Hace aproximadamente ocho años
varios “expertos” y políticos de la catadura de Carlos Sánchez Berzaín nos
hablaban de una virtual “Bolivia Saudita”. Supuestamente teníamos demasiado gas
y había que venderlo cuanto antes. Se nos decía, inclusive, que debíamos evitar
que la tecnología lo trascienda y nos quedemos sentados sobre esa riqueza
cuando ya nadie la quiera. El plan de los “expertos” y ministros de los
gobiernos de Jorge Quiroga Ramírez y Gonzalo Sánchez de Lozada consistía en
llevar el gas no sólo a Brasil y Argentina, sino a California en buques
metaneros, y, de paso, a Chile.
Precisamente
en uno de los debates de ese tiempo Sánchez Berzaín llegó a decir: “Sumando lo
que vamos a exportar a los vecinos y la proyección del consumo interno, nos
quedaría gas como para 200 años. Hay que concretar el negocio con California”.
El convencimiento empezó a hacerse generalizado. Las certezas pasaron a sumar
no sólo las reservas de gas ya constatadas sino las “probables” y las
“posibles” como un hecho. Para ello las consultoras y las petroleras de aquella
temporada también se colaron a los discursos en los que ya no se vertían
palabras, sino trillones de burbujas.
El pleito nacional trascendió la constatación y decantó por la disputa del
fabuloso tesoro supuestamente hallado. Pasó una odisea política. Pasó casi una
década de exportación intensiva a Brasil y Argentina, así como un creciente
consumo nacional. Y nos enteramos que, en concreto, nos queda gas como para
apenas ocho años.
Hacia el año 2020
el contrato de gas con Brasil habrá expirado casi junto con nuestras reservas,
si es que no hallamos nuevos campos. Somos, como, lo empieza a reconocer el
propio presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB),
Carlos Villegas, “el país que creía tener gas”.
La
historia es rica en experiencias de este tipo. El gas, el petróleo suelen
“aparecer” cuando las transnacionales y las potencias los necesitan. Vaya uno
hoy a saber si entre Petrobrás, Total, Repsol y compañía ya exprimieron lo que
querían bajo la cancioncita de los 25 Trillones de Pies Cúbicos (TCF). Quién
sabe, tal vez en unos meses “alguien” se tope justo con un megacampo, justo
cuando otros cedan al gusto del cliente. Desafortunadamente la fórmula de
inteligencia, honestidad y patriotismo hace mucho que anda incompleta por estas
tierras. Pero, como si las lecciones nunca fueran aprendidas, la historia
parece repetirse con su respectivo estribillo de pesadilla. Sólo falta la voz
nasal de Carlos Sánchez Berzaín y variar algunas palabras para completar la
calca.
Apenas se reventó la burbuja del
gas, han aparecido quienes inflan la del litio. Ya empezamos a sumar miles de
millones de dólares y a ver el mundo del próximo siglo funcionando con baterías
LI “made in Bolivia”. Curiosamente, proyecciones de las propias fuentes
gubernamentales apenas señalan que dentro de un lustro los ingresos alcanzarían
a cerca de 350 millones de dólares.
¿No
será ya la hora de empezar a proyectar una Bolivia que no dependa de las
burbujas de la politiquería sino de una planificación estratégica y consciente?
¿No será ya hora de olvidarnos para siempre de voces como las de Sánchez
Berzaín?
LA BURBUJA BOLIVIANA DEL GAS