvinización fue la principal de esas consecuencias. En torno a esa política se organizó el conjunto de significaciones imaginarias —aquello que determinada sociedad en cierta época de su historia concibe como posible y realizable y aquello que deshecha como impracticable— constitutivo de la subjetividad que habría de predominar en los años venideros. Su objetivo fue restablecer los mecanismos de dominación y hacerlos perdurables en el tiempo.

El verdadero significado del 2 de abril

 

Tras la caída de Puerto Argentino y del subsiguiente colapso de la dictadura cívico-militar, los círculos influyentes de la burguesía local y el capital extranjero comprendieron la necesidad de imprimir un giro en el manejo de los asuntos públicos, así como en el sentido de las construcciones simbólicas generales, en correspondencia con los nuevos tiempos que se avecinaban. En primer término, era imprescindible que la reconstitución hegemónica en curso, bloqueara cualquier posibilidad de derivación al plano de la conciencia política del contenido antiimperialista que encerró el conflicto bélico, inconfundible a la luz del comportamiento de Gran Bretaña, Estados Unidos y de sus aliados europeos.

Apuntando en esa dirección, la recuperación de Malvinas fue presentada como una decisión irracional, y los militares que llevaron a cabo, demonizados. De acuerdo con el nuevo discurso, inspirado en usinas ideológicas del exterior, con amplia repercusión interna, constituía un verdadero despropósito que un país atrasado y dependiente pretendiese enfrentar militarmente a una potencia de primer orden. De forma tal, el 2 de abril fue explicado, en reiteradas ocasiones, como la obra de un borracho irresponsable. No importó que hasta ese momento las guerras de liberación nacional en China, Vietnam o Argelia (así como hoy las presentes luchas de los pueblos en Palestina, Irak y Afganistán)), hubiesen demostrado que la supuesta imposibilidad de enfrentar al colonialismo y al imperialismo, constituía una falacia. En este sentido, también la guerra de Malvinas arrojó enseñanzas instructivas. Por ejemplo, en marzo de 1984 The Economist sostuvo que, sin ayuda de Estados Unidos, no sólo Gran Bretaña no habría podido ganar la guerra, sino que tampoco hubiera podido organizar la campaña militar. Asimismo, son abundantes los testimonios de origen británico sobre lo cerca que estuvieron de la derrota las fuerzas de su graciosa majestad.

En el marco de esta narrativa, construida en los años de posguerra, los soldados argentinos perdieron su condición de combatientes de una causa de carácter nacional, y fueron presentados como “los chicos de la guerra”, criaturas inocentes, arrojadas al infierno del conflicto militar en situación de indefensión por la ineptitud y la cobardía de una oficialidad incapaz de afrontar el peligro. No importaba que la proporción de bajas en los distintos rangos de las fuerzas armadas argentinas, no probara en absoluto el relato desmalvinizador. Una mezcla de pacifismo, democratismo y antimilitarismo pequeño burgués, de la cual el alfonsinismo fue la expresión política más decidida, impregnó los distintos aspectos de la vida política nacional, y caló hondo en el ánimo de una clase media desmoralizada, base social necesaria para el discurso organizado en torno a la falsa antinomia democracia/totalitarismo. Fue bajo esta influencia que se aseguró la continuidad de las transformaciones de fondo iniciadas por el programa de Martínez de Hoz en 1976, y que han perdurado hasta el presente.

Pero así como esa continuidad no está asegurada, ni mucho menos, el 2 de abril y la guerra en el Atlántico Sur recuperarán su lugar en una historia desmitificada, y servirán de punto de partida para la conformación de una conciencia nacional, y para la gestación de un gran movimiento de masas democrático y antiimperialista orientado hacia la liberación de la patria y el socialismo.

por Socialismo Latinoamericano • Izquierda Nacional