ROBERTO FERRERO DESCRIBE LAS OPCIONES DE LA IZQUIERDA
NACIONAL FRENTE AL KIRCHNERISMO
KIRCHNERISMO Y RÉGIMEN SEMICOLONIAL

Por:
Roberto Ferrero

Publicado el 01/03/2012

I- LA  NATURALEZA  DEL  MOVIMIENTO  KIRCHNERISTA.

 

Ciertos análisis sostienen que hay dos tendencias en el seno del kirchnerismo: una que tiende a conciliar con el régimen (Alberto Fernández, Scioli, etc.) y otra, “nacional-popular” o ”setentista”, más enfrentada al stablishment. Creo que la primera tendencia no existe como tal. Se trata más bien de personalidades sueltas que de una corriente, dirigentes que se posicionan de manera similar ante determinados acontecimientos y no más, como lo revela el hecho de que la defenestración del primero y las sucesivas humillaciones del segundo se hayan producido sin causar mayor alboroto al interior del kirchnerismo. De todas maneras, de ser la de estos funcionarios una tendencia, no hay dudas que es absolutamente minoritaria y muy tenue. La tendencia hegemónica vendría a ser con mucho la segunda, de manera tal que Kirchner no fue un jefe que ejerciera el referato entre dos alas de su movimiento, sino el conductor de la segunda ala que es casi la totalidad del kirchnerismo. De manera tal que una caracterización del movimiento que encabezó el Pingüino debe hacerse a partir del discurso y sobre todo de la praxis política de esta segunda tendencia (o tendencia única, es decir: no-tendencia) y de su jefe indiscutido. Se añade que la segunda tendencia también tiene aspectos no-progresivos, como la falta de una política hacia las FuerzasArmadas y su oposición a que la vanguardia obrera se saque de encima el chaleco burocrático.

   Estos aspectos son reales, pero habría que matizarlos, uno en más y otro en menos. En más: en lo que respecta a las Fuerzas Armadas, más que una falta de política pareciera haber una política contra ellas, lo que implica una renuncia a desarrollar una ideología nacional (nacionalista popular) en el Ejército y las otras armas. Esto deja un vacío que irremediablemente será llenado por el liberalismo, cuyo redesembarco se ve facilitado por esa inclinación fatal de la progresía culturosa de querer enseñar a la milicia a “respetar la Constitución”, “subordinarse al poder civil” y otras gansadas pro-“democráticas” por el estilo. Todas formales, ya que la “Constitución” y el “poder civil” pueden tener cualquier contenido según cada momento histórico. Lo que debería enseñarse a las Fuerzas Armadas es qué hizo Perón, quién fue Jauretche y quién Scalabrini Ortíz, cuál es la historiografía que escribieron Ramos, Fermín Chávez y Pepe Rosa, cuál es la importancia del petróleo y del Gral. Mosconi, que hicieron Baldrich, Savio y Oca Balda  y otras lecciones por el estilo. En menos: en lo que respecta a la burocracia sindical: el gobierno kirchnerista ha pactado con el sector mejor de ella, y no con el peor  (Barrionuevo y cia.), no para apoyar de este modo la perpetuación de las jerarquías sindicales, sino porque precisa del apoyo del movimiento obrero organizado, del cual no se puede decir que se encuentre muy interesado en sacarse de encima a Hugo Moyano y su gente, que tienen bastante representatividad. No veo grandes esfuerzos oficialistas por frenar un proceso de sustitución de las direcciones gremiales, proceso débil a su vez en la medida que la clase obrera no se encuentra aún en un momento de alza de masas.

