EL GATILLAZO DE DRAGHI

Por:
Alberto Montero Soler

Publicado el 01/08/2012

Si no fuera por su componente trágico, el resultado de la reunión del
Consejo Ejecutivo del Banco Central Europeo de ayer es como para estar
riendo hasta que llegue la madre de todos los rescates que, a fin de
cuentas, de eso se trata, de acabar convirtiendo a España e Italia en
protectorados alemanes arrebatándoles los últimos restos de ejercicio
de soberanía que pudieran mantener.

¿Y a cuento de qué tanta risa? Pues porque hace exactamente un año –no
un lustro, ni una década, ni un siglo, no, sólo un año- estábamos en
la misma situación que ahora, con otro actor, Trichet, tratando de
calmar a los mercados apelando a la retórica bravucona al tiempo que
dejaba a los pies de los caballos a España e Italia, para intervenir
de prisa y corriendo inmediatamente después intentando corregir los
efectos de su patética inacción.

Para quienes tengan tan poca memoria como Draghi me permitiré
recordarles que el 4 de agosto de 2011 se celebraba una reunión del
Consejo de Gobierno del BCE en donde se discutía la posibilidad de
compra de bonos de España e Italia en el mercado secundario ante la
tensión brutal que los mismos estaban sufriendo. Como en el día de
hoy, en esa reunión se impusieron los halcones alemanes (Jens
Wiedmann, presidente del Bundesbank, y Jürgen Stark, director del
departamento económico del BCE) secundados por los presidentes del
banco central holandés y luxemburgués quienes se negaban a que esa
intervención tuviera lugar. Así, a pesar de que los votos se
inclinaban a favor de la compra de bonos de España e Italia, el
gobernador Trichet decidió contemporizar con la línea germana y aplazó
la intervención, condicionándola a la aplicación de medidas de ajuste
en ambos países y limitando la compra de bonos a los de Portugal e
Irlanda (precisamente las dos economías que no lo necesitaban) y
dejando fuera a las dos que sí estaban necesitadas de ella. Y todo
esto se acompañaba, además, con una de esas frases enigmáticas con la
que los banqueros centrales de todo el mundo han dirigido la política
monetaria cuando los tiempos eran calmos y que ahora, en medio de una
crisis sin precedentes, son candidatas perfectas a cualquier antología
del disparate. Decía Trichet hace un año: “No me sorprendería que
antes del final de esta rueda de prensa vieran ustedes algo en el
mercado”. Y vaya si lo vimos: los especuladores se lanzaron contra los
bonos españoles e italianos, el tipo de los primeros subió al 6,3% y
el de los segundos al 6,2%; la Bolsa de Madrid cayó un 3,9% y la de
Milán un 5,16%; el contagio se extendió y afectó a las de Nueva York
(-4,1%), París (-3,9%) o Londres (-3,43%). Efectivamente, vimos algo
en el mercado: cómo los agentes penalizaban la incompetencia del
todopoderoso gobernador del BCE.

A partir de ahí la historia es bien conocida: durante ese fin de
semana el histerismo se generalizó; la pareja Merkozy salió
rápidamente a escena para decir que el euro es lo mejor que nos podía
haber pasado y que no lo iban a dejar caer, aunque eso supusiera
arruinar la vida de millones de personas que iban a ver sus
condiciones de vida afectadas por las medidas de ajuste-rescate; hubo
reuniones por videoconfencia del G7; se sucedieron las llamadas de
Obama de acá para allá; se redactaron cartas desde el BCE para
Zapatero (que a día de hoy siguen siendo secretas) y Berlusconi
ordenando lo que debían hacer y que, en el caso de España, se tradujo
inmediatamente en un ajuste de 5.000 millones de euros y en una
reforma exprés de la Constitución; y finalmente se produjo la
intervención desde el mismo lunes por parte del BCE en el mercado
secundario comprando bonos españoles e italianos por valor de más de
22.000 millones de euros a lo largo de esos días, lo que permitió
inmediatamente reducir el tipo de interés de los bonos y achicar las
primas de riesgo. Tanto trasiego para acabar comulgando con ruedas de
molino

A partir de entonces parecía que las cosas debían haber quedado
meridianamente claras: cuando los mercados esperan una intervención,
el gobernador del BCE no se puede dedicar a hacerse el interesante
lanzando frases enigmáticas; tiene que actuar, mucho o poco, pero
actuar.

