LA GEOPOLITICA Y LAS ISLAS MALVINAS


Aunque esta revista se publica en la Argentina, pretende tener un espíritu y un enfoque latinoamericano. Sin embargo, esta carta se concentra sobre un tema “argentino”: la cuestión de soberanía sobre los territorios insulares ocupados por el Reino Unido en el Atlántico Sur.

 

Aclaramos entonces que si así lo hacemos, no se debe a que Política se edite en la Argentina, sino a que para nosotros la cuestión de las Malvinas e Islas del Atlántico Sur jamás fue asunto argentino, sino de todos los latinoamericanos.

Se olvida frecuentemente que la monarquía borbónica de Madrid, en el siglo XVIII, había decidido instalar el comando naval sudatlántico en Montevideo. La victoria de los Habsburgo sobre los gérmenes de una España burguesa, acaecida a principios del siglo XVI en torno a la sucesión de los Reyes Católicos, había garantizado la supervivencia de la parasitaria clase señorial castellana y sancionó por dos largos siglos el atraso, el desmedro y la fragmentación de España. En su voluntad transformadora de esas funestas estructuras putrefactas, la renovación capitalista de los Borbones incluyó también una decidida modernización de la organización territorial del Estado y en especial de su despliegue oceánico.

 

Una de las primeras medidas en ese sentido fue, justamente, la remodelación del ya desmedrado pero recuperable poder naval español, y no es por cierto una casualidad que fuera en la recién fundada ciudad de Montevideo que la monarquía localizara el comando general del Atlántico Sur, con jurisdicción hasta las islas africanas de España y, por supuesto, las Malvinas y dependencias inmediatas.

 

La cuestión de las Malvinas, entonces, se plantea ya desde el inicio como un asunto de poder planetario y no como una pequeña disputa localizada entre un Estado sudamericano y un Estado de Europa noroccidental. Si la República Argentina mantiene un diferendo con el Reino Unido no se debe a acontecimientos posteriores a nuestra independencia, sino a los derechos que nos asisten como herederos directos del poder ibérico en el Atlántico Sur.

 

La persistente presencia británica en las Malvinas carece de toda motivación económica directa. Su verdadero sentido lo provee indirectamente un viejo crítico de las artes y las costumbres, el influyente y reaccionario tory Dr. Samuel Johnson, para quien (¡en 1777, cuando algunos británicos intentan hacer pie en un islote cercano a la Isla Soledad!) los intereses de Inglaterra en las Malvinas podían resumirse en los siguientes términos:

 

"…triste y sombría soledad... una isla arrojada lejos del uso humano, tormentosa en invierno y estéril en el verano; una isla a la que ni siquiera los salvajes sureños han dignificado con su esfuerzo de población; donde una guarnición debe ser mantenida en un estado que observa con envidia a los exiliados de Siberia; una isla en donde los costos serán perpetuos y su utilización, ocasional; y en la que, si la fortuna sonriese a nuestro trabajo, podría llegar a convertirse en un nido de contrabandistas en tiempos de paz y, en tiempos de guerra, en refugio de futuros bucaneros..."

 

Es importante señalar, por si no se desprende con claridad del texto, que el Dr. Johnson no participaba del entusiasmo de quienes llamaban a asegurar la presencia británica en Malvinas. No por casualidad era el que expresaba los intereses de las capas más vinculadas a la propiedad de la tierra en Inglaterra, y las más alejadas de la expansión comercial de la pujante nación burguesa y manufacturera.

 

Reiteremos las en su momento muy escuchadas sugerencias del Dr. Johnson: “una isla en donde los costos serán perpetuos y su utilización, ocasional; y en la que, si la fortuna sonriese a nuestro trabajo, podría llegar a convertirse en un nido de contrabandistas en tiempos de paz y, en tiempos de guerra, en refugio de futuros bucaneros...” ¿Qué habrá ocurrido para que sesenta años más tarde Inglaterra se lanzara a la aventura de ocupar ese territorio? En primer lugar, se había cerrado el ciclo abierto por la Revolución Industrial y la burguesía había llegado al poder en Londres, para no abandonarlo jamás. Pero también habían ocurrido por lo menos dos cosas más: España había desaparecido como potencia naval (menor, pero real), lo que reducía grandemente los costos “perpetuos” de ocupación, y además la victoria de los balcanizadores anglocriollos del Puerto de Buenos Aires había desgajado el apostadero naval de Montevideo, y había ocluído por todo un período histórico la posibilidad de proyectar una política soberana en el Atlántico Sur.