Un tercero aspecto negativo que enumeran estos análisis  creo que no lo es: es aquel “aspecto reaccionario” que presentaría el kirchnerismo al haber sido “la salida que encontró el régimen semicolonial para reponerse de la crisis” (Correo del  28/10/2000). Esta es una atribución hecha desde la exterioridad del análisis sociológico interpretativo, una situación objetiva ajena al propio kirchnerismo en cuanto a intencionalidad. Esta afirmación se parece demasiado a aquélla que imputa al régimen de Lanusse el “haber traído” a Perón en el 73 para frenar la maduración política de las masas. Es la atribución de una intencionalidad subjetiva a un proceso objetivo mucho más complicado, como bien explicó el propio Gustavo en su artículo sobre la Teoría del Desvío. Pues bien: creo que acá debe utilizarse también este instrumento de interpretación. El régimen semicolonial en manera alguna buscó a Kirchner para que, mediante una recomposición de la relación de fuerzas entre los grupos dominantes superara la crisis del sistema. De hecho, el régimen buscó primero a Reutemann y a De la Sota, pero como éstos no quisieron tomar en sus manos la brasa ardiente de aquella Argentina descalabrada, aceptó de mala gana que lo hiciera un ignoto gobernador patagónico, una rara avis entre simuladores y corruptos. Con singular audacia, Kirchner se puso a la tarea de reflotar no la sociedad capitalista semicolonial argentina como objeto privilegiado de sus desvelos, sino a la sociedad argentina sin más. De la salvación de ésta, que es como decir de las masas populares que le agradecieron interminablemente en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, resultó naturalmente la revitalización del colectivo nacional tal como éste existía: como una nación capitalista semicolonial, precisamente. La puntualización no es un ejercicio de exquisitez menuda. Tiene importancia crucial, porque indica el nivel de conciencia posible de Kirchner y su equipo político: muestra que ellos no actuaron como agentes del sistema de dominación, sino como representantes -al menos- de la pequeño burguesía acorralada por la crisis y deseosa de encontrar una salida. Si ellos se hubiesen propuesto como tarea consciente y central remendar el régimen capitalista semicolonial como tal, NK nunca se habría convertido en un líder popular. Si lo fue, se debe a que su conciencia política iba más allá de la mezquindad inmediata y realmente se proponía mejorar la suerte de los argentinos de a pie, aunque con ellos mejoraran también los beneficios y la rentabilidad de las clases hegemónicas. La situación no le daba otras opciones, condicionado como estaba por la crisis generalizada, por su arribo por la vía electoral que lo hacía prisionero del sistema institucional,  por el descreimiento popular en la eficacia de la política (“¡Que se vayan todos!”) y por su voluntad de no ir más allá de un régimen capitalista con justicia social. Para ir por más nos hubiera hecho falta un Chávez y sólo tuvimos un Kirchner, pero no hizo un mal papel, dadas las circunstancias.

Ahora bien: la enumeración de los pro y los contra no debe evitarnos una caracterización de conjunto del movimiento kirchnerista. Ustedes han expresado repetidamente que “no es un  gobierno de Frente Nacional”. Pero es obvio que no es tampoco un Frente Antinacional como lo era la Unión Democrática y después el menemismo. ¿Qué es entonces el kirchnerismo?  Se ha dado una respuesta: es un neodesarrollismo. Estoy de acuerdo con esta caracterización, pero el kirchnerismo es algo más que un neodesarrollismo.

