LA LEY CONTRA EL RACISMO

Por:
P. Gregorio Iriarte o.m.i.

Publicado el 01/10/2010

    LA LEY CONTRA EL RACISMO  Y CONTRA  TODA FORMA DE DISCRIMINACIÓN , lamentablemente,  se queda corta, muy corta, a pesar de su largo enunciado.

  EL  problema del racismo y de la discriminación tiene raíces muy hondas y hay que enfrentarlo como condición imprescindible si se quiere que el país cambie en profundidad hasta lograr que  todos se  sientan como verdaderos ciudadanos/as  con plenos  derechos  y obligaciones. En realidad, una ley contra el racismo y la discriminación  no solo es oportuna sino de absoluta   necesidad.

   Sin embargo, el problema no se solucionará con un listado de penalizaciones como nos ofrece  la  Ley que ha sido aprobada. Las más graves  manifestaciones  de  racismo  y discriminación no están  vinculadas  a expresiones verbales. Lo realmente ofensivo y discriminatorio está en las actitudes  tanto personales como sociales.  La nueva  Ley se queda atrapada en  lo inmediato, en lo verbal, en lo personal, en lo comunicacional…  Se queda en penalizar  todo aquello que  se podría  considerar  como insulto u ofensa. Es legítimo pero insuficiente.

    La ausencia de debate, tanto en las instancias políticas, como  en las Cámaras  Legislativas, ha sido el principal óbice para que no se llegue  a elaborar  una ley  en la perspectiva de un cambio radical y  profundo  de nuestro país. Han faltado la fundamentación, el debate y el diálogo y ahí tenemos  los resultados….  

     No se  podrán  reducir y erradicar  unos problemas  tan  graves  como  el “racismo”  y la  “discriminación” con una Ley que se limita  a  condenar expresiones personales o comunicacionales socialmente ofensivas. (“El parto de los  montes contra el racismo y la discriminación. Arturo Villanueva. PULSO n.574)

  Es evidente que el racismo  y la discriminación tienen raíces mucho más profundas y unas  manifestaciones  que  afectan  muy  gravemente a  toda la vida política, social y cultural del país.  Penalizar a los infractores no es, ni el mejor ni el único camino, para  enfrentar este  difícil  y enorme desafío nacional.  Hay que llegar a las raíces históricas, coloniales, culturales y sociales  que son las que  motivan,  y hasta  justifican, las más condenables  expresiones   racistas  y discriminatorias que vemos tan presentes en nuestro  medio. Ellas han creado una mentalidad de autoritarismo, de dominación y de enfrentamiento de  unos sectores  contra  otros y de unas culturas y de unas regiones contra otras. El  desprecio por lo indígena, por su cultura, por su  lengua y  por  sus tradiciones es una de las manifestaciones más reprochables y, por desgracia, la más frecuente.  

        La gesta emancipadora de Bolivia  no  fue  nacional ya que no liberó a la mayor parte de su población. Los sectores mayoritarios de las culturas autóctonas, no sólo fueron marginados, sino talmente excluidos.

       El Estado moderno  plurinacional de Bolivia  debe partir  de la naturaleza pluricultural y plurilingüística de su población  para  llegar  al cambio profundo  y real que  queremos.  Lamentablemente, Bolivia se fundó, desde su nacimiento, en la  cultura de la  exclusión, con  dos  características  negativas : un larvado racismo y un absorbente   centralismo.

    Esa mentalidad ha seguido  interiorizada  en  muchas de nuestras  instituciones, así  como en el sistema educativo y en las propias reparticiones de nuestros  Gobiernos, expresándose en actitudes de superioridad, de prestigio, de influencias, de dominación y de desprecio hacia los más humildes.

     Hay  que descolonizar la  educación sin caer en actitudes impositivas y verticalistas. Se debe desarrollar una educación autónoma, de tal modo que  cada alumno sea sujeto y protagonista de su propia  formación, dentro de su propia  cultura.

  Sin embargo, vemos cómo el sistema escolar alienta y trasmite actitudes totalmente  antidemocráticas.  No está orientado hacia una auténtica educación, sino hacia la mera instrucción. De ahí que no desarrolle los valores  éticos  de la tolerancia, del diálogo, de la fraternidad, de la igualdad,  de la solidaridad, de  la convivencia, de la justicia social, ni se preocupe de  profundizar los valores culturales  y el  amor y la defensa de la naturaleza.

