Entrevista al intelectual Noam Chomsky

El intelectual
norteamericano, siempre crítico de las políticas de su país, se entusiasma con
los movimientos de protesta popular en varios lugares del mundo, mientras
advierte sobre un planeta en riesgo ecológico: "Podemos estar yendo a un
precipicio", afirma.
Cinco estantes cargados de libros recorren una pared de punta a punta en las
oficinas de Noam Chomsky en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Cada tanto, se ven etiquetas escritas a mano con un marcador, pegadas en los
estantes con cinta adhesiva transparente: 1955, 1975, 1993, y así, hasta llegar
casi hasta el presente.
Descansan allí más de cien títulos, algunos en inglés, otros en español,
japonés, hebreo o árabe. Todos llevan el nombre del mismo autor: Noam Chomsky.
Esa es la antesala a una charla con uno de los pensadores más prolíficos de la
historia contemporánea, que a los 83 años mantiene incólume el fanatismo por su
trabajo y su acérrima crítica a las políticas de Estados Unidos. Chomsky
-considerado el padre de la
lingüística moderna, filósofo y activista- repasa los eventos que sacudieron el
planeta en los últimos años, reflexiona sobre el futuro y ofrece, sin sutileza,
un panorama cuando menos lúgubre. "Si miro el mundo objetivamente, creo
que será un milagro si los seres humanos sobreviven en un mundo decente dentro
de cien años", afirma.
Crudo y punzante, Chomsky parece por momentos no dar tregua a la realidad o a
la humanidad. Pero luego, cuando habla de las luchas protagonizadas por cientos
de miles de jóvenes en Medio Oriente, Europa, Estados Unidos, México o Chile,
suelta algo de optimismo, quizás empujado por su espíritu anarquista. No lo
expresa con gestos o
cambios en su tono de voz. Mantiene, siempre, la misma cordialidad. Sólo
identifica progresos sutiles, y recuerda luchas del pasado, los cambios que vio
como profesor en Cambridge, el movimiento por los derechos civiles o el
feminismo, y repite, varias veces, doscosas: no se puede vislumbrar el
desenlace de las batallas actuales, y ese
desenlace depende de la gente. Del 99%, no del 1% que el movimiento Occupy Wall
Street puso en el banquillo.
La entrevista con Chomsky comenzó con una recomendación, implícita, a un libro:
Falla de diseño ( Failure by design ), de Josh Bivens, economista integrante
del Instituto de Política Económica, un centro de investigación que hizo varios
análisis sobre la rampante desigualdad de Estados Unidos mucho antes de que
cientos de jóvenes
acamparan en el Parque Zuccotti, en Nueva York.
"Recorrieron las políticas de los últimos 30, 35 años, y las describieron
como un fracaso, pero un fracaso clasista. Hay una falla de diseño, que surge
de las clases sociales, que refleja las preocupaciones y los intereses de
quienes diseñaron esas políticas. Para ellos, ha sido un gran éxito. Si se
utiliza el imaginario del
movimiento Occupy... , que por supuesto es sólo imaginario, para el 1% es un
gran éxito; para el 99%, es un fracaso. Pero eso es lo que cabría esperar. Las
políticas están determinadas por un estrecho sector de poder y privilegio.
Funcionan para ellos, pero mire lo que sucede para todos los demás."
Esa falla de diseño, sostiene Chomksy, es la que llevó a cientos de miles a rebelarse
en varios rincones del planeta.
¿Está despuntando un nuevo modelo? En busca de algunos indicios en ese sentido,
Chomsky menciona, primero, algunas "propuestas de políticas", como
ciertas reformas al corazón de Wall Street, o medidas para atacar la corrupción
corporativa, que comenzaron a surgir tras la gran recesión de 2008. Luego,
habla de un cambio "profundo, mucho más profundo", que él ve como lo
más significativo del movimiento Occupy Wall Street : el desarrollo de
comunidades.
"Eso es bastante significativo. Este es un país altamente atomizado. Las
personas están básicamente solas. Se puede odiar todo lo que está pasando, pero
no se cree que se pueda hacer nada al respecto. Romper con eso, y construir
comunidades de apoyo mutuo en todo el país, eso en sí mismo es un avance
significativo. Si puede ser sostenido ante la represión previsible, y puede
crecer, puede hacer una gran
diferencia."