En una primera aproximación debemos anotar su innegable carácter popular -fluctuante pero de masas, tal como se revela en las encuestas, en los actos electorales y en los tres días del duelo recientes- y su inorganicidad tumultuosa. Como dijo Eduardo Accastello, el kirchnerismo “es una construcción que desborda el peronismo”. Lo fue desde el principio, cuando en 2003 y en los  meses sucesivos, recogió el apoyo electoral de una gran parte del peronismo, de las clases medias democráticas deseosas de cerrarle el paso a Menem, de parte de la dirección sindical y su entorno militante, de la intelligentzia y del empresariado. La clase obrera lo vio con simpatía, pero no se transformó de peronista strictu sensu en kirchnerista. Expresado desde el punto de vista de las divisas partidarias, se nutrió con la incorporación de sectores del radicalismo, del socialismo, de la izquierda y aún de la UCD, como en el caso de Roberto Urquía, sectores todos que la crisis de las lealtades partidocráticas dejaba en disponibilidad. Pero ese componente, por ser peronista y no-peronista simultáneamente, no podía ser absorbido en el Partido Justicialista. Por otra parte, a la par de quienes adherían individualmente, se encontraban las corrientes que se sumaban sin disolver sus propias organizaciones: Patria Libre, Partido Comunista, parte del socialismo, desilusionados de la gorda Carrió, Frepaso, y decenas de pequeños partidos (o grandes, como el juecismo cordobés) en todas las provincias, además de los organismos de derechos humanos, de las minorías antes discriminadas y otras. Todo este gregarismo complejo y multicolor conspiraba contra la posibilidad de dar al kirchnerismo una estructura propiamente de partido (El Frente para la Victoria es sólo un aparato ad hoc a los fines puramente electorales). Comprendiéndolo, Kirchner trató de articular su movimiento a través de la “transversalidad”, la “concertación” e iniciativas semejantes, pero no tuvo éxito  duradero. Se volvió entonces a buscar el respaldo del aparato del Partido Justicialista, lo que determinó a su vez que lo abandonaran corrientes como Libres del Sur que se oponían a esta iniciativa y han terminado por revelar su entraña cipaya. El choque con los grandes empresarios rurales y sus organizaciones corporativas le enajenó las simpatías de gran parte de las clases medias rurales y parte de las urbanas ligadas a ellas, pero le valió el apoyo de una novísima expresión de la intelectualidad militante: “Carta Abierta”. Últimamente, logró la adhesión de miles de miembros de las juventudes -universitarias o no-, tal como pudo percibirse en las convocatorias de 6-7-8 y en el sepelio del jefe fallecido. Me parece importante señalar que estas nuevas generaciones son relativamente ajenas a la tradición peronista clásica y que han advenido a la política bajo el signo del kirchnerismo y siguiendo sus banderas. Si se les pudiera dar un nombre a la difusa ideología de estos jóvenes diría que es una especie de nuevo “progresismo nacional”. Su líder no es Perón, sino Kirchner. Y por las suyas, no como heredero del General.

Ahora la presidenta Cristina Kirchner ha quedado como jefa natural del movimiento, pero eso no lo priva, al menos en un lapso inmediato, de ese carácter inorgánico, fluyente y –por eso mismo- extremadamente dinámico y polifacético.

 Pero ¿esa composición molecular y algunas medidas populares y favorables a los trabajadores lo hace realmente un movimiento nacional (en el sentido de nacionalista-antiimperialista)? Recordemos previamente las principales: fin de las relaciones carnales con Estados Unidos, hundimiento del ALCA en Mar del Plata, nacionalizaciones de ciertas empresas de servicios, impulso al MERCOSUR y a UNASUR, derogación de la legislación antiobrera, estatización de los fondos jubilatorios, Asignación Universal por Hijo, impulso al funcionamiento de las paritarias, abstención de reprimir la protesta social, recuperación de la Fábrica de Aviones de Córdoba, trabas a la suba injustificada de los precios, protección legal a las minorías diferentes y los inmigrantes latinoamericanos, asistencia social a los más sumergidos, etc. Son muchas e importantes medidas, pero sin embargo, no alcanzan para considerar que estamos en presencia de un verdadero Movimiento Nacional al estilo del chavismo o de los movimientos de Evo o de Rafael Correa, o una reedición del “peronismo de Perón” ya que junto a ellas y por debajo de ellas persisten los acuerdos del Estado con ciertos sectores del capital  extranjero invertido en el petróleo, las finanzas, la minería metalífera y la gran industria automovilística, bloque de poder con el que el kirchnerismo no ha roto ni pareciera que va a romper y que prolonga el status de nación capitalista dependiente de las metrópolis imperialistas que soportamos, aunque en condiciones menos gravosas que las existentes hasta el 2003. Su proyecto político tácito se orienta a modernizar el sistema existente y democratizar su economía y su régimen político-social mediante la enérgica intervención del Estado. Que es bastante, pero no suficiente para sostenerse en el tiempo sin  liquidar las raíces de la dependencia. Por lo expuesto, el kirchnerismo debe ser caracterizado como un movimiento semi-nacional, y decimos Movimiento antes que Frente, por su carácter inorgánico y fluyente que hemos señalado antes.

