
En días pasados, precisamente cuando tuvo lugar el intento de golpe de Estado en Ecuador para derrocar al presidente Rafael Correa, se celebró en Buenos Aires, en la Universidad Nacional de Lanús, un Congreso extraordinario sobre las Malvinas, para expresar una vez más la exigencia de la República Argentina de que se reconozcan sus derechos soberanos sobre el archipiélago, en el extremo sur del continente.
Temas que parecen disociados pero
que al final de cuentas no lo son. Veamos: en el caso de las Malvinas se
recordó la manera imperial, incluso filibustera, en que Gran Bretaña se apoderó
desde 1833 de esas islas, y la manera en que, desde entonces, ha echado sus
reales sin la mínima atención a los reclamos de Argentina.
Y, desde luego, se recordó la aventura de 1982 en que el gobierno golpista del
general Galtieri pretendió recuperar por las armas las islas, confiando en que
el apoyo de Estados Unidos disuadiría a Margaret Thatcher de empeñarse en
conservar ese territorio de conquista, logrando al mismo tiempo para el
gobierno de Galtieri cierta legitimidad, por atender una vieja reivindicación
argentina.
Pero a Galtieri le salió el tiro por la culata: ni Estados Unidos lo apoyó
(¿cómo hubieran podido, en la histórica mancuerna del arranque neoliberal de
Ronald Reagan y Margaret Thatcher?). Además, la dama inglesa, digna heredera de
los Drakes y los Cooks, se lanzó con éxito al salvamento armado de unas
minúsculas islas situadas a 14 mil kilómetros de su tierra. Según ha quedado
claro en documentación desclasificada posteriormente, ciertos oficiales
estadunidenses sorprendieron o engañaron como a ingenuos a sus congéneres
oficiales argentinos, asegurándoles que Ronald Reagan los apoyaría para
establecer posteriormente una administración tripartita de las Malvinas.
En perspectiva histórica no parecería tan extravagante la hipótesis, puesto que
ahora se anuncia en esa región una de las mayores reservas petroleras del
mundo. Sobre la cual los británicos, por supuesto, han iniciado ya los primeros
trabajos de exploración.
El hecho es que el seminario-congreso en la Universidad de Lanús,
con abundante participación de intelectuales del Cono Sur y de Venezuela (y un
servidor, mexicano que resultaba la excepción dislocada), y de dirigentes
políticos y sindicalistas, resultó antes que nada una muestra elocuente (y
emocionante), no sólo de la genérica aspiración centenaria a la unidad
latinoamericana, sino de la concreta voluntad política de avanzar en ese
sentido, llevando el propósito del reino de los sueños al de su realización
específica en marcha.
Debo decir que en éste y otros puntos se ha convertido en sideral la distancia
entre América del Sur y México. Así como nuestro país, durante muchos años, fue
punta de lanza contra el vasallaje imperial, ahora vemos cómo nuestro perfil se
deslava dramáticamente, y la manera en que nos hemos salido de las acciones del
sur para integrarnos al norte: no el norte digno y respetable del sur, sino el
sur indigno del norte, en que todavía discutimos si nuestro futuro se encuentra
en la anexión abierta a Estados Unidos o en mantener un poco de libertad y
autodeterminación.
Sin añadir que en prácticamente
todos los órdenes, la atmósfera intelectual y ética sudamericana está libre de
la abrumadora penetración cultural y social (de mentalidad) de Estados Unidos,
mostrándose con mucho más fuerza que en México la pertenencia de nuestros
pueblos a otras raíces sociales y culturales. Además, la diversificación
económica, política, social y cultural es un hecho sudamericano en cuyo camino
México ha avanzado muy poco.
Claro que el intento del golpe de Estado en Ecuador exaltó excepcionalmente la
nueva realidad política, social y cultural de muy amplias zonas del continente
en su lado sur, mostrando al mismo tiempo su eficacia: la reunión casi
instantánea de todos los presidentes sudamericanos en las siguientes horas al
intento golpista en Ecuador, precisamente muestra el nuevo espíritu (ejecutivo,
con respuestas aceleradas) y la voluntad política inquebrantable en forja en
América del Sur.
De paso muestra hasta qué punto una organización como la OEA pertenece al pasado y la
manera en que la nueva América Latina va organizando sus instituciones, acordes
y correspondientes al tiempo presente. La Unasur y su Comité de Defensa Militar convierten
a la OEA y al
TIAR en desperdicios de la historia, aunque no deben olvidarse las más
recientes maniobras militares de Estados Unidos a lo largo y ancho del
continente (movilización de la
Cuarta Flota, colocación de siete bases en Colombia, el golpe
militar en Honduras, nuevas bases en el Caribe, etcétera), lo cual hace
presente siempre la vigilancia y el peligro que representa la potencia imperial
(ahora interesada además en el agua y en el petróleo continental).
Reivindicación de las Malvinas para el pueblo argentino, organización con
instituciones autónomas al sur del continente, inclusive militar, la cual tiene
actualmente un carácter primordialmente estrategico-defensivo, transformación
de un mundo que ya no es el patio trasero de nadie. En cambio México, que un
día estuvo a la vanguardia de esas luchas, se presenta hoy como un hermano
disminuido y deslavado, en la cola de la gran potencia, más bien interesado en
aprovechar (sin éxito) las supuestas oportunidades al norte que por construir
un mundo de autodeterminación que nos defina, y que nos debiera acercar decididamente
al sur.