   El sistema se desenvuelve obsesionado  por el desarrollo exclusivo del área cognoscitiva: forma  para los exámenes, no para la vida;  es individualista, no comunitario; busca el éxito personal, a costa del derecho de los demás;  premia la memorización por encima de la creatividad y de la  iniciativa personal….  La competitividad se impone sobre la  solidaridad  y    la disciplina vale  mucho más  que la autoformación…. Es imposible que sobre esa base se pueda construir una sociedad fraterna y solidaria.

    Si se quiere  desterrar la mentalidad   individualista, dominadora y colonial, hay que  partir  de un sistema educativo que forme   en los verdaderos valores  de la democracia y la ciudadanía.

     La “democracia de los ciudadanos” necesita  defender la “libertad de opinión”  que, por cierto, va mucho  más allá de la “libertad de prensa”. Los medios de comunicación , sobre todo la televisión, se han convertido, con demasiada frecuencia en “medios de incomunicación y de alienación”.   Hay que defender la libertad de  prensa  pero teniendo siempre  presente la idea de que la auténtica libertad debe  ser siempre expresión de lo que  piensa  el pueblo y de lo que el pueblo necesita. Quiere decir que no debe  estar  al servicio de una empresa, sino,  mediante una  empresa, al servicio del pueblo.

     La Ley  especifica la penalización al derecho a la libre expresión en los medios de comunicación. No queremos entrar a analizar y  juzgar  ese  problema pues  es “el tema del día” y,  ya sea a favor o en contra,  todo el mundo habla de ello.

   Personalmente, veo  como una   verdadera frustración que una Ley tan importante  quede reducida, ante la opinión pública, a   una discusión y a una confrontación de  tipo gremial. No queremos decir  que esa discusión y confrontación no sean  muy importantes y necesarias. Lo que queremos  expresar es que  en vez de llegar a ser una  Ley transcendental  para  el cambio profundo y real del país, se ha quedado reducida a una mera   confrontación  frente a dos  artículos  que, por cierto, son peligrosos,  sobre todo, por su  generalización. Pueden ser  usados con criterios  vengativos  y  discriminadores en razón de  una ley que quiere luchar en contra de la discriminación ¡!!!.l

    Un proyecto de  descolonización, de erradicación del racismo  y de todas las expresiones discriminatorias, debe buscar  la construcción de la verdadera identidad nacional, de ahí que no sea lógico el que se quede  en  condenaciones de ciertas expresiones   periodísticas o radiofónicas  de tipo discriminatorio.

  Tenemos  una sociedad dividida por actitudes sectarias y excluyentes de  carácter, no solo personal,  sino, y sobre todo, de tipo  colectivo, político, económico y social, junto  a prácticas autoritarias, prebendas para el sometimiento, anulación del disenso…

   Todo ello nace  de  una  mentalidad, de una tradición, de una educación y de unas prácticas políticas y sociales autoritarias, dominadoras y antidemocráticas. 

    Una de las  principales tareas para  impulsar  el desarrollo  de  la  identidad nacional  es el de ir gestando una sociedad intercultural, dentro de la variedad y la riqueza  cultural del país.

    Es necesario articular la convivencia de valores  susceptibles de ser  compartidos por todos  sin anular las diferencias. Hay que llegar  a un proyecto universalista basado en una ética  también universal. Para ello hay que promover en  todos los  ámbitos la  intercultualidad  por la que nos reconozcamos  todos  y todas como  interlocutores válidos, aceptándonos unos a otros tal y como somos, con nuestras propias peculiaridades personales, raciales y culturales. El ideal al  cual  todos tenemos que tender es el llegar  a  una real vivencia de  “ciudadanía intercultural

   Daría la impresión  de que han ido en aumento, en los  últimos años,  los “espacios de  racismo”  en nuestro país. Debemos  optar  por la “revolución del respeto”  partiendo siempre  de la idea básica de que  todos somos iguales y todos tenemos los mismos derechos.