Así, arriesgo una definición: el Kirchnerismo es un movimiento popular inorgánico y seminacional en construcción, hegemonizado por un sector de la pequeñoburguesía, un producto original de la crisis y la recomposición del sistema semicolonial y de su régimen político representativo, de la derrota histórica de las masas a manos del neoliberalismo y del extremo grado de recolonización imperialista del país. Es todo lo mejor que la situación histórica podía dar.  En una palabra: el nacionalismo revolucionario posible para esta época, para este país y para esta pequeñoburguesía argentina. Lo cual no quiere decir que lo aceptemos pasivamente: debemos empujarlo hacia delante,  para que supere sus propios límites.

 

 

                                           

II – LOS   RASGOS  ESENCIALES DEL “MODELO” KIRCHNERISTA.

 

 El “modelo” kirchnerista y la política del kirchnerismo se caracterizan por al menos tres rasgos esenciales, que a falta de nuevas categorías adecuadas –vino nuevo en odres viejos- llamaremos Neoyrigoyenismo, Neodesarrollismo, y Personalismo no institucionalizado.

 

   -Empecemos por el primero, el Neoyrigoyenismo. Dice Marx en el “Prefacio” de 1859 a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, que “ninguna formación social desaparece antes que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua”. Él lo planteaba para el caso de grandes formaciones socioeconómicas (esclavismo, feudalismo, capitalismo…) y el paso de un modo de producción a otro, pero el mecanismo así teorizado es también una herramienta útil para explicar el paso de formaciones o “modelos” -llamémoslos así- interiores al sistema capitalista mismo, como la sustitución del sistema capitalista dependiente agroexportador al sistema de industrialización capitalista sustitutiva con soberanía en los países semicoloniales como el nuestro.

Yrigoyen llegó al gobierno por una vía electoral cuando el primer “modelo”, el sistema agroexportador puesto a punto por la generación del Ochenta, aún funcionaba aceitadamente (su crisis será recién en 1929/30), de manera tal que no estaba planteada en el terreno de la realidad la posibilidad de un nuevo paradigma industrializador autocentrado, por más que se vean atisbos en el último año de su gobierno y en las elucubraciones precursoras del ing. Alejandro E. Bunge. De manera tal que el Caudillo radical no se dedicó a revolucionar el régimen económico a cuya dirección accedía, limitándose a una democratización de la abundante renta agraria diferencial que el imperialismo se veía obligado a dejar en el país ya que la oligarquía argentina y no las empresas extranjeras era la dueña de los principales medios de producción: la tierra y los ganados (a diferencia de Chile, donde el excedente era apropiado por los monopolios imperialistas dueños de la riqueza minera). Esta circunstancia, además de la democratización del sistema político, acuña la progresividad histórica global del yrigoyenismo como Movimiento Nacional, no obstante la Semana Trágica y la represión en la Patagonia.

