
Con la crisis
económica que agobia el país, con restricciones en inversiones para ejecutar
planes de desarrollo, con una inflación que todavía persiste y se siente en los
salarios disminuidos de la gran mayoría de trabajadores y en la ostensible
disminución de los productos que ahora sólo llegan a la mitad de la canasta
familiar, tal parece que tendremos que recurrir a la alcancía salvadora, el gas
de Tarija.
En este momento sería muy importante acceder a los beneficios de las reservas
internacionales, pero lamentablemente la rentabilidad que generan es casi cero.
De acuerdo a los últimos datos obtenidos por Día “D”, el interés que genera el
dinero de los bolivianos, depositado en bancos del exterior, se redujo a 0,25
por ciento.
Los más de nueve mil millones de dólares, que agito el ego financiero de
algunos ministros y del propio presidente Evo Morales, quienes lo muestran como
uno de los hechos más exitosos de la gestión gubernamental del Movimiento Al
Socialismo (MAS), ganan intereses miserables, incluso 40 veces menos en
relación a los intereses de los préstamos que hacen esos bancos donde están
depositadas las reservas internacionales.
Cierto que el dinero, “bien acomodado” y bajo las garantías de rigor, produce
más dinero que aumenta la cantidad de reservas y puede sostener operaciones de
emergencia en cualquier circunstancia, pero en el presente caso no es así.
Tener un ingreso extra le representaría al país contrarrestar los efectos de la
caída de los precios de algunos productos de exportación y una serie de
problemas emergentes de la crisis mundial.
De lo que se trata en el momento actual, ya que no hay una rentabilidad
positiva de las reservas internacionales, es de evitar otro colapso en el
sector productivo como sucedió en la década de los 80 con miles de trabajadores
que fueron despedidos y no precisamente relocalizados.
Los recursos de los ahorros del Estado bien manejados pueden ser recuperados
más adelante, pero además deberían generar una rentabilidad concreta a mediano
plazo si ahora se utilizan en un Fondo de Inversiones Productivas que aseguren
posibilidades de obtención de capitales, tecnología de punta y un replanteo muy
urgente de la política nacional y de la mano de obra, que debe abrirse a las
exigencias comerciales del mercado internacional y la competencia de países
vecinos, donde todos estos productos, ahora prácticamente paralizados, tienen un
tratamiento muy especial para seguir operando pese al vaivén de precios en las
pizarras de Japón, Londres, Estados Unidos o China.