LEON TROTSKY EN MEXICO: PASION Y REVOLUCION

Por:
Mario Casalla

Publicado el 01/08/2012

El río Chururbusco, en Coyoacán (México DF), no se parece en nada al
río de la Plata; acaso un poco al Arenales de Salta, pero sólo cuando
éste viene cargado de agua. Pero no era la hidráulica la que me llevó
allí, sino visitar el número 410 de la avenida costanera, donde tuvo
su último hogar un revolucionario tan íntegro como ilustre: León
Trotsky. Invitado a México, hice un hueco en la agenda para volver a
respirar –aunque más no sea por un rato- el aire fresco del jardín
trasero y recorrer la casa con la vana esperanza de encontrarme con
Sieva y preguntarle por su abuelo León. Lamentablemente esto último no
fué posible, pero lo primero sí. Merced a la hospitalidad de sus
cuidadores, reviví el fresco de ese jardín y la energía y la fuerza
que –aún vacío de gentes- transmiten las paredes de su estudio. Ese
mismo donde Ramón Mercader (infiltrado al círculo íntimo como “Jacques
Mornard”) se le acercó –con el pretexto de entregarle un artículo
periodístico- y terminó clavándole un piolet en la cabeza. Era la
nefasta tarde del 20 de agosto de 1940 y la mano stalinista (que antes
había matado a casi toda su familia y a miles de fieles seguidores
dentro y fuera de la URSS) lo alcanzó en América Latina. Acusado y
difamado públicamente como “servicio de inteligencia e instrumento de
la derecha reaccionaria”, de poco sirvió la posterior prueba de
falsedad absoluta. A pesar de que una comisión especial –encabezada
por el célebre filósofo John Dewey-estudiara puntillosamente el caso y
llegara a esa conclusión, la piqueta asesina de Mercader pudo más y
llegó más rápido. Debo confesar que –mirando un hermoso retrato de su
juventud- pensé por un momento en la inutilidad de la filosofía cuando
los stalinismos (de izquierda o derecha) optan por el trépano craneal.
Algo que sólo la prudencia y la justicia pueden enmendar.



 ASILO Y DERECHOS HUMANOS




Funciona allí también el Instituto de Asilo y Derechos Humanos, lo
cual es congruente. México ha sido y es –estrictamente hablando-
generosa tierra de cobijo y refugio para cientos de perseguidos
políticos de todo el mundo. Lo saben muy bien las generaciones de
latinoamericanos azotados por recurrentes dictaduras, los miles de
republicanos españoles que llegaron huyendo del franquismo y el mismo
León Trotsky. Fue el 9 de enero de 1937 cuando –acompañado por su
mujer, Natalia Sedova- desembarcó en el puerto mexicano de Tampico,
donde los esperaba otra singular pareja: Frida Kahlo y Diego Rivera.
El general Lázaro Cárdenas –entonces presidente de la República-les
mandó el tren presidencial para que viajaran a la ciudad con total
seguridad. Nunca les pidió nada a cambio y concedió el asilo ni bien
Diego Rivera y otros miembros heterodoxos del comunismo mexicano se lo
solicitaron. Una actitud singularmente valiente, más aún teniendo
frontera común con los EEUU y una fuerte resistencia en sectores de su
gabinete. Sin embargo, al poco tiempo, el PC mexicano ya manifestaba
por las calles portando carteles “Fuera Trotsky” y tildaba al general
Cárdenas de “fascista y populista” por haberle dado asilo. Del otro
costado, la oligarquía mexicana lo acusaba de “comunista” mientras
EEUU le negaba la visa a pesar de haber sido invitado por la Cámara de
Representantes. En fin, que el viejo León empezaba a hacer su
experiencia latinoamericana: esa peculiar conformación de lo nacional
y lo popular  que no es comprensible del todo con la sola dinámica de
la lucha de clases, ni mucho menos con la idea abstracta del individuo
y la sociedad. Debate teórico y práctico todavía pendiente.