Sobre esa idea, agrega que hay nuevos modelos que han ganado atención: el
desarrollo de empresas en manos de trabajadores, de tipo cooperativo. "Eso
parece estar aún en una etapa muy temprana, pero podría desarrollarse. Y no es
una utopía. Podría ocurrir", afirma.
-¿Cómo cree que será el desenlace de este conflicto entre la sociedad civil y
el poder tradicional que se ve en las protestas en distintos lugares del mundo?
-Nunca se pueden predecir esas cosas. Si alguien hubiera preguntado hace un año
qué pasaría si un par de jóvenes ocupaban el Parque Zuccotti, la predicción
racional, lo que yo hubiera dicho, es que iban a ser expulsados por la policía
al día siguiente y que todo habría terminado. Bueno, eso no sucedió. Se
encendió. Acabo de reunirme con
un grupo de activistas de Chile. Si alguien hubiera preguntado un año y medio
atrás qué pasaría si un grupo de estudiantes marchara en las calles para
oponerse al grotesco costo de la educación y su sistema educativo clasista,
hubiera recibido la misma predicción. No pasará nada. Pero resulta que sí pasó,
lleva años, atrajo a otras personas, y
está desafiando las bases del régimen que dejó Pinochet por primera vez. Y lo
mismo en la Plaza Tahir.
¿Quién puede hacer predicciones? El desenlace dependerá de lo que haga la
gente.
-¿Cuál es el cambio más significativo que provocaron las protestas?
-Hay varias diferencias entre Egipto, España, Chile, Estados Unidos y los
demás. Pero hay algunos elementos comunes. En su mayor parte, es una rebelión
contra el neoliberalismo, que fue un fracaso por su diseño. Es un sistema
diseñado para el beneficio de un pequeño sector de privilegio y poder. Ha sido
un desastre en casi todas partes. Después de un par de décadas de graves,
graves desastres, finalmente,
hace unos diez años, América latina ha ido levantándose. La Argentina fue uno
de los primeros, de hecho. Pero Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, han estado
saliendo. En Africa del Norte, en la "primavera árabe", una gran
parte de las revueltas fueron en contra del neoliberalismo. Las medidas
neoliberales han sido impuestas por los
culpables de siempre: el FMI, el Banco Mundial, el Departamento del Tesoro, y
así sucesivamente. Los países fueron muy elogiados por las instituciones
internacionales, como la
Argentina, que fue alabada por su economía magnífica justo el
día antes de que se derrumbara totalmente. Eso es normal. Y, de hecho, el
sistema fue bueno para
algunos. Hubo crecimiento, y el crecimiento fue, como de costumbre, muy
concentrado. Para la mayoría de la población, significó el estancamiento, y la
disminución o eliminación de los sistemas de apoyo, las consecuencias habituales.
También la corrupción, tremenda, que siempre viene aparejada. Y la población
simplemente se levantó contra eso. En Túnez, y lo mismo en España y Grecia, y
los Estados
Unidos y Chile. Hay variantes diferentes, pero la misma falla de diseño.
-En América latina muchos ven dos modelos, uno vinculado a Venezuela y el otro
a Brasil, ¿cuál cree que puede prevalecer?
-Depende de dónde estén las presiones y de lo que haga la gente. Otro modelo es
la Argentina.
Canceló, en efecto, su deuda, ante el rechazo de las
instituciones internacionales y la denuncia de los economistas que advertían
que iba a ser un desastre total. Pero la diferencia más extrema que yo veo es
entre Bolivia y Colombia. En Colombia, por primera vez hay una voluntad seria
de condenar las atrocidades de los
paramilitares. Washington está siendo expulsado de todas sus bases militares en
América latina, aunque está tratando de mantenerse en Colombia. Brasil es un
caso interesante. En el discurso contemporáneo de Estados Unidos, es el buen
ejemplo. Pero si uno echa un vistazo a las políticas de Lula, no son muy
diferentes de las del gobierno de [João] Goulart en la década del 60. Bueno, la
reacción de los Estados
Unidos en ese momento fue organizar un golpe que estableció el primer Estado de
seguridad nacional al estilo neonazi en la región, y se extendió como una
plaga. Ahora la reacción es darle una palmada en la cabeza y decir
"ustedes son los chicos buenos". Eso es un signo de los cambios. El
poder de Estados Unidos para intervenir no es cero, pero ha declinado, y la
conciencia es cada vez mayor en América del Sur, y,
en cierta medida, en América Central, de que no se tiene que aceptar esa
dominación.