Pero, además, de aquel episodio también deberían haberse extraído
algunas enseñanzas a nivel político para todos los Estados miembros:
el BCE no puede imponer su propia agenda política sobre los Estados
para obligarlos a aplicar medidas de ajuste fiscal recurriendo a la
asfixia financiera. Puede que el BCE no esté para sustituir a los
gobiernos, como dice Draghi, pero tampoco está para hundirlos. Y
tampoco puede actuar como el brazo armado de Alemania para imponer,
apelando a su independencia, las tesis suicidas de ésta. Ese no era su
cometido cuando se creó; sin embargo, a la vista está que esos son,
tal y como ahora crudamente se develan, sus fines y sus jefes.

Todo esto ocurría hace un año. ¿Qué ocurrió ayer? Cómica o
trágicamente, según se mire, exactamente lo mismo. El mismo guión con
distintos actores: sustituyan a Trichet por Draghi, a Zapatero por
Rajoy y a Berlusconi por Monti y tenemos la misma opereta.

Acto primero: el 26 de julio Draghi hace unas enigmáticas
declaraciones, nuevamente de esas que tanto gustan a los gobernadores
de bancos centrales: “El BCE hará lo necesario para sostener el euro.
Y créanme, eso será suficiente”. ¡Mamma mía! ¡Qué tío! ¡Por fin
alguien con un par de narices para enfrentarse a Alemania!, debieron
pensar en el resto de Europa. ¿Intervendrá en el primario además de en
el secundario? ¿Le dará ficha de banco al fondo de estabilidad?
¿Bajará los tipos de interés? ¿Abrirá una nueva barra libre para los
bancos? Sobre todo ello se especuló desde entonces a la espera de la
reunión de ayer.

Acto segundo: reunión del Consejo de Gobierno del BCE y, voilá, el
gobernador no hace absolutamente nada para sostener el euro, es más,
le pega una doble puñalada trapera ante el estupor del respetable y
para alborozo de Alemania que venía enfriando los ánimos desde que
Draghi hizo su enigmática declaración y que, además, expresó ayer su
voto discordante en el Consejo.

La primera al no bajar los tipos de interés, a pesar de que la
inflación está por los suelos y que eso podría aliviar de alguna
manera a Europa por la vía de una mayor depreciación del euro y la
recuperación de las exportaciones. No, ni pensarlo; aflojar un poco la
cuerda, aunque sea de una forma tan liviana, no está en el guión.

Y la segunda al no intervenir en el mercado secundario comprando bonos
de Italia y España cuando era lo que los mercados casi habían
descontado, con lo cual, agárrense que vienen curvas durante el tercer
acto.

Eso sí, quien quiera acceder a ese mecanismo, antes que pida un
rescate como dios manda (seguro que Rajoy no se sentirá incómodo con
esa fórmula) y se someta a la condicionalidad de las instituciones
europeas -perdón, quería decir de Alemania, pero me traicionó mi
subconsciente formalista-, esto es, más ajuste, más recortes sociales,
más flexibilización del mercado de trabajo, más retraso de la edad de
jubilación… Y cuando ya estemos rescatados, entonces se planteará la
intervención, ¿les suena la tonadilla?

Y llegamos al acto tercero que apenas acaba de comenzar: las Bolsas se
han desplomado (el IBEX ha caído un 5,15% y el MIB italiano lo ha
hecho en más de un 4%); la prima de riesgo española ha pasado de los
530 puntos a 594 puntos, una escalada de más de 60 puntos básicos en
apenas unas horas, y la rentabilidad del bono a diez años se ha
disparado hasta el 7%. ¿Sigo o no es necesario? Ahora viene la
histeria, las declaraciones, previsiblemente la petición formal de
rescate y la intervención del BCE en los mercados secundarios a
posteriori, cuando los mercados ya hayan situado en su punto de mira
probablemente a Francia conscientes que de España sólo cabe esperar el
momento de la suspensión de pagos y la reestructuración de su deuda.

Todo lo cual nos lleva, ineludiblemente, a dos preguntas que de
simples parecen infantiles pero a las que alguien debería dar
respuesta cuanto antes: ¿por qué y para qué?