 LA CUESTION NACIONAL Y POPULAR




La experiencia del exilio y la persecución despiadada fueron para
Trotsky, sin embargo, otro acicate intelectual y político. Es así que
-a la vez que discute las tésis stalinistas del “socialismo en un solo
país” y denuncia la transformación de aquella revolución en un
Régimen- empieza a entender mejor la realidad propia del mundo
colonial, el fenómeno de los imperialismos y la dinámica de los
nacientes Frentes Nacionales en situación colonial (paralelamente
harían lo mismo Mao en China y Ho Chi Minh en Vietnam).La futura IV
Internacional estaba en gestación. Ya en 1930 -exilado en la isla de
Prinkipo, frente a la costa turca- Trotsky redacta un breve escrito
donde expone una de las ideas centrales de su pensamiento político:
“La revolución permanente”. Polemizando con Stalin y Radek, desarrolla
allí su crítica al estatismo burocrático soviético y la necesidad de
renovar, universalizar y profundizar continuamente el proceso
revolucionario, so pena de que éste deje de serlo. Si bien esa
expresión está originada en una circular redactada por Marx en 1850,
los ricos desarrollos de Trotsky la vuelven guía de diferentes y
posteriores pensamientos libertarios y democráticos. Con este escrito
y muchos más ya a cuestas, embarca Trotsky en el petrolero Ruth hacia
México y utiliza esa larga travesía para leer sobre historia de ese
país y de América Latina. No extrañe entonces que –cuatro meses antes
de su asesinato- publique su manifiesto “Por los Estados Unidos
Socialistas de América Latina” (marzo de 1940), donde se suma –desde
el marxismo- a ya larga prédica bolivariana en pro de la unidad
continental; que en su artículo “Imperialismo y Revolución Nacional”
(publicado en el diario “Crítica” de la Argentina, un mes antes) hable
de la posibilidad y necesidad de conciliar los intereses nacionales
liberadores con la construcción de la revolución a escala mundial. Que
dos años antes (1938) recibiera en esta casa al militante obrero
argentino Mateo Fossa y contestara un breve cuestionario (luego
publicado bajo el sugestivo título de “Guerras nacionales y guerras
imperialistas”). Allí Trotsky da sugerentes ideas acerca de cómo los
marxistas en América Latina deben relacionarse con los nacionalismos
emergentes (Cárdenas en México, Vargas en Brasil y el APRA peruano) y
los exhorta a trabajar junto a ellos. Refiriéndose a los conflictos
mundiales de esa época afirma, por ejemplo: “Verdaderamente hay que
tener la cabeza vacía para reducir los antagonismos mundiales y los
conflictos militares a la lucha entre fascismo y democracia”. Es una
verdadera lástima que Trotsky muriera antes, ya que pocos años más
tarde (el 14 de noviembre de 1945) nacía el Buenos Aires la Unión
Democrática la cual -para enfrentar a la incipiente forma de acceso al
poder que ensayaba la clase trabajadora argentina- operaba exactamente
al revés y elegía como lema de oposición: “Por la libertad contra el
fascismo”. Sin embargo, por aquellos mismos años, comenzaba también a
escribirse la protohistoria del trotskismo argentino: aparecía el
legendario GOR (Grupo Obrero Revolucionario), liderado por “Quebracho”
(Liborio Justo, hijo del general Agustín P. Justo), de cuya primera
composición participaron –según los mejores estudiosos del período-
sólo ocho personas: Mateo Fossa (aquél militante obrero que entrevistó
a Trotsky en México), Angel y Adolfo Perelman (este último también
militante sindical textil, luego de gran influencia en la vida
política e intelectual boliviana); Abadie (estudiante de Derecho),
Constantino Degliuomini (hermano de Delia D. de Parodi, luego diputada
peronista); Luis A.Murray (quien también posteriormente ingresaría al
peronismo), Enrique Rivera y Jorge Abelardo Ramos (éste último luego
fundador de la ya legendaria Izquierda Nacional). Separándose del
comunismo clásico, aquel trotskismo adopta una postura inicial de
“apoyo crítico” al peronismo (que identificaba como una forma de
“bonapartismo”) la cual sin embargo irá cambiando con el tiempo y
generando, al interior de la familia trotskista, sucesivas divisiones
y fracturas que llegan hasta el presente. Pero claro, esta es otra
historia. Y ahora estamos en la de Trotsky: un cráneo todavía intacto
con el cual es posible pensar, polemizar y disentir con la misma
pasión con la que él lo hizo. Vale la pena seguir intentándolo porque
–aunque los trepanadores sigan al acecho- siempre habrá un León que,
desde Coyoacán, aliente la lucha por las libertades y la justicia.