El kirchnerismo hace lo mismo con el nuevo (o segundo) sistema agroexportador (más específicamente sojo-minero exportador) que comanda, sustentado en la reversión del secular deterioro de los términos del intercambio: no intenta cambiarlo por un nuevo modelo moderno autocentrado y soberano (ya que el existente funciona perfectamente, en parte debido a la misma gestión kirchnerista)), sino que intenta democratizar el excedente que el mismo sistema produce. Lo hace mediante dos mecanismos complementarios: por un lado, políticas recaudadoras activas como la de las retenciones agropecuarias o la persecución a los grandes evasores, por ahora sin tocar el regresivo régimen impositivo ni la renta petrolera, minera ni financiera, aunque no está descartado un avance en estos sectores (proyecto Heller), y por el otro, una política distributiva financiada por el superávit fiscal que eleva las condiciones de vida de la población con la obra pública que produce puestos de trabajo, con el aumento de las jubilaciones, con la asignación universal por hijo y con los subsidios que permiten mantener bajas las tarifas de los servicios públicos. Se trata de una democratización al interior del sistema, de una “justicia social” intentada sin quebrar los fundamentos del stablishment capitalista dependiente, como dijimos. No se cuestiona la dependencia profunda, sino la injusta distribución de sus frutos. Esta política, con todo lo limitada que es, es históricamente progresiva en un sentido global, porque es superadora del “sub-sistema neoliberal proceso-menemista” que nos rigió hasta principios de siglo. Considero excesiva la afirmación de que la intervención del Estado kirchnerista “no afecta en nada el statu quo existente”. Si así fuera, la feroz oposición de los grupos que perdieron su posición hegemónica en el nuevo bloque de poder y sus partidos-sirvientes quedaría sin explicación razonable. Verdaderamente, el statu quo no está en peligro en lo esencial, pero una parte de los beneficios empresariales excesivos y una porción de la renta agraria de sus sectores dominantes sí fueron afectados. Hay un matiz diferencial. Digamos, para resumir en una oposición esquemática pero demostrativa, que el “sub-sistema kirchnerista” es mucho mejor para los sectores populares que el “sub-sistema menemista”: uno es incluyente, el otro excluyente. Uno es la gestión de la Dependencia en favor de una  elite cerrada de terratenientes  oligárquicos y grandes empresas transnacionales y el otro la gestión que contempla también los intereses de las grandes masas. No es poca la diferencia y los sucesos del sepelio de Néstor Kirchner muestran claramente que la población trabajadora así lo siente, y no se engaña. Como dijo Ramos en una ocasión: “En el mal también hay gradaciones”…

De manera que no está planteado en lo inmediato el reemplazo del sistema capitalista dependiente por otro autocentrado y soberano porque esta formación –renovada- no ha “desarrollado todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella”. En realidad, esta posibilidad surgió como una instancia concreta y factible, en la década del sesenta y setenta, porque, tal como lo planteó la Tesis del PSIN de 1964, el modelo agroexportador dependiente restaurado en 1955 había agotado realmente sus posibilidades de existencia. Pero por razones de orden social y política que no desarrollaré aquí, el factor subjetivo falló y la oportunidad para reiniciar la Revolución Nacional inconclusa pasó, haciendo posible que el imperialismo y la oligarquía revitalizaran el sistema –sin duplicarlo exactamente, obvio- con la impensada reversión de los términos del intercambio que apareció a la vuelta de la esquina al iniciarse el siglo XXI. Y al parecer ésta no es una tendencia que vaya a interrumpirse en el corto plazo: según la prognosis de los especialistas como Peter Goldsmith, de la Universidad de Illinois, la demanda sólo de China se incrementará incesantemente hasta el año 2.030, siendo probablemente reforzada por la demanda de la India y otros países emergentes del sud-este asiático. A esta transformación favorable del comercio internacional se le debe sumar aún los beneficios extras de la agricultura argentina derivados de la continuada inversión realizada durante el último cuarto de siglo en la esfera del capitalismo agrario. Se comprende que no haya interés en reemplazar un Sistema que produce tan altísima rentabilidad, pareciendo que basta con efectuar una mejor redistribución del excedente producido, ya que la maquinaria de la Dependencia semicolonial exportadora sigue funcionando óptimamente y lo puede soportar. Las masas  no están por ahora interesadas vitalmente en derribar esta formación económico-social sino en hacerle abrir la mano, vale decir: en sostener el sub-sistema kirchnerista que se ha comprometido a hacerlo y lo está haciendo. Todos los indicadores manifiestan que esto es así: desde el 2003 ha aumentado el número de empleos y se han reducido la pobreza y la indigencia, ha crecido ligeramente el salario real, disminuyeron la criminalidad, la mortalidad infantil y el analfabetismo, se ha duplicado la inversión en educación y salud pública + asistencia social y se ha cuadruplicado en comunicaciones, transporte y ciencia, se duplicó en cinco años el PBI, aumentaron el superávit fiscal y el comercial y las reservas del Estado crecieron a límites hasta hace poco increíbles. La desigualdad económica, medida por el Coeficiente de Gini, es la más baja de los últimos dieciséis años.

