EL AÑO DEL RACISMO EN SUIZA

Por:
Antonio Elorza

Publicado el 01/01/2010

En El tercer hombre Orson Welles se burlaba de las supuestas excelencias de Suiza, al insinuar que toda la contribución de los helvéticos a la historia había consistido en el invento del reloj de cuco. Acaban de proporcionar un nuevo argumento para la burla, haciendo explícito su racismo con un referéndum victorioso destinado a prohibir los alminares en las mezquitas.

 

La humillación del colectivo musulmán resulta garantizada, sin que por otra parte sea dado suponer que la afluencia a las mismas vaya a disminuir. Todo lo contrario: acudir a una mezquita en Suiza, aun no siendo creyente, se ha convertido en un acto de expresa defensa de los derechos humanos. Y además por la historia del islam sabemos que del sentimiento de humillación al radicalismo hay sólo un paso.


La significación negativa del episodio va, sin embargo, mucho más lejos. Entre otras cosas porque lo sucedido en Suiza, el triunfo de las tesis racistas (versión islamófoba) manifestadas abiertamente por un partido minoritario, y rechazadas por los demás grupos políticos, es prueba de que por debajo de la salud aparentemente normal de una sociedad en ese tema, se da un racismo ampliamente difundido, tal vez mayoritario, que no se deja ver con facilidad en las encuestas de opinión. Es un problema que no se limita a Suiza y tampoco al rechazo del islam, aun cuando la islamofobia se haya convertido en su manifestación más visible. Recuerdo el caso de un conocido, hombre de izquierda y bien bajito, que a la menor ocasión clama contra los enanos ecuatorianos. De forma más representativa, son conocidos de todos los insultos racistas que proliferan en los estadios contra los jugadores de color, y las manifestaciones populares que aquí y allá se oponen a la construcción de mezquitas.


Un espectro recorre Europa, y no es precisamente el de la revolución comunista. Lévi-Strauss nos recuerda la propensión espontánea al rechazo del otro en las sociedades primitivas, que desde mediados del siglo XIX encontró un campo abonado en los movimientos migratorios, con el trabajador venido de fuera al que se discriminaba en cuanto un colectivo de inmigrantes superaba una determinada proporción de la fuerza de trabajo. En un período de crisis económica, y aunque ésta no sea por supuesto su causa, el racismo se convierte en un fácil y rentable chivo expiatorio.


Los sentimientos de fraternidad y de igualdad son construcciones culturales a los que contribuyeron la mentalidad democrática y el internacionalismo socialista. En un tiempo como el actual, de crisis económica, individualismo posmoderno y nuevo auge del multiculturalismo defacto por causas demográficas, no cabe confiar en el ´todo va a lo mejor en el mejor de los mundos´ para evitar el ascenso imparable del racismo, con todas sus secuelas perversas.


El mejor ejemplo de ese proceso de degeneración nos llega de Italia. El racismo se encontrará allí como un pez en el agua. Con el soporte de su monopolio de la televisión, la deriva autoritaria impulsada por su primer ministro erosiona uno tras otro los valores democráticos (...). No en vano su himno, Viva l'Italia. Meno male che Silvio c'é, se cierra con un coro de marujas exaltándole ante el EUR, la construcción emblemática del fascismo modernizador en Roma (...) Pero el verdadero núcleo fascista del Gobierno italiano es la Liga Norte, un partido xenófobo de fuerza creciente, que anuncia y practica la caza y captura de los inmigrantes por las menores causas. Su portavoz, Roberto Calderoli, se apuntó, como era de esperar, a la condena suiza de los minaretes y ya el 2006 celebró la victoria en el Mundial, por ser Francia un país de ´negros, islamistas y comunistas´ (...).


*Antonio Elorza
es catedrático de Ciencia Política.