 

El archipiélago había quedado en manos de una laxa confederación en permanente guerra civil, que apenas si podía sostener la soberanía territorial sudamericana y, como supieron ver los británicos que perpetraron el golpe de mano, tendría problemas para su soberanía marítima austral. Desde 1823 había un asentamiento rioplatense en Puerto Luis, que a diez años de existencia tenía 500 personas, pero no hubo el poder naval suficiente, o no hubo suficiente decisión en el comandante Pinedo que estaba a cargo de la posición, para sostener la soberanía en ese sitio.

 

Eso, por el lado de los costos. Pero por el lado de los beneficios, habría que corregir levemente al Dr. Johnson. Los “nidos de contrabandistas” y “refugios de bucaneros”, por mucho que le disgustaran al recalcitrante y santurrón polígrafo tory, estaban lejos de ser objeto del repudio de Inglaterra. Baste para percibirlo recordar que a mediados del siglo XVII –aunque, es cierto, bajo la abominable República regicida de Oliverio Cromwell- no tuvo empacho alguno en transmutar al sanguinario pirata Henry Morgan en no menos sanguinario gobernador de Jamaica. Pero nunca viene mal una declaración explícita de que los “nidos de contrabandistas” o los “refugios de bucaneros”, lejos de ser actividades privadas a las que la ley inglesa no podía domeñar, formaban parte de una política global que ponía en ejecución, y el Dr. Johnson nos la da servida en bandeja.

 

El Dr. Johnson, en su afán derogatorio del esfuerzo por las Malvinas, perdía de vista un aspecto colateral del asunto que no pasaron por alto los planificadores estratégicos del Almirantazgo: el hecho de que hasta el 15 agosto de 1914 (en que se inauguró el Canal de Panamá) la única vía de conexión entre el Atlántico y el Pacífico fueran el Estrecho de Magallanes y los canales de la región adyacente, particularmente el Canal de Beagle.

 

Como bien hizo notar alguna vez Alberto Methol Ferré, la creación de la República Oriental del Uruguay, en 1828, colocó a Montevideo en la órbita directa de Londres. Y la ocupación de las Malvinas, en 1833, completó el dispositivo de control oceánico para dominar el flanco atlántico de la circunnavegación del extremo meridional de América del Sur. Adicionalmente, en caso de necesidad, desde las islas se podría influir sobre los territorios propiamente continentales de Sudamérica (como de hecho sucedió desde el último cuarto del siglo XIX). Pero el control de la boca del Plata y del corredor bioceánico (único practicable hasta la apertura del canal de Panamá) quedaba garantizado.

 

El fracaso del Congreso Anfictiónico de 1826, la “independencia” de Montevideo y la Banda Oriental, y la ocupación militar de las Malvinas en 1833 son tres actos del mismo drama. El primero marcó el derrumbe del proyecto bolivariano y sanmartiniano, la segunda garantizó para Inglaterra el control de las costas americanas del Atlántico Sur, y la tercera puso en sus manos Magallanes y los pasos anexos.

 

Quizás convenga hacer notar, además, que el control de las Malvinas yugulaba el comercio transoceánico de Chile con tanta eficacia como lo hacía con el de Holanda el control del Canal de la Mancha. El Estrecho era para Chile más importante, si cabe, que para cualquier otro país sudamericano, aunque no carecía de interés para Bolivia (por entonces con puertos sobre el Pacífico) y para Perú. Constituía su puerta con el mundo comercial al cual se orientaba su navegación de ultramar (recién en la segunda mitad del siglo XIX se iniciará el crecimiento de California).