-¿Quién cree que puede sustituir a los Estados Unidos?
-En un escenario óptimo, lo reemplazarán los propios países. Es como preguntar
quién debe sustituir a una dictadura. Bueno, no otra dictadura. La democracia y
la libertad deben sustituir la hegemonía de Estados Unidos. No hay necesidad de
una hegemonía mundial. Y no hay nadie en el horizonte. El poder de los Estados
Unidos está
disminuyendo, pero Estados Unidos es abrumadoramente más poderoso que cualquier
otro país del mundo.
-Pero, ¿cree que es esperable que el multilateralismo tenga éxito? Vemos
estancamiento en Siria, la cumbre de Río fracasó, y en Europa, los líderes no
parecen atinar a dar una respuesta contundente...
-En Europa hay más fallas de diseño. Las políticas de austeridad en la recesión
casi con garantía dañarán a las economías, aunque el Banco Central Europeo está
empezando a reconocer eso. Es una falla clasista que perjudica a la población y
está desmantelando el contrato social. Los derechos laborales están siendo
destruidos. El poder privado ha
aumentado. No tiene que ser así, hay otras opciones. De hecho, Estados Unidos
tuvo una política más progresista que Europa continental para responder a la
crisis. Eso no es muy bueno, pero al menos es algo. Hubo medidas aquí para
evitar la depresión. Y hay un crecimiento muy, muy lento. Europa es lo
contrario, se dirige hacia una depresión.
Ahora está cambiando, y se está hablando de hacer lo que debería haber hecho en
primer lugar. Pero éstas son opciones. No son leyes de la naturaleza.
-¿Es optimista respecto del futuro?
-Si miro el mundo objetivamente, creo que será un milagro si los seres humanos
sobreviven en un mundo decente dentro de cien años. No por lo que estamos
hablando. Estas son cosas que se pueden solucionar.
Creo que con mejores políticas se podrían mitigar algunos de estos problemas,
tal vez cambiarlos radicalmente si hay, por ejemplo, un movimiento serio que se
proponga trabajar en empresas que estén en
manos de comunidades. Pero hay otros problemas que no son fáciles de solucionar.
Podemos estar yendo hacia un precipicio. La cumbre de Río es un buen ejemplo.
No pasó nada. Había aspiraciones muy bajas, y los resultados fueron irrisorios.
Somos como lemmings caminando a un precipicio. Es un problema muy serio.
-¿Cómo se puede evitar eso?
-Puede ser demasiado tarde para evitarlo. Pero una cosa es clara: cuanto más
esperemos, más duro será. Y vamos en la dirección equivocada. Hay un montón de
entusiasmo y euforia ahora por las nuevas fuentes de combustibles fósiles, por
ejemplo en Brasil y en Estados Unidos. De hecho, Obama habló con mucho
entusiasmo de que podamos
tener un siglo de independencia energética debido a la explotación de combustibles
fósiles. The Financial Times publicó un informe sobre las grandes perspectivas
para el siglo de la independencia energética de los Estados Unidos. La única
cosa que ninguno de ellos preguntó es ¿qué clase de mundo va a ser después de
un siglo de explotación de los combustibles fósiles, que están destruyendo el
medio ambiente?
-Lleva más de medio siglo en el MIT, ¿no cree que las nuevas generaciones, los
jóvenes, sus alumnos actuales, puedan resolverlo?
