
Ciudadanos del mundo,
en nombre de mi patria, pido la palabra.
En nombre de mi pueblo, sencillo como el agua de
la acequia,
pido la palabra.
En mi pequeña morada comenzó la patria
allí todos gritaban en las noches cuando el puño
del alcohol,
caía sobre el rostro de mi madre, recuerdo la
sangre y los nervios,
los nervios en angustia de alambres aprensados;
en las noches ondas, pobladas de llanto y el
miedo de los pequeñitos allá,
en la esquina más dolorosa de mi sangre, comenzó
la patria.
La escuela vino después,
también la patria estaba allí avergonzada, humillada;
ocultando en los rincones más apartados, sus
pies descalzos.
Y la patria me miraba acongojada desde mis
propias pupilas nubladas,
desde mis manos vacías y mis sueños enturbiados.
A mi me mostraban la escuela poblada de azules
campanas
y la patria cuajada de campos abiertos,
pero, pero mi patria gemía a 4000 metros sobre el
nivel del hambre,
hombres que crecía como piedras paridas por la
montaña,
desnudos y fríos como peces muertos,
moviéndose a penas, llevando a cuestas su grito
trancado como una roca clavada en lo más hondo,
en lo más duro de la tierra.
No señores,
la patria no era solamente la escuela poblada de
altas campanas
ni la tierra salpicada de lagos felices,
no era solamente los montes incrustados de
cielo,
ni los desfiles en los días de fiesta,
era también la impotencia del hombre
cuando el pan se convierte en gemido detrás de
las puertas,
era la muchacha que buscaba su vestido
dominguero en la esquina de la noche;
eran las manos crispadas en los mercados,
y el llanto, extendido en las estaciones.
Mi padre borracho era la patria que pesaba sobre
mis pupilas,
sobre mis labios, sobre mis zapatos rotos;
y con esa patria a cuestas yo asistí a la
escuela.
La maestra, me mostraba siempre una patria
y un cielo a los que nunca pude comprender.
Una patria con héroes, con cerros de plata, con
tierras llenas de
árboles frutales;
pero yo tenía que regresar a mi casa en las
noches, y allí estaba la patria,
en el pan para dos que nunca satisfacía a
cuatro,
en las pupilas de mi padre abiertas
como dos diablos encendidos en medio de los
niños.
No señores, no.
La patria no sólo estaba en los salones, ni en
los discursos de los presidentes,
ni siquiera en la bandera y sus colores.
Yo encontré a la patria botada en mitad de las
calles,
mientras la lluvia cercenaba sus carnes.
Yo la vi desgarrarse por coger un pedazo de
carne y otro poco de pan,
y lloré su tragedia, porque teniendo hambre, se
comió su libertad.
Y mentidme a mi ahora, mentidme.
Yo vi a mi patria en todos sus confines,
la sentí como un garfio clavado en mitad de mi
angustia,
la llevé como túnica de yeso por todos mis
caminos,
la sentí como el peso de dios sobre el pecado y
busqué su voz
para multiplicarla sobre las campanas del
tiempo.
Yo vengo en nombre del obrero y sus overoles
manchados,
en nombre de mi padre y su vicio,
pagado con la desnudez de sus hijos,
en nombre de mi madre y su voz callada,
en nombre de los niños yo vengo,
en nombre de mi patria estrujada por manos sin
salario.
Yo no vengo a pedirles nada, nada que les
pertenezca.
Mi pueblo, mi pueblo quiere su paz,
quiere su barco para recoger de playas lejanas
un canto de gaviotas nuevas,
quiere sembrar su trigo y levantar sus fábricas,
quiere que sus niños rían,
jueguen y salpiquen los campos como las gotas de
rocío al alba,
quiere que todos crezcan a lo largo de los ríos
como el trigo,
y que todos se hinchen de sol y de lluvia como
las uvas,
en la cuenca dilatada de los valles.
En nombre de mi pueblo,
humilde como la hierba, sencillo como el agua de
la acequia,
ciudadanos del mundo,
pido la palabra.