 

Cuando, diez años después de la ocupación ilegal de las Malvinas, el gobierno de Chile instala Fuerte Bulnes en el morro de Punta Santa Ana (cinco años más tarde lo traslada a Punta Arenas), la presencia británica en las Malvinas asegura que ese acto de soberanía chilena se limite en sus alcances y, finalmente, revierta en la conversión del puerto chileno sobre el Estrecho en punto de escala cosmopolita (que es como decir inglés) en el paso bioceánico. Sobre la proyección antiargentina de la colonia británica en Malvinas ya se ha escrito en una importante nota de Hugo A. Santos en otro número de nuestra revista, pero importa señalar que aún la famosa “amistad” entre Chile y Gran Bretaña contra la Argentina empieza con una extorsión implícita que se ejerce desde las Malvinas sobre el estado chileno.

 

La proyección magallánica de las Malvinas es, desde el punto de vista de la lógica imperialista, un dato de magnitud equivalente a su proyección antártica. Ya en nuestros días el canal de Panamá es intransitable por buena parte de la flota comercial. La pretensión estadounidense de relanzar la IV Flota con comando en Miami y con teatro de operaciones en los océanos circundantes de América Latina enfatiza la importancia del control estratégico de ese corredor interoceánico (ya que también en el caso de las marinas de guerra Panamá impide el paso de los grandes navíos). Para la burguesía británica, la posesión de la llave insular de ese paso es un activo no menor al momento de discutir su lugar dentro de la Tríada imperialista y en sus negociaciones con el hegemón estadounidense.

 

Pues bien: la condición inexcusable para que todo este andamiaje funcione bien es la balcanización latinoamericana y, en especial, sudamericana. Lo único que puede forzar a Gran Bretaña a ceder en sus pretensiones sobre nuestro territorio insular ocupado es la constitución de un bloque sudamericano que las enfrente en común, y solidariamente con la Argentina. Y precisamente esto es lo que ha empezado a surgir con las creaciones sucesivas del Mercosur, la UNASUR y, ahora, la CELAC.

 

Es difícil enfatizar suficientemente la importancia que ha tenido el apoyo brindado a la Argentina frente a Gran Bretaña por los integrantes de la CELAC que a su vez forman parte de esa “alianza” extorsiva y expoliadora que hegemoniza el Reino Unido y se denomina CARICOM. Las energuménicas reacciones del gobierno conservador de Londres, acuciado además por gravísimos problemas internos, revelan cuán profunda ha sido la estocada.

 

Y por si hiciera falta una confirmación más plena de las potencialidades que tiene una política de cerco sudamericano a la pretensión británica, la hay en la reciente decisión de los países del Mercosur, Bolivia y Chile de negarle toda entidad a la “bandera” que pretendió entregarle Londres a los tres mil súbditos británicos que, al amparo de una guarnición de magnitud equivalente, residen en el territorio argentino de las Malvinas.

 

El hecho de que haya sido nada menos que el presidente del Uruguay, ese país creado como “Estado tapón” por la ingeniería diplomática británica, quien afirmara con mayor contundencia el repudio a ese grosero intento de sentar precedentes de una “nacionalidad” de esos británicos residentes en ultramar, tiene tanta importancia como el respaldo que a la misma medida brindó el gobierno de Sebastián Piñera en Chile. La perspectiva de que ese apoyo de Piñera a la Argentina implique también un probable punto final a los vuelos entre Punta Arenas y Puerto Argentino está llevando al gabinete Cameron a considerar la posibilidad de construir un aeropuerto comercial de escala para la isla de Santa Helena (otro enclave rapiñado por Londres, desgajado en este caso de África), un gasto no precisamente bienvenido en tiempos de crisis económica severa.

 

En síntesis: tan sudamericana, tan latinoamericana, es la cuestión de las Malvinas que así como Gran Bretaña se aseguró primero la balcanización para luego ocuparlas por la fuerza (no sin la resistencia de los criollos de Antonio Rivero, que forzaron al trasplante completo de la población en 1834), los primeros pasos de la reunificación ya le permiten a la Cancillería argentina provocar histéricas jaquecas en el régimen conservador de Londres. Es el momento de poner en práctica, creemos, todas las consecuencias de esta constatación.