-No se puede predecir eso. Cuando llegué aquí, en los 50, era una década muy
pasiva. No pasaba nada. Si usted caminaba por los pasillos del MIT cuando
llegué aquí en 1955, veía hombres blancos bien vestidos, obedientes,
indiferentes, haciendo su tarea, sin interés en nada. Dé un paseo por los
pasillos ahora. La mitad son mujeres, un
tercio son minorías, y hay una gran cantidad de activismo estudiantil en todo
tipo de temas. Hay un grupo dedicado al cambio climático aquí, muy bien
considerado, que disiente del consenso internacional porque lo considera
demasiado conservador. Piensan que la situación es mucho peor que lo que se
cree. Estos cambios son muy significativos. ¿Podría alguien haberlos previsto?
No.
-Usted dijo que el progreso es lento, pero dramático en períodos largos de
tiempo. Después de la crisis global, ¿qué progresos cree que ha hecho el mundo?
-Hay progresos. Por un lado, el discurso general, incluso en los medios
tradicionales, y en los medios económicos, ha cambiado. Ahora hay atención en
temas que estaban ocultos hace un año, temas como la desigualdad, la corrupción
corporativa, el vapuleo del proceso político con la cantidad de elecciones que
se compran. También el tema
ambiental se ha acercado al primer lugar de la atención pública y al centro de
las preocupaciones. Eso ya es un cambio. ¿Puede haber un cambio en la
implementación de políticas? No en tres meses. Hay que ver. Hay ejemplos para
pensar. Tome 1960. Cuatro estudiantes negros de un colegio negro en Carolina
del Norte se sentaron en una cafetería y pidieron ser servidos, algo que era
ilegal. Fueron arrestados, por
supuesto, y tratados de manera muy dura. Eso podría haber sido el final, al
igual que el Parque Zuccotti podría haber terminado el primer día. Bueno, no lo
fue. Otros los reemplazaron. Muy pronto el movimiento popular se expandió y se
introdujeron cambios sustanciales. Eso no se podía predecir. Más tarde, en la
década de 1960, pequeños grupos de mujeres, jóvenes sobre todo, comenzaron a
formar grupos para
crear conciencia, en los que hablaban acerca de si la represión bajo la cual
vivían era una ley de la naturaleza. Muy pronto, usted tuvo un movimiento
sustancial de mujeres que probablemente cambió la cultura en todo Occidente más
que cualquier otro movimiento. No se pueden predecir estas cosas. Yo estaba en
Argentina en 1999, y no había forma de predecir lo que pasó en la década
siguiente. Fue una sorpresa
total.
-Habla sobre todo de fenómenos que pasaron en Estados Unidos. En 2003, dijo que
era el mejor país del mundo. ¿Aún lo cree?
-Dije que en algunos aspectos, lo es. Hay aspectos en los que es el país más
libre del mundo, con un montón de buenas características. Hay otros aspectos en
los que ha hecho cosas terribles. MANO A MANO
En su oficina, Noam Chomsky vive rodeado de libros, plantas y fotos de su
mujer, sus hijos y sus nietos. Una imagen gigantesca del filósofo Bertrand
Russell domina el ambiente. En la entrada, colgada al lado de la puerta, está
enmarcada la portada de la revista The American Prospect de abril de 2005.
"Entre Chomsky y Cheney", reza el título, acompañado de una
caricatura en la que ambos se miran con furia.
El intelectual que revolucionó la lingüística moderna en los años 60 ha sido un
feroz crítico de Estados Unidos, en particular, de su política exterior.
"La mejor forma de evitar el terrorismo es dejar de practicarlo",
atizó, luego de los atentados del 11-S. Chomsky no ha atenuado sus críticas:
hace poco, dijo que el presidente Barack Obama
era peor que George W. Bush, y que sólo lo votaría si Massachusetts fuera un
Estado en disputa, con el fin de impedir el regreso de los republicanos a la Casa Blanca.
Vestido con pantalón y camisa de jean y zapatillas blancas,
se lo ve un poco más gordo que hace unos años. Chomsky revela en seguida su cordialidad
cuando interrumpe la primera pregunta para pedirle a este corresponsal que le
cuente sobre su vida. Luego, generoso, deja que la charla se estire unos
minutos más allá de los 20 acordados en un
intercambio de correos electrónicos con su asistente, Bev Stohl, y se presta
para algunas fotos mientras intenta comunicarse por Skype con una alumna en
Europa para discutir su tesis.