Pero ahora que sabemos que todas las tendencias históricas son en algún momento reversibles, antes de que la relación internacional entre demanda, oferta y precio vuelva a cambiar en perjuicio de la economía del país, un proyecto nacional responsable debería asumir este dato de la temporalidad de la actual feliz situación para diseñar los mecanismos conducentes a una economía soberana unida al resto de Latinoamérica, en una perspectiva socialista. El fin del ciclo, aunque nos parezca lejano, no debe tomarnos desprevenidos: como socialistas nacionales, debemos tener un proyecto alternativo bajo el poncho

 -El Neodesarrollismo, rasgo notable en el que coincidimos muchos, está dado por la reedición de la ilusión frondi-frigerista de desarrollar el país no en confrontación con el imperialismo sino con su ayuda. Como se recordará, Frondizi planteaba que el crecimiento económico de los países de la periferia era una necesidad de la propia expansión imperialista, que precisaba elevar, con el aumento de los niveles de vida en los países subdesarrollados, la capacidad de una demanda solvente capaz de consumir el excedente de la producción industrial metropolitana. La UCRI probó en la práctica de gobierno sus teorías económico-sociales y algo consiguió en materia de petróleo, siderurgia y petroquímica, pero nunca la independencia económica perseguida y haciendo peligrosas concesiones al imperialismo. El Kirchnerismo, sin tanta teorización, respeta las inversiones extranjeras del bloque de poder dominante y promueve o acepta otras nuevas en la creencia de que así solventará el crecimiento nacional, sin detenerse a pensar que este proceso  no hará sino aumentar la dependencia, injertando aún más al imperialismo como factor interno de nuestra economía. Por suerte para el país, esta esperanza del kirchnerismo se ha visto defraudada por los potenciales socios de nuestro supuesto futuro gran desarrollo. No existen inversiones cuantiosas en los rubros dinámicos de la economía industrial. A contramano de la argentinización (pase a manos del Estado o de empresarios nacionales) de los servicios públicos alentada por el gobierno kirchnerista, no se ha puesto freno a la extranjerización en el sector productivo de la economía: los oligopolios imperialistas invierten poco en la ampliación de sus establecimientos o en investigación, pero compran baratas empresas nacionales, que de inmediato proceden a racionalizar anulando centenares de puestos de trabajo. En el año 2007 las empresas extranjeras generaron 6.112 millones de dólares -el doble de los promedios de los 90- de los cuales sólo reinvirtieron l.556 millones.

 La industria se ha recuperado en estos siete años más por la puesta en acción de la alta capacidad ociosa que la crisis había dejado, que por las inversiones extranjeras, que prefieren otros rubros: petróleo, agroindustria, minería. Esas inversiones se ven facilitadas por legislaciones y tratados bilaterales que vienen de la época del neoliberalismo y no han sido derogados por el régimen kirchnerista Se han prorrogado concesiones petroleras en Santa Cruz y Neuquén y no se modificaron las leyes mineras favorables al saqueo imperialista, cuyo caso más escandaloso es el de las compañias mineras del oro. Sin embargo, que ésta es una tendencia que se da no sin excepciones en contrario, como cuando el gobierno -con la ayuda de Venezuela- impidió la extranjerización de SANCOR, nave insignia del sector lechero cooperativo. De todas maneras, en la actualidad, tres cuartos de las empresas más importantes son de propiedad imperialista y no existe una tendencia al crecimiento porcentual de las empresas nacionales en ese total. Por el contrario: en 1998, de las 200 empresas más importantes, 25 eran argentinas, pero en 2000 sólo quedaban 9 y en 2008, cinco.  Digamos a favor del gobierno kirchnerista que al menos maniobra para tratar de evitar que las inversiones provengan de un solo sector del imperialismo, como cuando Cristina pidió a los alemanes, el mes pasado, que “tuvieran un ojo en América Latina”.  Esta política de dificil equilibrio puede en un futuro cercano reforzarse con inversiones de “las grandes economías asiáticas (que) están buscando seguridad alimentaria fronteras afuera”, como escribe Javier Preciado Patiño. (China ya ha comprometido inversiones agrícolas en Río Negro por valor de  1.450 millones de pesos para hacer producir soja, trigo y colza en 320.000hs).