 

Nunca como hoy se revela la validez de la doctrina del general argentino Jorge Leal: nuestro país debe hacerse cargo de toda su herencia. Y tiene que poner las Malvinas, que son una herencia iberoamericana, en cabeza de todos los sudamericanos. La solidaridad en este conflicto promueve la adopción, por parte de los argentinos, de la doctrina de las Malvinas Sudamericanas, de unas Malvinas bajo soberanía común de los países de la Patria Grande.

 

Y en cuanto a los súbditos británicos que allí residen, mientras no exijan vivir bajo pabellón británico nada tenemos en contra de su presencia. Está en ellos decidir si prefieren, como dijo alguien, sumarse a la decadencia final de un imperio, o participar del proceso en marcha de reconstrucción de una nación de patrias.

 

Buenos Aires, febrero de 2011

 

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ATLANTICO SUR: DEL COLONIALISMO DEL SIGLO XIX AL IMPERIALISMO DEL SIGLO XXI

 

                                                                                             Rina Bertaccini

                                                                                             ALAI AMLATINA 14.2.12

 

 Una serie de acontecimientos desarrollados en el último período en torno a Malvinas nos obliga a fijar la mirada en el Atlántico Sur, esa inmensa superficie marítima que vincula tres continentes: África, América y la Antártida. Una observación atenta nos indica que la cuestión Malvinas tiene su origen casi dos siglos atrás, pero se extiende al presente como parte del proyecto de la OTAN global.

 

En la mira del colonialismo

 

Desde el siglo XIX, las Malvinas y los otros archipiélagos argentinos del Atlántico Sur (Georgias del Sur y Sandwich del Sur) se encuentran en la mira del colonialismo. Producida la Revolución de Mayo (1810) y con ello la independencia respecto a la Corona Española, el gobierno patrio toma posesión del archipiélago como parte del territorio heredado de España (por sucesión de Estados en virtud del principio del Uti Possidetis Jure). Instala en 1823 un gobernador y en 1829 una guarnición militar encabezada por un comandante político y militar. Pero en los años 30, Gran Bretaña, con el apoyo activo de Estados Unidos, y tras una serie de actos agresivos, que culminan con el ataque a Puerto Soledad, desaloja a la guarnición argentina y concreta militarmente la ocupación de las Islas el 3 de enero de 1833. Esta puntualización es importante para arrojar luz sobre el absurdo de la pretensión británica de presentar el caso Malvinas como un tema de autodeterminación de los isleños.

 

Comenzó entonces y continúa hasta el presente la usurpación británica de una parte de nuestro territorio nacional. Aquella acción pirata de 1833 también pone a la vista la fuerte alianza entre el gobierno de EEUU y la Corona británica, alianza que se consolidaría luego en el marco de la OTAN.

 

La guerra fría y los pactos agresivos

 

Otra necesaria referencia histórica nos lleva a mediados del siglo XX. Es pertinente recordar que, en 1947, Washington impuso a los países de la región el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un tratado que –según sus impulsores- protegería a nuestros países del ataque de alguna potencia extracontinental; y en 1948 promovió la fundación de la Organización de Estados Américanos (OEA), verdadero ministerio de Colonias al servicio de la política expansionista y el intervencionismo de los Estados Unidos en el continente.

 

A nivel mundial impulsó la firma de pactos militares en varias regiones así como la creación en abril de 1949 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), todos ellos instrumentos de naturaleza agresiva que minaban la idea de la seguridad colectiva basada en el principio de la coexistencia pacífica establecido en 1945 en la Carta de las Naciones Unidas. En la actualidad la OTAN ha crecido hasta integrar a 28 países, mucho más allá de los doce Estados del Atlántico Norte que le dieron nacimiento, y en la Cumbre realizada en Portugal, en noviembre de 2010 ha proclamado abiertamente su condición de poder militar global.

