LA BANCA ALBOROTADA

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Publicado el 01/02/2010

El crecimiento desmesurado y descontrolado  es patológico, tanto en los sistemas biológicos, como en los sistemas sociales. En estos últimos con mayor riesgo, porque su hipertrofia tiene efectos malignos exponenciales. Los bancos no son una excepción sino, al contrario, son el sistema social moderno que más traumas ha provocado en los últimos cien años, especialmente.

Los bancos y las corporaciones financieras, con su gula insaciable de utilidades en la economía especulativa que ellos mismos sostienen, son los que precisamente tienen a todo el mundo ahogándose en una crisis sistémica que ellos mismos – los bancos causaron – aunque se resistan a admitirlo y todavía protesten con insólita desfachatez al solo anuncio de que el Estado va a controlarlos.

El capital, en su desmesurado afán de reproducirse a sí mismo, logró alienar a sociedades enteras volviéndolas desaforadamente consumistas. Adelgazó y achicó luego a los Estados, para que no compitieran ni estorbaran su insaciable apetito y ahora pretende impedir que Estado y sociedad se defiendan poniéndoles controles a los teologizados templos del capital: los bancos.

El caso, además, se está dando en el centro mismo de ese teologizado modelo capitalista y no en la periferia de “capitalismo tardío” o países subdesarrollados, como se los suele llamar.

Barack Obama anunció que pretende limitar el tamaño y el área de actividades de los bancos y las entidades financieras estadounidenses.

La reacción fue inmediata y con ribetes histéricos. No solamente en los Estados Unidos, sino en Europa y en otros países, cuyos  bancos están incestuosamente conectados. “Los planes de Obama dañarán el conjunto del sistema financiero”, clamaron y tienen razón. Ojalá así sea, para que al menos en parte sintieran los mismos efectos que actualmente la sociedad sufre por su hipertrofiada irresponsabilidad.

Daría la impresión de que Obama se metió en una cueva de lobos sin haber todavía aplacado el otro avispero que alborotó: el de la reforma de la salud pública. Que por cierto en los Estados Unidos no está en manos de religiosas caritativas sino de quienes por algún motivo son llamados “la mafia de bata blanca”.

Obama tenía que hacerlo porque su popularidad y las expectativas que despertó con su candidatura estaban haciendo aguas por la rotunda negativa del complejo-militar industrial que quedó aparentemente incólume con la sustitución de Buch por Obama.

Sería muy saludable para todos, pero especialmente para su propio país y para su propia sociedad, que esos dos frentes que Barack Obama públicamente  identificó como objetivos de su plan de gobierno - la seguridad social y la banca -  fueran realmente metidos en cintura.

A esta altura parece improbable que a la medicina privada, costosa y desalmada y a la banca insaciable les queden posibilidades de lobby. Claro que allá, cuando se dan situaciones tan severas de conflicto de intereses, no es el lobby lo que funciona, sino estrategias mucho más radicales. De eso quedan como víctimas, cuya eliminación aún no ha sido aclarada, el todavía muy recordado John Fitzgerald Kennedy así como el ya casi olvidado Abraham Lincoln.

Ojalá que una vez más los responsables de la seguridad allá no se despisten. Esta vez con Bin Laden