Por lo dicho, queda claro que el intentado es un neo-desarrollismo de menor envergadura histórica que la del frondizismo, porque la construcción de un país industrializado autónomamente centrado no figura en el horizonte posible del kirchnerismo, más allá de sus intenciones: la extremada rentabilidad del sector agrícola-sojero y minero, la continuada fuga de capitales y la seguridad monopólica de los beneficios de los servicios públicos atrae los capitales que deberían radicarse en la actividad industrial, menos atractiva y más aleatoria, y el Estado, que debería suplir este déficit creando grandes empresas en los sectores estratégicos de la producción industrial, es remiso en hacerlo (ENARSA es una empresa fantasmagórica, más una oficina que otra cosa). Quedan así la industria y la tecnificación subalternizadas frente al sector primario y exportador de la economía nacional. De poco valen los esfuerzos por recrear desde arriba –según un estilo Meiji de imitación- una burguesía nacional que  hegemonice un “país (capitalista) normal”, según decía Kirchner, con subsidios y negocios servidos. El porcentaje de participación de la industria en el PBI ha crecido muy poco.

- Finalmente, el Personalismo no institucionalizado hace referencia al poder personal del caudillo-presidente ejercido al margen de las instituciones políticas de la República semicolonial o desnaturalizándolas en un uso que no es el esperado por el stablishment. No hablamos de bonapartismo, sino de otra especie de poder, que surge de una doble raíz: Una al interior del propio kirchnerismo, dada por la necesidad de imponer orden y objetivos a un movimiento surgido repentinamente, inorgánico, fluyente y con tendencias de diverso origen y naturaleza política, que representan otras tantas tensiones centrífugas que deben ser disciplinadas desde el vértice. Nutrido por sectores muy distintos, liberados de las lealtades partidarias tradicionales debido a la crisis de representatividad del régimen partidocrático, coinciden en propósitos muy generales y en la aceptación de una nueva jefatura que aparece -y lo es realmente- como efectivamente mejor que la del resto de las desprestigiadas organizaciones políticas. La otra raíz es externa y se asienta en la disputa retorcida con el sistema de instituciones republicanas (republicanas y no democráticas) destinadas a resguardar desde la superestructura el esqueleto básico de la sociedad semicolonial y la necesidad de doblegarlas para avanzar. Esas instituciones son principalmente cuatro: a) el Sistema de representación electoral para los cargos electivos, que destruyó el anterior de la Ley Sáenz Peña, el cual adjudicando los dos tercios de las bancas a la mayoría y un  tercio a la minoría permitía al gobierno popular contar siempre con un gran respaldo parlamentario legitimante de sus proyectos. Con el nuevo sistema se hizo posible que los partidos anti-populares, minoritarios en la sociedad, alcanzaran en las Legislaturas y el Congreso una mayoría ficticia fundada en acuerdos espúreos que enervaban cualquier iniciativa transformadora que el Ejecutivo quisiera convertir en ley; b) La famosa “justicia independiente”, vale decir: una maquinaria judicial autoperpetuada, cuya función –como se vio en ocasión de los amparos contra la Ley de Medios- consiste en ignorar u hostilizar el proyecto de país de los gobiernos populares y declarar inconstitucionales las disposiciones legales que lo plasman en la normatividad jurídica. Como bien lo comprendió Perón –que apenas instalado en la Casa Rosada destituyó mediante un juicio político a toda la Corte Suprema heredada de la Década Infame- una “justicia independiente” es un absurdo político, porque uno de los tres poderes no puede tener un proyecto de país distinto al que las mayorías populares sancionan con su voto y/o su movilización. La “independencia” respecto al Poder Ejecutivo no es sino la otra cara de la dependencia que mantiene con los poderes fácticos del imperialismo y las clases nativas que se le asocian. El Poder Judicial debe acompañar la voluntad popular y no desvirtuarla so pretexto de “independencia” y “contralor de constitucionalidad”. En este aspecto, se aprecia el “progresismo” suicida del kirchnerismo al motorizar una Suprema Corte “independiente”, cuando debió procurarse una Corte adicta, no a los detalles, pero si a las líneas maestras de su proyecto. Por esta falencia, nos hemos encontrado con los vergonzosos fallos cautelares a favor del grupo Clarín para que no se desmonopolice y a favor de la Shell para que aumente libremente sus precios; c) el Federalismo feudalizante, que destruyó, bajo el pretexto de fortalecer las autonomías provinciales, la propiedad nacional de los hidrocarburos y la riqueza minera para atribuirla a gobiernos provinciales siempre más débiles que el gobierno central y por tanto más fácilmente doblegables por el imperialismo y las empresas que lo constituyen; y por último, d) la “libertad de prensa”, que proclama la intangibilidad de las grandes empresas propietarias de medios gráficos y audiovisuales para difamar a los líderes populares, divulgar especies falsas, estupidizar los espíritus en la banalidad farandulesca, vaciar el cerebro de su clientela y reprogramarlo en un sentido favorable a sus intereses.