 

El Atlántico Sur y la expansión de la OTAN

 

En los años 80 del siglo XX todavía la OTAN no se había expandido. Al asumir la presidencia de Estados Unidos el 20 de noviembre de 1981, Ronald Reagan se planteó el objetivo de desplegar una política ofensiva de “recuperación de los espacios políticos, geográficos y estratégicos”, para lo cual iba a emprender un gigantesco programa de armamentismo y reactivación de la economía. Reclamando más atención de Washington hacia las Américas, Reagan insiste en que “los Estados Unidos deben asumir de nuevo su papel de fuerza de cohesión indesafiable en la construcción de una comunidad del Hemisferio Occidental”.

 

Con ese propósito la administración Reagan trabaja para la creación de “un acuerdo regional para la seguridad del Atlántico Sur”, un acuerdo que no llegó a concretarse -entre Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay- y que se visualizaba como una Organización del Tratado del Atlántico Sur (OTAS), complementado con la participación de África del Sur entonces bajo el régimen del Apartheid.

 

Tales objetivos han sido explicitados tanto en el conocido Documento de Santa Fe (1980) como en otro documento aprobado ese mismo año por el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, el denominado Free Oceans Plan (Plan para el Océano Libre) donde, explicando la importancia estratégica del Atlántico Sur, se afirma: “Aun cuando los Estados Unidos puedan contar con un apoyo efectivo y duradero de la Unión Sudafricana y de la República de Chile, y eventualmente de la Argentina (entonces bajo la dictadura de 1976/83), que facilite la ejecución de sus planes para el extremo sur de los tres océanos, es indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña (…) que debe ser nuestra principal aliada en esa área, no sólo porque es nuestra amiga más confiable en el orden internacional, sino porque todavía ocupa diversas islas en el Atlántico Sur que, en caso de necesidad, podrían convertirse en bases aeronavales, de acuerdo con el modelo de Diego García , o en punto de apoyo logístico como la isla Ascensión”.

 

Este es el trasfondo real de la posición yanqui en la Guerra de Malvinas: desde una política de fuerza, estratégica y militar, el gobierno norteamericano no tuvo dudas en alinearse con Gran Bretaña, su principal aliado en la OTAN, contra la Argentina, a pesar de que, en virtud del TIAR, debía haberla defendido frente a una “agresión extracontinental”. Washington se atuvo estrictamente a estos criterios. Y, al fin de la guerra de 1982, logra, entre sus objetivos militares, la construcción de una gran base militar en Malvinas que permitirá a la OTAN el control de las rutas oceánicas del Atlántico Sur y una posibilidad concreta de proyectar su poder hacia el continente Antártico.

 

Aparte de las razones geopolíticas ya mencionadas, la ocupación de los archipiélagos del Atlántico Sur tuvo y tiene para los imperialistas un interés adicional asociado a la explotación de los cuantiosos recursos naturales de la región. Al respecto, lo que realmente importa es la extensa plataforma continental argentina, el mar que rodea a las islas, la abundancia de peces, el krill, las riquezas del suelo submarino -petróleo y nódulos metalíferos de manganeso, cobre, hierro-. Algunos de esos recursos, particularmente el petróleo tienen una enorme y creciente importancia estratégica, y además ya en el presente les reportan grandes ganancias que obtienen de la venta ilegal de licencia de pesca y de exploración de petróleo, con la consiguiente depredación de bienes que pertenecen al pueblo argentino.

 

La militarización del Atlántico Sur

 

Terminada la Guerra de Malvinas, y desde que Inglaterra retoma el control total del archipiélago, el proyecto de instalar una base militar aeronaval se concreta con los trabajos de ampliación de las pistas y las instalaciones del aeropuerto de Mount Pleasant, en la Isla Soledad. Las obras concluyen en 1985 y la base comienza a operar en 1986. Hoy, la Fortaleza Malvinas que dispone también de una estación naval de aguas profundas –llamada Mare Harbour-- donde atracan submarinos atómicos, se ha constituido en uno de los cinco principales enclaves militares extranjeros del Hemisferio Occidental, y funciona en conexión con la red mundial de bases de control y espionaje que la OTAN tiene en el planeta.

 

La descripción y los alcances de esta Fortaleza merecen un artículo especial. Digamos por ahora que los buques y aeronaves militares que van y vienen desde Gran Bretaña, vía Isla Ascensión, son portadores de armas nucleares. En la actualidad, con la reactivación en 2008 de la IV Flota de guerra de los EEUU los peligros que se derivan de la instalación de la Fortaleza Malvinas a 700 kilómetros de nuestra costa patagónica, se han agravado considerablemente.

 

Las recientes medidas adoptadas por Gran Bretaña no hacen sino empeorar la situación. Nos referimos a la decisión de establecer alrededor de las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur una zona de exclusión pesquera con una extensión de un millón de kilómetros cuadrados, zona que será patrullada por naves de la marina de guerra del Reino Unido; así como al envío del buque de guerra "HMS Dauntless", armado con misiles antiaire de alta tecnología, helipuertos y 60 marines, para reforzar la custodia de nuestras Islas.

 

Con ello, además de transgredir la Resolución de la ONU que reclama hacer del Atlántico Sur una Zona de Paz y Cooperación, agregan nuevas amenazas y tensiones, con las que intentan bloquear el necesario proceso de negociaciones políticas imprescindibles para avanzar en la solución del diferendo de soberanía y encontrar el camino pacífico de la descolonización de los archipiélagos del Sur.

 

 

A despecho de los planes del imperialismo, éste es el camino que ha elegido Argentina y cuenta hoy con el apoyo fundamental de la Unasur, el Mercosur, el ALBA, la CELAC y todos los pueblos de la región.

 

-          Rina Bertaccini es presidenta del Movimiento por la Paz, la Soberanía y la Solidaridad entre los Pueblos (Mopassol), de Argentina y vice presidenta del Consejo Mundial por la Paz.

 

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LAS MALVINAS SON ARGENTINAS Y LA ARGENTINA TAMBIEN

 

                                                                                                   Adolfo Perez Esquivel

                                                                                                   29.2.12

 

Los argentinos somos como el tango, protestones, llorones y con más vueltas y firuletes que perro para acostarse. Pareciera que vivimos la angustia existencial de los Siglos XX y  XXI- que Discepolín expresa en  Cambalache. A pesar de todo no perdimos la ternura, la solidaridad y la capacidad de dar vuelta  la tuerca trabada.

 

Pero nos cuesta sumar voluntades, construir juntos y dialogar,  se anteponen las diferencias y la permanente confrontación e intolerancia, de creer que somos los dueños de la verdad.

 

Terminamos enredados en  discusiones interminables, como sobre la guerra de las Malvinas a  30 años, y todo lo que significa para nuestro pueblo. Surgen diferencias sobre la soberanía argentina. Grupos de  ex  soldados reclaman el reconocimiento de las autoridades. Grupos de  intelectuales  se manifiestan unos a favor de los kelpers, al derecho de autodeterminación, sin evaluar en qué consiste. Otros,  en defensa de la soberanía argentina. Pocos tienen la sabiduría de profundizar en el análisis e historia de nuestro pueblo.

 

Hace un día, un amigo me dijo- Tienen que ver el Tratado de Torrecillas y  allí comprobarán que las Islas Malvinas fueron territorio español y después de la independencia, de  Argentina por derecho propio.

Los opositores están en contra de todo lo que hace el gobierno, no importa qué, lo importante es decir no a cualquier decisión, su objetivo es “serrucharle el piso, la silla y el edificio de la Rosada”, con eso les basta para justificar  hasta lo injustificable. Así les fue, la falta de ideas y proyectos de país se proyectaron en la derrota electoral.

 

A esto se suma la situación y  problemas en las provincias donde gobernadores, inescrupulosos y feudales, se venden por 30 monedas al mejor postor, a las empresas de la mega-minería,  a los terratenientes para los desmontes y los monocultivos.

 

El gobierno con los miedos acumulados para no irritar a la fiera  del  Club de París, que reclama el pago de la deuda externa, más los  intereses, termina subsidiando  a un club que el único deporte que practica es expoliar a los países pobres y beneficiar  a los centros financieros internacionales.