Para enfrentar a estos poderes institucionalizados y nimbados de prestigio “republicano”, el líder popular no lo puede hacer aceptando las reglas propias de la superestructura político-jurídica de la semicolonia porque sería irremisiblemente derrotado. Y no proviniendo su poder de un mandato revolucionario auténtico ganado en las calles y la lucha de masas, sino de una mera contienda electoral, su única opción es embestir contra esas instituciones de un modo esquinado, violentándolas, no acatando sus decisiones, tratando de desplazar a sus titulares naturalmente hostiles por otros más accesibles, solicitando poderes extraordinarios arrancados al Congreso, resistiendo las resoluciones de la autoridad judicial, proclamando “candidaturas testimoniales”, etc., concentrando en cada caso todas sus energías sobre el enemigo. De esta forma, la conducta del caudillo que ocupa el Poder Ejecutivo aparece como una actividad “abusiva”, “ilegal”, “crispada” y por tanto “despótica”. Y en gran medida lo es (aunque no en la medida que sería menester y deseable) por la necesidad política de superar, así sea parcialmente, los resguardos superestructurales del sistema, resguardos que no se pueden destruir actuando dentro de su lógica implícita. Desde la perspectiva popular, al contrario de la opinión de toda la caterva de “constitucionalistas”, “demócratas”  y “veladores de la ética republicana”, reivindicamos este tipo de liderazgo personalista, muy propio de América Latina, porque como dijo alguna vez Blas, en cada gran Caudillo latinoamericano hay más democracia que en cien “instituciones democráticas” (en realidad: republicanas).

 

 

 

 

 

 

III  ¿ QUÉ HICIMOS Y QUÉ HAREMOS FRENTE AL KIRCHNERISMO?

 

 Frente al kirchnerismo como movimiento popular semi-nacional, las principales corrientes de la diáspora de la Izquierda Nacional se han dispuesto en forma dispar. De un modo general, Causa Popular, Patria y Pueblo y la Santos Discépolo (Norberto Galasso) han adoptado la posición del “Apoyo Crítico”, más o menos acentuado según cada una de ellas. El Socialismo Latinoamericano, en cambio, acuñó la original fórmula inversa de “Crítica con cierto grado de apoyo” a las medidas del gobierno que se estimen progresivas (GC,20/10/2010).

Esto en el nivel de la estrategia teórica. Ahora bien ¿Cómo se aplicaron en la práctica estas diversas formulaciones? Creo que del siguiente modo, dicho sumariamente: 1) en Causa Popular predomina una adhesión a-crítica, que poco diferencia a nuestra corriente del Kirchnerismo de izquierda, casi una cooptación al movimiento de Néstor Kirchner, al extremo de plantearse el ingreso al Partido de la Victoria, no sabemos en qué condiciones; 2) la posición de Norberto Galasso –confieso- no la conozco bien, pero me parece muy cercana a ésta, igual que la de Federico Bernal et al, desprendidos de CP; 3)