 

A todo esto, lamentablemente se suma el trágico accidente en la estación ferroviaria de Plaza Once, con 51 muertos y más de 700 heridos y aquí se desata la parafernalia de acusaciones. Todos buscan un culpable, no importa quien, es necesario encontrar un chivo expiatorio para que todo siga su curso hacia el tacho de basura y taparlo, para que no huela ha podrido.

 

La oposición culpa al gobierno, el gobierno a la empresa, la empresa al maquinista, los sindicatos ferroviarios defiende al compañero. Los familiares de las víctimas reclaman el derecho de Verdad y Justicia, quieren  saber porqué, ese ser querido que salió de la casa  no regresó más. La muerte lo arrebató. Los heridos volverán con el dolor a cuesta y la cicatriz en el alma. ¿Pudo evitarse la tragedia?

 

El gobierno no oye otra cosa que su ruido de estómago. Es necesario que comience a escuchar la voz del pueblo. No los ruidos. El gobierno de Cristina Fernández tiene muchos  problemas a resolver.

 

Hay que hacer memoria y reconocer  que tuvo  muchos aciertos. El país logró salir de un pozo jodido  de especuladores y empresarios inescrupulosos, que aplicaron, “el terrorismo económico”, vaciando el país, y bancos que estafaron a los ahorristas, empresas que sacaron el dinero del país y cerraron las fabricas, dejando al pueblo acorralado en un estado de indefensión total.

 

Los trabajadores no se dieron por vencidos, recuperaron las fuentes de trabajo  y defendieron las fábricas recuperadas, las asambleas barriales y el trueque.

 

Tuvimos 5 presidentes de la Nación en una semana, batiendo todos los records del libro Guinness, fue una maratón en el menor tiempo posible, sin moverse del lugar. No fue una tarea fácil salir de la debacle  a que llevaron al país. No hay delincuentes presos del terrorismo económico, quienes robaron al pueblo. Pero sí una ley antiterrorista para los movimientos sociales.

 

Ese vaciamiento y golpe de Estado económico fue posible por la falta de gobernabilidad y proyecto de país, por la complicidad de  gobernantes y de un personaje nefasto para el pueblo que estuvo 10 años en el gobierno, quien, para complacer sus relaciones carnales con los EEUU, terminó malversando la soberanía nacional y entregando empresas, recursos y bienes naturales  a manos de los capitales extranjeros. La política  tiene  que sustentarse en valores éticos, sociales, culturales y políticos, caso contrario se transforma en un lodazal podrido con olor a mierda.

 

Lo mismo pasa en las provincias feudales del país con la minería a cielo abierto, los monocultivos, los agro-tóxicos, la destrucción de los recursos naturales y los desmontes.

 

Cuando los movimientos sociales y los pueblos originarios reclaman sus derechos, la respuesta es aplicarles la ley antiterrorista y la represión. Por favor pongámonos de acuerdo en algunas cosas básicas:

 

Las Malvinas son Argentinas y la Argentina también.

 

El país  no tiene soberanía nacional y esa situación la estamos sufriendo. El gobierno pedalea en la bicicleta de piñón fijo, sin poder avanzar y construir nuevos paradigmas de vida para el pueblo. Un país que no tiene capacidad de decidir sobre sus recursos y empresas base, es un país sin soberanía. Los que deciden el curso del país y toman las decisiones son  los de afuera, que se comen a los de adentro.

 

La voracidad es infinita, como  las empresas mineras, YPF,  el agua, y el triste recuerdo de Aerolíneas Argentinas que fuera desmantelada por IBERIA y que todavía nos duele. Pongámonos de acuerdo, por lo menos en las cosas básicas.

 

Hay que apoyar al gobierno en el reclamo sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sándwiches del Sur y asumir el compromiso de continuar la lucha hasta lograrlo, tanto a nivel nacional,  internacional y con el apoyo latinoamericano.

 

Esto va más allá  del gobierno democrático de turno, es una causa nacional, no significa  ser obsecuente con el gobierno, hay que apoyarlo  y luchar  para que el país no fracase y recuperar la soberanía  nacional. Si fracasa el gobierno, fracasamos todos.

 

 

Debemos reclamar al gobierno políticas que permitan recuperar la soberanía nacional, los recursos y bienes naturales, las empresas estratégicas  para disponer de la capacidad de decisión soberana. Las redes ferroviarias, con un nuevo diseño en función del desarrollo integral del país y no la estructura actual agro-exportadora heredada de los ingleses, obsoleta y decadente.

 

El desafío es  construir un  proyecto de país viable, que hoy no existe, la política que se lleva adelante  es el neoliberalismo aggiornado que nos está fagocitando y el clientelismo político que no resuelve el problema de la pobreza y el hambre.

 

Estos cambios son posibles y debemos superar nuestras limitaciones y apoyar al gobierno en bien del pueblo y  tener claro que las Malvinas son Argentinas y la Argentina también. Es el camino de un proyecto nacional y popular, más allá de las palabras y las buenas intenciones.

 

Adolfo Pérez Esquivel

Premio Nobel de la Paz

 

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LA REAL MALICIA “PROGRE”

CARTA DE LA SAN MARTIN, AGRUPACION DE ESTUDIANTES DE LA UNLAa

   

En un reciente artículo publicado en el matutino Pagina 12 por un grupo de excombatientes – denominado Memoria, Paz y Soberanía*- los firmantes realizan un artero ataque a la dignidad de la Rectora de la Universidad de Lanús, la doctora, Ana Jaramillo. Dentro del sistema democrático el debate debe ser siempre bienvenido y el agravio tolerado, pero el ataque a la dignidad de las personas de bien debe ser repudiado en todas las formas posibles.

 

 El artículo escrito con “real malicia” trata de vincular a la Dr Ana Jarmillo con la genocida dictadura militar que, en 1976 desalojó por la fuerza al gobierno constitucional. Dictadura que la doctora Ana Jaramillo sufrió en carne propio pues, debió partir al exilio desde donde siguió combatiendo a la dictadura que sembraba el terror y la muerte en nuestra querida Patria. Cuando utilizamos el término “real malicia” lo hacemos en el sentido jurídico del mismo. Los autores -y sus inspiradores- no desconocen el pasado de militancia por los derechos humanos de Ana Jaramillo y su compromiso con la democracia y la justicia social. ¿Por qué entonces mienten a sabiendas? ¿Por qué la atacan e insultan a Ana Jaramillo?. Porque Ana Jaramillo ha tenido el coraje de enfrentarse a la desmalvinización y semejante atrevimiento llevado a cabo con inteligencia, paciencia y voluntad, no podía ser tolerado por el pérfido imperio británico y sus escribas.

La San Martín, asume la lucha contra la desmalvinización- aquel continuo de acciones estimuladas desde el poder militar, político, económico y simbólico- destinadas a relegar de la memoria de la sociedad el combate de los soldados por la soberanía y la prosecución de que Malvinas es una causa justa.

La Argentina tiene una larga tradición de militares, políticos, periodistas, intelectuales y simples activistas políticos al servicio de los intereses extranjeros, al servicio de los intereses británicos. Brindar sus servicios directos o indirectos al imperio británico siempre  ha sido materialmente muy beneficioso para quienes lo han realizado. Pero, la Argentina tiene, también, una larga tradición de militares, políticos, periodistas, intelectuales y simples militantes políticos que han dado lo mejor de sus vidas para construir una patria grande y un pueblo feliz libre de la dominación de la potencia hegemónica de turno. Ana Jaramillo  con su ardua defensa de los derechos humanos y de la causa de Malvinas se ubica en esa línea histórica en la que militaron Raul Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche,  Rodolfo Puiggrós, Hernández Arregui, José María Rosa, Fermín Chávez, Rodolfo Walsh  y tantos otros argentinos que lucharon denodadamente, dando hasta sus vidas en muchos casos, por establecimiento pleno de la soberanía popular y la soberanía nacional.

* Corriente de Pensamiento de Ex Soldados de Malvinas (Los firmantes del agravio a Jaramillo: Ernesto Alonso, Edgardo Esteban, Mario Volpe, Orlando Pascua, Victor Foresi, David Zambrino).

 

La San Martín, estudiantes de la UNLa, para la victoria.